[Crónica de una huida anunciada (mi huida de la universidad o, todo lo que callé durante mi estadía en la
Universidad de Guadalajara)]
Inés M. Michel*
Para Sofía,
Peredo, Queto, Selene, Elena,
quienes ayudaron a desdoblar mis alas.
Me
tomó algunos años, muchos remiendos, y algunos intentos de carrera
universitaria para concluir, lo que ya han concluido muchos antes que yo: el
sistema educativo me detesta, aunque no tanto como yo a él. Ese sentimiento
mutuo persiste desde la educación básica.
Ahora
con más bases, puedo argumentar sólidamente que educar significa en mi país, como en muchos otros, uniformar; e incluso coartar.
Una
vez en nivel licenciatura, las cosas se ponen críticas. Pues es la universidad,
como espacio donde debieran originarse las ideas libres y el debate sin censura,
el lugar que hoy por hoy, resulta más controlado, donde se oprime y se incita
al silencio, al conformismo. Muy pocos espacios universitarios escapan a esta
norma.
La
universidad de Guadalajara no es uno de ellos, lo puedo decir porque pasé los
últimos años siendo parte de esa institución de una u otra forma, y seguí de
cerca los movimientos que en épocas recientes se han gestado ahí; uno de ellos,
UdeG Libre, que desde el nombre, apela a esa libertad que se ha perdido en el
espacio universitario público del estado de Jalisco.
Con
este texto pretendo reivindicar nuestro derecho como jóvenes a una educación
libre de ataduras. Por ello mi afirmación rotunda que quizá escandalizará a
algunos: la universidad en la época contemporánea es útil, como una herramienta
al alcance de una pequeña parte de la población, mas no indispensable.
Vivimos
en la era de la información y la tecnología que comunica al mundo entero, o
casi; la nuestra es la época post revolución, en muchos sentidos, post guerras
mundiales, post comunismo, post modernidad, y en esta lista de post, se abrió
un abanico de posibilidades que aún muchos no comprenden.
Sin
duda, el espacio universitario, que como modelo educativo nos fue heredado por
la Europa Medieval, ha sido un referente a nivel global para la formación de las y los jóvenes, y la universidad pública, un lugar de lucha en el que surgieron
movimientos como el del 68.
Y
como tal, no merece ser desacreditado per
se. Lo que sí considero indispensable, es cuestionarlo en sus condiciones
actuales, y con ello cuestionar a todo un modelo ideológico que pretende formar
obreros, en el sentido intelectual del término. Obreros que alimenten las
fábricas del capitalismo, y aún más importante, obreros dóciles, débiles, que
se sumen al pensamiento neoliberal, obreros mentales que trabajen
incondicionalmente para el sistema que toda la vida los oprimirá.
Quizá
es en las humanidades y las artes donde la Academia se topa con más
resistencia, las mentes se niegan a ser doblegadas, a ser moldeadas, pero me
temo que hasta la más férrea convicción se ve contaminada con los incentivos
que ofrece la vida universitaria al buen
estudiante. Y explicaré el término. El buen estudiante es quien asiste
puntualmente a sus clases, se memoriza rápidamente el horario, no falta,
obtiene un buen promedio entregando las tareas y trabajos asignados, haciendo
con pulcritud los reportes de lectura, los cuadros sinópticos y cuanta
actividad probativa de desempeño académico considere necesaria el docente en
turno.
Este
modelo descrito, suele ir acompañado de estudiantes dóciles, acríticos,
acostumbrados a seguir indicaciones y sin intenciones de meterse en problemas,
algunos incluso pueden llegar a señalar ante las autoridades a aquellos
posibles rebeldes, diferenciándose por completo de ellos.
Como
estudiante siempre fui un compendio de contradicciones, que se acentuaron en el
último semestre que estuve en la universidad. Por un lado, y solo con fines
anecdóticos que considero ayudarán a esta crónica, mi promedio al renunciar a
dicho espacio, era de excelencia, y lo fue durante todos los semestres que
permanecí en la última carrera que cursé, quedando en 97.77 al momento de mi
salida. Sin embargo no fue algo que me propusiera, no en el sentido de ser una
estudiante modelo; simplemente me gusta la Historia del Arte, y he estado
rodeada de una cantidad ingente de libros desde que nací.
