viernes, 24 de julio de 2015

Entre ficción y realidad. Del perfecto asesino al escape perfecto de El Chapo Guzmán


 

J. Ignacio Mancilla*




Para Jacques Lacan (1901-1981) la verdad tienen estructura de ficción.

Algo que las y los mexicanos acabamos de vivir en carne propia, con la más que mediática fuga de El Chapo Guzmán de la cárcel de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México.

Además de los penales (que no fueron) a su favor en contra de Costa Rica y Panamá en la Copa de Oro (ja, ja, ja).  

La forma en que huyó de su reclusión es, ni dudar cabe, de película. Ninguna, desde Alcatraz (Escape from Alcatraz, EUA, 1979) de Don Siegel, hasta Sueños de libertad (The Shawshank Redemption, EUA, 1994) de Frank Darabont, basadas en hechos reales, alcanza el grado de ficción de la huida del ya más que famoso capo mexicano, El Chapo Guzmán.

Es por ello que para continuar con la compleja relación que hay entre realidad y ficción, que de un modo o de otro se ha abordado en este blog, quiero retomar una vieja pero excelente película; me refiero a El perfecto asesino (Léon: The Professional, Francia, 1994), del francés Jean-Luc Besson.


Fotograma de Léon: The professional (Jean-Luc Besson, Francia, 1994)
  

Dicha película nos narra, entre otras cosas, la conocida complicidad entre policías y criminales en lo tocante al tema de la droga; además de otros hechos delictivos, como son los asesinatos pagados por la propia policía.

Se trata de la historia de una niña de 12 años, Mathilda, que por azares de su vida es salvada de morir, por un matón italiano (que tiene una ética: la de no matar ni mujeres, ni niños); llegándose a dar, entre ellos, una relación muy profunda, de amor, misma que hace posible que, por segunda vez, Mathilda sea salvada por Léon, a costa incluso de su vida.

Esta es, en síntesis, la trama del film.

Del que voy a detenerme en la escena climática, prácticamente el final, en la que se juega todo el sentido de la más que formidable narración cinematográfica de Jean-Luc Besson.

Para luego pasar a decir algunas cosas sobre el increíble escape, el segundo (el primero fue de Puente Grande, Jalisco; en tiempo de Fox y el Partido de Acción Nacional, PAN), de El Chapo Guzmán, que puso en entredicho no solamente la política de seguridad sino al Estado mismo.

Bien, después del asedio policíaco, sumamente exagerado, como solamente pasa en el cine, pues el agente de la DEA (Norman Stansfield, magistralmente interpretado por Gary Oldman) manda traer a todo su personal disponible, y una vez que Léon ha logrado que Mathilda se salga del departamento, este puede salir, mal herido, cierto, pero sale librado de la escabrosa situación.

Sin embargo, ya a punto de alcanzar su escape, es visto por el agente de la DEA quien, para poder matarlo sin testigos, desaloja a todos los policías, y de hecho le dispara, para, así arrebatarle toda posibilidad de escape.

Pero, oh sorpresa, todavía antes de morir, Léon le murmura algo al oído, le pregunta si es … Stanfield, y cuando el agente le dice que sí, le entrega algo en la mano, de parte de Mathilda, un dispositivo de toda la carga de explosivos que llevaba en su cuerpo, como plan B; con lo que asesina al agente corrupto y criminal que había matado al hermanito de Mathida y a toda su familia.

La película continúa, pero, insisto, con esto prácticamente se cierra el film, con un acto de justicia, a la manera de la ley del talión; ojo por ojo, diente por diente.

Donde el asesino a sueldo muestra su humanismo, a diferencia del agente policíaco.

En la película podemos ver una excelente actuación de Jean Reno y de la hoy afamada Natalie Portman; entonces prácticamente una niña (hoy es una consumada actriz de cine). Al grado que una escena fue censurada, pues en ella se nos presenta algo del orden del amor entre Leone y Mathilda. Una escena de aproximadamente 5 o 6 minutos.

Por otro lado, el escape de El Chapo Guzmán pone en entredicho un Estado, el mexicano; pero no voy a usar, aquí, en este blog, porque me resisto a ello, el concepto de Estado fallido, porque, así lo pienso, es un término muy ideologizado, por los neoliberales empoderados.

Prefiero el concepto de Estado canalla, tal y como lo usa Jacques Derrida (1930-2004) en su libro Canallas. Dos ensayos sobre la razón, para referirme a un Estado que es muy eficiente cuando se trata de aplicar toda su fuerza contra los de abajo, por ejemplo las y los profesores de la Coordinadora Nacional de la Educación (CNTE); y que es muy ineficiente cuando hay que perseguir a los grandes criminales y a las y los que delinquen desde el Estado mismo.  

