jueves, 23 de abril de 2015

La tercera fue la vencida


[Crónica de una huida anunciada (mi huida de la universidad o, todo lo que callé durante mi estadía en la Universidad de Guadalajara)]


Inés M. Michel*




Para Sofía, Peredo, Queto, Selene, Elena, 
quienes ayudaron a desdoblar mis alas.



Me tomó algunos años, muchos remiendos, y algunos intentos de carrera universitaria para concluir, lo que ya han concluido muchos antes que yo: el sistema educativo me detesta, aunque no tanto como yo a él. Ese sentimiento mutuo persiste desde la educación básica.

Ahora con más bases, puedo argumentar sólidamente que educar significa en mi país, como en muchos otros, uniformar; e incluso coartar.

Una vez en nivel licenciatura, las cosas se ponen críticas. Pues es la universidad, como espacio donde debieran originarse las ideas libres y el debate sin censura, el lugar que hoy por hoy, resulta más controlado, donde se oprime y se incita al silencio, al conformismo. Muy pocos espacios universitarios escapan a esta norma.

La universidad de Guadalajara no es uno de ellos, lo puedo decir porque pasé los últimos años siendo parte de esa institución de una u otra forma, y seguí de cerca los movimientos que en épocas recientes se han gestado ahí; uno de ellos, UdeG Libre, que desde el nombre, apela a esa libertad que se ha perdido en el espacio universitario público del estado de Jalisco.

Con este texto pretendo reivindicar nuestro derecho como jóvenes a una educación libre de ataduras. Por ello mi afirmación rotunda que quizá escandalizará a algunos: la universidad en la época contemporánea es útil, como una herramienta al alcance de una pequeña parte de la población, mas no indispensable.

Vivimos en la era de la información y la tecnología que comunica al mundo entero, o casi; la nuestra es la época post revolución, en muchos sentidos, post guerras mundiales, post comunismo, post modernidad, y en esta lista de post, se abrió un abanico de posibilidades que aún muchos no comprenden.

Sin duda, el espacio universitario, que como modelo educativo nos fue heredado por la Europa Medieval, ha sido un referente a nivel global para la formación de las y los jóvenes, y la universidad pública, un lugar de lucha en el que surgieron movimientos como el del 68.

Y como tal, no merece ser desacreditado per se. Lo que sí considero indispensable, es cuestionarlo en sus condiciones actuales, y con ello cuestionar a todo un modelo ideológico que pretende formar obreros, en el sentido intelectual del término. Obreros que alimenten las fábricas del capitalismo, y aún más importante, obreros dóciles, débiles, que se sumen al pensamiento neoliberal, obreros mentales que trabajen incondicionalmente para el sistema que toda la vida los oprimirá.

Quizá es en las humanidades y las artes donde la Academia se topa con más resistencia, las mentes se niegan a ser doblegadas, a ser moldeadas, pero me temo que hasta la más férrea convicción se ve contaminada con los incentivos que ofrece la vida universitaria al buen estudiante. Y explicaré el término. El buen estudiante es quien asiste puntualmente a sus clases, se memoriza rápidamente el horario, no falta, obtiene un buen promedio entregando las tareas y trabajos asignados, haciendo con pulcritud los reportes de lectura, los cuadros sinópticos y cuanta actividad probativa de desempeño académico considere necesaria el docente en turno.

Este modelo descrito, suele ir acompañado de estudiantes dóciles, acríticos, acostumbrados a seguir indicaciones y sin intenciones de meterse en problemas, algunos incluso pueden llegar a señalar ante las autoridades a aquellos posibles rebeldes, diferenciándose por completo de ellos.

Como estudiante siempre fui un compendio de contradicciones, que se acentuaron en el último semestre que estuve en la universidad. Por un lado, y solo con fines anecdóticos que considero ayudarán a esta crónica, mi promedio al renunciar a dicho espacio, era de excelencia, y lo fue durante todos los semestres que permanecí en la última carrera que cursé, quedando en 97.77 al momento de mi salida. Sin embargo no fue algo que me propusiera, no en el sentido de ser una estudiante modelo; simplemente me gusta la Historia del Arte, y he estado rodeada de una cantidad ingente de libros desde que nací.