Mi
promedio fue por tanto, el reflejo de una cierta facilidad para lo académico, y
es contradictorio porque mientras construía este promedio también construí mi
rebeldía. Sentía desde el principio una necesidad urgente de cuestionar mucho
de lo que en la universidad se considera enseñanza y sin pretensión de liderar
ninguna rebelión estudiantil, me convertí en uno de los referentes de la
primera generación de la licenciatura en Historia del Arte de la Universidad de
Guadalajara, conocida por sus miembros críticos, atípicos en muchos sentidos y
particularmente participativos.
Esa
generación, de la que siempre formaré parte puesto que me marcó profundamente,
soñó con una universidad distinta donde los estudiantes desde su ingreso, se
involucren activamente en su formación, sin participar estrictamente de la
política estudiantil que por tradición se hace desde hace años en la UdeG,
universidad en la que la Federación de Estudiantes Universitarios, FEU, trabaja
para cuidar los intereses de quienes dirigen a manera de mafia, la institución.
Conozco honrosas excepciones en puestos estudiantiles que vienen a mi mente
cuando este tema surge, pero que están tremendamente opacadas por quienes ya
desde la preparatoria se vienen forjando como los nuevos políticos que harán
fila para cargos públicos, aquellos que con su paso por la FEU, solo buscan un
trampolín para darse notoriedad.
De maestros/as y MAESTROS/AS
De
este sistema complejo al que pertenecí por años, aprendiendo y cuestionando, me
alejé por la terca convicción de que mi ideología se contrapone al guión
estructurado que se repite cada ciclo escolar. Clases mediocres impartidas por
doctores y doctoras que difícilmente podrían defender ese título en el mundo
real; clases promedio que cumplen un
programa casi siempre demasiado ambicioso tomando en cuenta las horas reales de
la materia, en las que se sucede un tema tras otro como cubriendo un índice; y,
como oasis en el desierto, una o dos clases brillantes, impartidas por maestros
o maestras que sin alardes, están ahí compartiendo información y aprendiendo
junto a los estudiantes, normalmente docentes de asignatura con un sueldo
miserable. Tengo que decir que esas contadas clases brillantes, y esos docentes
me mantuvieron por más de dos años en Historia del Arte, pero lo otro siempre
pesó demasiado.
Revolución y rebeldía en tiempos de
crisis
Vivimos
tiempos de crisis, sin duda. Sin embargo, de todas las crisis, la de la educación,
no es una más.
Se
trata de una época que podría pasar a la Historia como caótica, o me gusta
pensar, como una en la que se cambiaron los paradigmas, me parece que aún
estamos a tiempo para ello.
Por
eso, me pregunto, ¿dónde quedamos los que desde tiempo antes de entrar a la
Universidad ya trabajamos en lo que nos gusta? Muchos de nosotros NO sumamos a
las filas de los empleados comunes, ni trabajamos para ninguna empresa o
institución, somos gestores de nuestro propio empleo, el cual puede ser tan
bien o tan mal remunerado como otros empleos convencionales, muchos factores
intervienen en ello.
Algunos
de nosotros contamos con el apoyo financiero de nuestras familias, otros se la
juegan en la autogestión sin más seguridad que la confianza en sí mismos. Unas
y otros no somos parte de los ninis,
de hecho no pertenecemos a muchas de las categorías comunes y quizá eso es lo
que nos define mejor, la falta de una categoría definitiva.
Sé
que hay muchas razones para querer un título universitario y no pretenderé que
obtener uno, no estuvo en mi horizonte, simplemente lo considero sobre todo una
necesidad social, así como el matrimonio (otra cosa en la que no creo), u otras
convenciones. Pareciera, desde cierta perspectiva, que no tener un título es
una condena al fracaso laboral (si aun con título, es difícil conseguir un buen
empleo, ahora imagina si no lo tienes, dirán apresuradas algunas personas),
pero creo que esta postura solo está considerando cierto tipo de empleos.
Están
por supuesto aquellas carreras que legalmente no se pueden ejercer sin título
profesional, aún así, hay médicos debidamente titulados con los que
personalmente jamás me pararía a una consulta, pero ese es tema para otra
entrada…
Vuelvo
a la autogestión, donde se trata de oportunidades pero sobre todo de tenacidad,
y de una preparación que no depende del entorno universitario, en la que
interviene la capacidad autodidacta y la búsqueda del conocimiento en las
fuentes que la tecnología nos proporciona.