El caso más paradigmático al respecto es el del expresidente Carlos Salinas de Gortari.

En conclusión, es toda la criminalización del Estado mexicano, que viene por lo menos desde, precisamente, Carlos Salinas de Gortari, aunado a su gran corrupción, lo que hizo que la fuga de El Chapo Guzmán adquiriera  la dimensión fantástica que tuvo, misma que se ha reflejado en las redes sociales, sobre todo con los numerosos memes que se hicieron sobre tan singular y fantástica fuga.






Llegándose, de este modo, a cruzar lo ficticio con lo real al grado de no saber, con precisión, hoy día, si existe, entre los políticos y los delincuentes, una línea que los separe y los distinga.

Este es el drama, nada ficticio, en el que vivimos no solamente los mexicanos sino, prácticamente, las y los ciudadanos de cualquier parte del mundo, pues, para decirlo con Giorgio Agamben, hoy el Estado de excepción (la suspensión de la Ley) es la regla en todo el mundo.   

Grecia y México, son buenos ejemplos, solamente; y cada país tiene, en este sentido, tiene su propia peculiaridad e historia.

Historia que, en el caso de México, no deberíamos echar por la borda; antes bien, tenemos que recuperarla, esto contra el sentido uniformante que adquiere hoy el modelo neoliberal.
  

viernes, 17 de julio de 2015

LO HUMANO VS LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL: Cuando la máquina se volvióhumana y los humanos perdimos la humanidad


                                       Inés M. Michel*



Para Selene y Sofía,
 maestras de la Lic. en Historia del Arte,  que me motivaron a crear,
no solo textos sino una forma de vivir fuera de la academia.



[En una entrada pasada hablé de una ponencia presentada en mis tiempos universitarios, donde me cuestioné sobre lo humano y la máquina inteligente. Como las preguntas que me hice siguen muy presentes, he decidido recuperar el texto y dividirlo en dos partes para presentarlo en este blog en dos entradas, esta es la primera parte].


Presentación



Aunque mis actividades académicas este semestre se vieron confusas e interrumpidas por proyectos laborales impostergables y más tarde por una lesión en mi tobillo derecho, eso no solo no impidió mi participación en estas Jornadas, sino que fue una posibilidad de avance para mi quehacer académico, y la creación de este texto, que empezó a gestarse desde el semestre pasado, cuando trabajé el tema en una de las materias de la Licenciatura en Historia del Arte, a la que pertenezco desde 2012.

Con esto reafirmo mi postura tantas veces expresada en otros espacios, de que estar en un edificio universitario, no es determinante para crear, para pensar, estudiar, o leer; lo es las ganas que te mueven a ello. Pues bueno, aquí voy.


Introducción


He titulado a mi ponencia Lo humano vs. La inteligencia artificial, y como subtítulo agregué Cuando la máquina se volvió humana y los humanos perdimos la humanidad, en un intento quizá poético, de reflexionar acerca de este futuro hipertecnologizado que se explora en muchos relatos de ciencia ficción y que parece, desde muchos puntos de vista, habernos alcanzado ya.

¿El futuro es ahora? Un eslogan de una compañía de videojuegos, afirmaba que sí, el futuro es ahora; en este panorama, el horizonte que representaba el 2000 como fecha emblemática, el cambio de siglo y el rebase ya de catorce años, de esta línea, nos coloca encima de muchas fechas planteadas como muy lejanas en las décadas pasadas. Se trata del futuro que nos ha alcanzado; y esto por supuesto es una referencia a la película de 1973, Soylent Green (Richard Fleischer, EU), que fue titulada en español Cuando el destino nos alcance.

En esta película como en las que sirven de guía para mi trabajo, el filme Blade Runner, del vanagloriado director Rydley Scott y I, robot, o Yo, robot, de Alex Proyas, se plantea un futuro distópico que contrasta con la utopía futurista que caracteriza a otros relatos de ciencia ficción, tanto en la literatura como en el cine.