Mi promedio fue por tanto, el reflejo de una cierta facilidad para lo académico, y es contradictorio porque mientras construía este promedio también construí mi rebeldía. Sentía desde el principio una necesidad urgente de cuestionar mucho de lo que en la universidad se considera enseñanza y sin pretensión de liderar ninguna rebelión estudiantil, me convertí en uno de los referentes de la primera generación de la licenciatura en Historia del Arte de la Universidad de Guadalajara, conocida por sus miembros críticos, atípicos en muchos sentidos y particularmente participativos.

Esa generación, de la que siempre formaré parte puesto que me marcó profundamente, soñó con una universidad distinta donde los estudiantes desde su ingreso, se involucren activamente en su formación, sin participar estrictamente de la política estudiantil que por tradición se hace desde hace años en la UdeG, universidad en la que la Federación de Estudiantes Universitarios, FEU, trabaja para cuidar los intereses de quienes dirigen a manera de mafia, la institución. Conozco honrosas excepciones en puestos estudiantiles que vienen a mi mente cuando este tema surge, pero que están tremendamente opacadas por quienes ya desde la preparatoria se vienen forjando como los nuevos políticos que harán fila para cargos públicos, aquellos que con su paso por la FEU, solo buscan un trampolín para darse notoriedad.


De maestros/as y MAESTROS/AS


De este sistema complejo al que pertenecí por años, aprendiendo y cuestionando, me alejé por la terca convicción de que mi ideología se contrapone al guión estructurado que se repite cada ciclo escolar. Clases mediocres impartidas por doctores y doctoras que difícilmente podrían defender ese título en el mundo real; clases promedio  que cumplen un programa casi siempre demasiado ambicioso tomando en cuenta las horas reales de la materia, en las que se sucede un tema tras otro como cubriendo un índice; y, como oasis en el desierto, una o dos clases brillantes, impartidas por maestros o maestras que sin alardes, están ahí compartiendo información y aprendiendo junto a los estudiantes, normalmente docentes de asignatura con un sueldo miserable. Tengo que decir que esas contadas clases brillantes, y esos docentes me mantuvieron por más de dos años en Historia del Arte, pero lo otro siempre pesó demasiado.


Revolución y rebeldía en tiempos de crisis


Vivimos tiempos de crisis, sin duda. Sin embargo, de todas las crisis, la de la educación, no es una más.

Se trata de una época que podría pasar a la Historia como caótica, o me gusta pensar, como una en la que se cambiaron los paradigmas, me parece que aún estamos a tiempo para ello.

Por eso, me pregunto, ¿dónde quedamos los que desde tiempo antes de entrar a la Universidad ya trabajamos en lo que nos gusta? Muchos de nosotros NO sumamos a las filas de los empleados comunes, ni trabajamos para ninguna empresa o institución, somos gestores de nuestro propio empleo, el cual puede ser tan bien o tan mal remunerado como otros empleos convencionales, muchos factores intervienen en ello.

Algunos de nosotros contamos con el apoyo financiero de nuestras familias, otros se la juegan en la autogestión sin más seguridad que la confianza en sí mismos. Unas y otros no somos parte de los ninis, de hecho no pertenecemos a muchas de las categorías comunes y quizá eso es lo que nos define mejor, la falta de una categoría definitiva.

Sé que hay muchas razones para querer un título universitario y no pretenderé que obtener uno, no estuvo en mi horizonte, simplemente lo considero sobre todo una necesidad social, así como el matrimonio (otra cosa en la que no creo), u otras convenciones. Pareciera, desde cierta perspectiva, que no tener un título es una condena al fracaso laboral (si aun con título, es difícil conseguir un buen empleo, ahora imagina si no lo tienes, dirán apresuradas algunas personas), pero creo que esta postura solo está considerando cierto tipo de empleos.

Están por supuesto aquellas carreras que legalmente no se pueden ejercer sin título profesional, aún así, hay médicos debidamente titulados con los que personalmente jamás me pararía a una consulta, pero ese es tema para otra entrada…

Vuelvo a la autogestión, donde se trata de oportunidades pero sobre todo de tenacidad, y de una preparación que no depende del entorno universitario, en la que interviene la capacidad autodidacta y la búsqueda del conocimiento en las fuentes que la tecnología nos proporciona.