La herencia de un abuelo y de un padre
Somos
la generación que en la búsqueda de la felicidad nos fue prometido un futuro
que parece inalcanzable. [ARTÍCULO 1 Desempleo juvenil]
En
mi camino, hoy me decanto por la alternativa más arriesgada: vivir sin aquello
por lo que muchos darían la vida, me sumo así a la lista de ejemplos inspiradores
que no necesitaron titularse, o algunos siquiera pasar por la universidad, para
construir una vida y una carrera exitosa, en distintos niveles, (Gabriel García
Márquez, Guillermo del Toro, Quentin Tarantino, Tomás Alva Edison, Albert
Einstein, Agatha Christie, Steve Jobs, James Cameron, Bill Gates, Marck
Zuckerberg), hay muchos más, los cito sin intentar compararme, cada quien hace
su camino a su manera, sin embargo son referencias conocidas del triunfo sin convencionalismos.
En
la otra cara de la moneda, están aquellos que
me han inspirado de otra forma, dos ejemplos de vida universitaria y
entrega, mi abuelo Javier Michel Vega, y mi padre, Ignacio Mancilla, quienes
críticamente construyeron una vida en la Universidad de Guadalajara y desde su
trinchera, buscaron eso que anhelo, la libertad de pensamiento. Ellos forman
parte de los que se quedaron, pues al final, todo se trata de optar.
Mi
pelea y por ello inicio de esta manera este blog, es insistir en que se puede hacer a mi manera,
o a la otra, y de cualquier forma es válido. Me dará un enorme gusto ver
titulándose a mis compañeros de generación, esa maravillosa primera generación
de Historia del Arte, que decidieron continuar, a pesar de todo lo que sabemos,
ellos y yo, que no funciona en ese espacio.
En
esta, mi opción, el camino es quizá más espinoso, no lo sé, pero me ha dado ya
grandes alas, o tal vez solo las cargué dobladas en mi paso por las
instituciones educativas, y el único mensaje que me he planteado dejar plasmado
es que nos vendieron la idea de que las escuelas están para educarnos, pero
resulta que su labor más bien resulta ser lo contrario.[1]
Nos
dijeron, y lo creímos, que para ser alguien, hay que ir a la escuela, terminar
la universidad, graduarse y especializarse. Nos creímos que no somos nada sin
la universidad y ese papelito que tantos publican con orgullo en redes
sociales, al término de los estudios; pero resulta que en la vida ya SOMOS, sin
título o con título, somos individuos capaces de prepararnos en lo que nos
gusta. Si la universidad está en el camino, solo queda ser partícipe de la
experiencia, siempre recordando que la formación se obtiene de muchos lugares,
los libros, la vida, lo importante, como decía Einstein, es no dejar de
preguntar.
El
no entrar a la universidad, o no acabarla, por no poder, por no querer, no
define tu éxito, tan solo te lleva por un camino distinto.
Ese
edificio, ese símbolo, el espacio universitario, estará ahí formando obreras y
obreros; viéndose desafiado por unos
cuantos rebeldes, pero no debemos olvidar nunca que esa institución, no es NADA
sin nosotros, alumnas y alumnos, que fuimos, que somos y que serán la vida del
campus universitario.
Mi
historia apenas comienza…
*La Otra I
[atea, vegana,
feminista,
lectora irredenta
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]
[1] El
objetivo de la educación: La deseducación- Noam Chomsky. “Chomsky critica el
actual sistema de enseñanza. Frente a la idea de que en nuestras escuelas se
enseñan los valores democráticos, lo que realmente existe es un modelo colonial
de enseñanza diseñado para formar profesores cuya dimensión intelectual quede
devaluada y sea sustituida por un complejo de procedimientos y técnicas; un
modelo que impide el pensamiento crítico e independiente, que no permite
razonar sobre lo que se oculta tras las explicaciones y que, por ello mismo, fija
estas explicaciones como las únicas posibles.” [ARTÍCULO 2 COMPLETO Chomsky: El objetivo de la educación].