Mucho más en Blade Runner, ubicada en Los Ángeles, California en el año 2019, que en I, robot, planteada en Chicago en 2035, vemos una Tierra completamente devastada por las consecuencias del progreso tecnológico y la superpoblación. En este escenario las máquinas, ahora dotadas de inteligencia artificial, y de una apariencia idéntica a la humana en el caso de Blade Runner, forman parte de la vida cotidiana, y son una realidad que pertenece a una categoría que dejó de ser hace bastante la de la ficción.
La comparación entre el humano y la máquina es inherente a la condición humana, desde el momento en que como sociedad, desarrollamos máquinas, que podían con un nivel de complejidad, llevar a cabo tareas tanto sencillas como complicadas, haciéndolo igual o mejor que los humanos.

El siglo XIX resulta un parteaguas histórico, pues es a principios de este, y continuando un proceso iniciado ya desde el siglo XVIII, donde se replantea y transforma a la humanidad, tras un conjunto de cambios sin precedente donde la revolución industrial le otorga sentido a mucho de lo que hoy entendemos por máquina.

Más adelante, con la llegada de la tecnología avanzada y la robótica, y aún antes, con las especulaciones de la ciencia ficción, los humanos nos empezamos a preguntar qué pasaría si alguna vez el desarrollo tecnológico permitiera la creación de máquinas con aspecto idéntico al del humano, pero más importante, con las mismas capacidades para desarrollar inteligencia, tomar decisiones y actuar, emulando sentimientos y reacciones hasta ahora reservadas para nuestra especie.

El arte no fue ajeno a esta pregunta, e hizo lo propio imaginando en distintas disciplinas escenarios futuristas donde humanos y máquinas, igualados por la tecnología de punta, conviven como iguales. Yo me pregunto, ¿iguales?

¿Puede llegar una máquina, un robot, a ser igual a un ser humano? ¿Puede un hombre o una mujer diseñada, proveniente de una fábrica, dotada de inteligencia artificial, actuar y desenvolverse en el mundo sin ninguna diferencia con respecto a un hombre o mujer humana?

Y si se pudiera afirmar que hay características o cualidades que son únicas en lo humano, imposibles de copiar, ¿cuáles son estas características? ¿Es posible que la inteligencia artificial, desarrollara eventualmente la capacidad para emular estas características a la perfección?
 
Para aproximarme a estas respuestas, tomaré como líneas conductoras, una narración corta titulada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Do Androids Dream of Electric Sheep?, 1968) del genial escritor Philip K. Dick, quien estableció muchos de los parámetros de la estética y la narrativa futurista y de ciencia ficción; y, como ya he mencionado, la película del reconocido director estadounidense, Ridley Scott, basada en la narración de Dick, Blade Runner (EU, 1982); así como la película del cineasta Alex Proyas, I, robot (Yo, robot, EU, 2004).

Pretendo entretejer una red con estos tres trabajos que contienen en su narrativa, las preguntas que me he hecho sobre lo humano con respecto a la máquina. Los tres, aportan valiosas reflexiones, así como puntos clave que desarrollaré a continuación, enfrentándonos a las preguntas que han dado la vuelta a la filosofía desde su concepción.

¿Qué nos hace humanos? ¿Qué nos diferencia de las máquinas?


De androides y robots


Fotograma de I, Robot (Alex Proyas, EU, 2004)


Spooner: "Los seres humanos tienen sueños, los perros también, pero tú no.
Solo eres una máquina, una imitación de la vida.
¿Puedes componer una sinfonía?
¿Puedes convertir un lienzo en una hermosa obra de arte?"

Sonny: "¿Puede usted?"



Diálogo de I, robot entre el detective Spooner y el robot Sonny,
quién es interrogado tras un asesinato.



Este diálogo me parece fundamental, lo retomaré un poco más adelante.

Se cuenta que en tiempos de Platón, durante uno de sus discursos frente a sus alumnos, uno de ellos le preguntó: “maestro ¿Qué cosa es el hombre?” A lo que Platón le respondió: “el hombre es un bípedo sin plumas”. Diógenes, quien pertenecía a la escuela de los cínicos, enfrentada al platonismo, estaba escuchando desde afuera del jardín, así que decidió ir por un pollo, desplumarlo y regresar donde estaba Platón con sus discípulos, entrando intempestivamente y diciendo al tiempo que arrojaba el pollo al suelo, “¡señores ahí tienen el hombre de Platón!”.