La herencia de un abuelo y de un padre


Somos la generación que en la búsqueda de la felicidad nos fue prometido un futuro que parece inalcanzable. [ARTÍCULO 1 Desempleo juvenil]

En mi camino, hoy me decanto por la alternativa más arriesgada: vivir sin aquello por lo que muchos darían la vida, me sumo así a la lista de ejemplos inspiradores que no necesitaron titularse, o algunos siquiera pasar por la universidad, para construir una vida y una carrera exitosa, en distintos niveles, (Gabriel García Márquez, Guillermo del Toro, Quentin Tarantino, Tomás Alva Edison, Albert Einstein, Agatha Christie, Steve Jobs, James Cameron, Bill Gates, Marck Zuckerberg), hay muchos más, los cito sin intentar compararme, cada quien hace su camino a su manera, sin embargo son referencias conocidas del triunfo sin convencionalismos.

En la otra cara de la moneda, están aquellos que  me han inspirado de otra forma, dos ejemplos de vida universitaria y entrega, mi abuelo Javier Michel Vega, y mi padre, Ignacio Mancilla, quienes críticamente construyeron una vida en la Universidad de Guadalajara y desde su trinchera, buscaron eso que anhelo, la libertad de pensamiento. Ellos forman parte de los que se quedaron, pues al final, todo se trata de optar.

Mi pelea y por ello inicio de esta manera este blog,  es insistir en que se puede hacer a mi manera, o a la otra, y de cualquier forma es válido. Me dará un enorme gusto ver titulándose a mis compañeros de generación, esa maravillosa primera generación de Historia del Arte, que decidieron continuar, a pesar de todo lo que sabemos, ellos y yo, que no funciona en ese espacio.

En esta, mi opción, el camino es quizá más espinoso, no lo sé, pero me ha dado ya grandes alas, o tal vez solo las cargué dobladas en mi paso por las instituciones educativas, y el único mensaje que me he planteado dejar plasmado es que nos vendieron la idea de que las escuelas están para educarnos, pero resulta que su labor más bien resulta ser lo contrario.[1]

Nos dijeron, y lo creímos, que para ser alguien, hay que ir a la escuela, terminar la universidad, graduarse y especializarse. Nos creímos que no somos nada sin la universidad y ese papelito que tantos publican con orgullo en redes sociales, al término de los estudios; pero resulta que en la vida ya SOMOS, sin título o con título, somos individuos capaces de prepararnos en lo que nos gusta. Si la universidad está en el camino, solo queda ser partícipe de la experiencia, siempre recordando que la formación se obtiene de muchos lugares, los libros, la vida, lo importante, como decía Einstein, es no dejar de preguntar.

El no entrar a la universidad, o no acabarla, por no poder, por no querer, no define tu éxito, tan solo te lleva por un camino distinto.

Ese edificio, ese símbolo, el espacio universitario, estará ahí formando obreras y obreros;  viéndose desafiado por unos cuantos rebeldes, pero no debemos olvidar nunca que esa institución, no es NADA sin nosotros, alumnas y alumnos, que fuimos, que somos y que serán la vida del campus universitario.

Mi historia apenas comienza…


*La Otra I

 [atea, vegana, feminista,
lectora irredenta
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]

Twitter: @inesmmichel











[1] El objetivo de la educación: La deseducación- Noam Chomsky. “Chomsky critica el actual sistema de enseñanza. Frente a la idea de que en nuestras escuelas se enseñan los valores democráticos, lo que realmente existe es un modelo colonial de enseñanza diseñado para formar profesores cuya dimensión intelectual quede devaluada y sea sustituida por un complejo de procedimientos y técnicas; un modelo que impide el pensamiento crítico e independiente, que no permite razonar sobre lo que se oculta tras las explicaciones y que, por ello mismo, fija estas explicaciones como las únicas posibles.” [ARTÍCULO 2 COMPLETO Chomsky: El objetivo de la educación].