Definir lo humano, no es tarea fácil. Con el paso del tiempo, distintas sociedades, corrientes filosóficas y disciplinas científicas lo han intentado. Más allá de llegar a una definición del ser humano, lo que intento en este trabajo, es reflexionar en torno a las diferencias o características únicas que diferenciarían a un humano de un robot dotado de inteligencia artificial, un replicant (replicante o réplico).[1]  


Póster de Blade Runner (Ridley Scott, EU, 1982)



La narración de Phil K. Dick, ubicada en un futuro donde la guerra, la carestía y la tecnología se mezclan en un escenario desalentador (algo, bastante similar a lo que ocurre hoy en día), propone que los replicantes no saben que lo son en muchos de los casos, y poseen una serie de memorias implantadas que les harían recordar periodos por los que nunca pasaron como la niñez. 

 
Portada de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick, EU, 1968)


A simple vista es imposible distinguirlos de los seres humanos ya que su diseño es idéntico físicamente. La única manera de diferenciarlos es con un elaborado cuestionario, que detecta las reacciones a una serie de preguntas que están muy relacionadas con la moral y la reacción emocional al interrogatorio.

Por otro lado, tenemos la historia desarrollada en I, robot, que se atribuye a las Series de Robots de Isaac Asimov, que incluye una recopilación de cuentos del mismo nombre, Yo, robot. 

 
Póster de I, Robot (Alex Proyas, EU, 2004)



Reflexionando en torno a la película, ambientada como dije en la Introducción, en Chicago en el año 2035, encontramos un futuro donde las máquinas dotadas de inteligencia artificial, conocidas como robots, son fabricadas y vendidas por United States Robotics (Robótica de los Estados Unidos), como ayudantes de diversas tareas: servidumbre en el hogar, máquinas para trabajo pesado, acompañantes de niños, entre otras muchas.

Su apariencia no es idéntica a la de los seres humanos y solo poseen ciertas cualidades humanoides, un cuerpo con cuatro extremidades (brazos y piernas), y un rostro que puede mostrar ciertas expresiones. Todo en un color metálico platinado, que caracteriza a los robots de la serie NS-5, la última en el mercado, y a la que pertenece el protagonista robot de la historia, Sonny.

Aquí el robot en cuestión, se ve involucrado en un asesinato, y el único que parece creer que un robot es capaz de asesinar, contradiciendo así las tres leyes de la robótica con que son programados desde etapa temprana y que les impiden dañar a seres humanos, es el detective Spooner, quien es especialmente reticente a aceptar a esta máquinas como parte de la vida diaria y sobre todo, como elementos seguros para la humanidad.

El diálogo con que abro esta parte del texto, me parece especialmente importante, pues humano y máquina se ven enfrentados cara a cara en un interrogatorio, y el detective Spooner, busca por todos los medios hacerle saber a este robot (que insiste en ser llamado Sonny, exigiendo así que se le reconozca como un ser con nombre propio), que para él es un abrelatas sofisticado, sin capacidad de sentimientos genuinos. Así al preguntarle si es capaz de crear una sinfonía o transformar un lienzo en una obra de arte, la respuesta de Sonny, lo deja paralizado por un momento: “¿Puede usted?”

Es cierto, la humanidad ha creado a lo largo de su existencia, magníficas y espectaculares obras arquitectónicas, escultóricas, pictóricas, y piezas de arte pertenecientes a un sinnúmero de disciplinas artísticas, pero no todos los humanos somos capaces de crear con esta genialidad, no cualquier ser humano puede pintar, esculpir, componer, escribir.

Si la capacidad de crear y más específicamente crear arte, no fuera lo que distingue al ser humano de un robot, ¿es la inteligencia lo que determinaría la diferencia? ¿Y si la inteligencia artificial superara a la humana? Y lo hace; sabemos que cálculos matemáticos, estadísticas y predicciones, pueden ser echas más rápidamente y con más exactitud por una computadora que por una persona.

Y hemos llegado a una palabra que parece engoblar lo humano y a su vez hace una distinción que me posibilita guiar la reflexión a la esencia que reside en cada ser humano y que lo hace único e insustituible: persona. ¿Qué es una persona?

[Continuará...]


Mayo, 2014 (fecha original de la ponencia, presentada en el marco de las Jornadas Multidisciplinarias, del Centro Universitario de Tonalá, Universidad de Guadalajara). 




*La Otra I

 [atea, vegana, feminista,
lectora irredenta
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]

Twitter: @inesmmichel










[1] Término utilizado en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? para denominar a un robot de apariencia humana, retomado en Blade Runner.

jueves, 9 de julio de 2015

Grecia y México, contra la tiranía del (Dios) dinero: ¡Oxi(ge)no!


J. Ignacio Mancilla*






Entre el suicidio de Guillermo Indart Martínez, de 68 años de edad, el pasado 30 de junio en Guadalajara (específicamente en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, CUCSH de la Universidad de Guadalajara) y el No mayoritario (contra las expectativas esperadas) de los griegos a las condiciones del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comunidad Europea, hay una misma lógica, muchas veces descarnada, otras ocasiones más sutil: la de la tiranía del dinero (trabajo muerto), pero también mercancías y cosas en general, contra los seres humanos singulares (trabajo vivo) y toda la vida en sus sentido concreto, si seguimos a Marx.



En este texto quiero hacer algunas mediaciones, complicadas y arriesgadas, lo sé, entre un fenómeno y el otro, sabiendo que los dos son sumamente complejos; uno porque estamos hablando de la subjetividad en el sentido más singular; el otro porque estamos tratando de lo social y político, bajo las premisas de la economía bajo el predominio, actual, del capital financiero.



Como suele pasar con los suicidios, hay un gran hermetismo, de modo que sobre el de Guillermo Indart Martínez solamente sabemos que dejó una carta y que se sentía muy solo, es así como acabó con su vida, arrojándose del tercer piso del CUCSH (Normal); la pregunta que nos hacemos desde este blog, en el que ya he hablado del suicidio, es: ¿por qué ir a quitarse la vida a una universidad, particularmente a la Universidad de Guadalajara?



Los últimos suicidios en Guadalajara se han realizado  en lugar muy significativos: la Catedral, una Plaza comercial, una sala de Cine y ahora un lugar del saber.



Como es frecuente, los suicidios terminan en mera nota roja, sin oportunidad de indagar, en el sentido más específico, qué es lo que orilló al suicida a quitarse la vida.



Por otro lado, la votación del domingo 5, en Grecia, tenía mucho de “suicida”; se votara por el sí o por el no. Finalmente hubo un rechazo contundente a las condiciones ignominiosas que la troika (Fondo Monetario Internacional, Banco de la Comunidad Europea y la propia Comunidad Europea), como se les conoce, querían someter al gobierno de Alexis Tsipras y a todo el pueblo griego.



Y la disyuntiva es el dinero o la vida, para jugar con esa opción impuesta por el ladrón de la bolsa o la vida, donde si uno opta por la bolsa (el dinero, en los casos de los que estamos aquí hablando), pierde las dos; los griegos optaron por la vida. Y sí, con ello se arriesgaron, al tiempo que abrieron otras posibilidades no solo para ellos, sino para otros pueblos y otras economías, como la nuestra, por ejemplo.



Al fin de cuentas la democracia fue una creación griega, hoy refrendada, en tiempos de su mayor crisis, curiosamente.



Con la votación del domingo no se cierra, de ningún modo, el problema; apenas empieza, de modo que seguiremos pendientes de lo que ocurra en el país donde, precisamente, por medio de una votación, se condenó a un singular hombre, Sócrates, hoy conocido y reconocido, mundialmente, como el formador directo e indirecto de dos de los más grandes espíritus humanos: Platón y Aristóteles.



Europa toda, lejos de atentar contra Atenas, permítaseme el juego de palabras, debería abonar por una Europa digna y justa, libre de la tutela del Imperio (del dinero, Estados Unidos), para que su apuesta sea, como la del pueblo griego, por la vida y no por el dinero (capital financiero). Es su propio destino el que está en juego; el de sus pueblos, y no el de sus burocracias políticas y de poder que lo único que persiguen es el aniquilamiento de la vida, como Marx lo tuvo muy claro desde que esbozó su primer plan general de su más que genial crítica a la economía política.



Me refiero a lo que hoy se conoce como Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 (publicados por David Riazanov en 1932), texto increíble en el que en un apartado (del tercer manuscrito) que lleva como subtítulo, precisamente, Dinero, cita a Goethe y en especial a William Shakespeare, en una textualidad más que elocuente sobre la degradación que nos ofrece el dinero, incluso cuando nos oferta, precisamente, su mayor potencia, real y aparente.



Pero dejemos la palabra al gran bardo, quien por medio de Timón de Atenas (paradojas de la vida), afirma sobre el dinero algo que hoy más que nunca nos suena y resuena como plenamente vigente:



“¡Oro! ¡Oro amarillo, brillante, precioso! ¡No, oh dioses, no soy hombre que haga plegarias inconsecuentes! ¡Simples raíces, oh cielos purísimos! Muchos suelen volver con esto lo blanco negro; lo feo, hermoso; lo falso, verdadero; lo bajo, noble; lo viejo, joven; lo cobarde, valiente. ¡Oh dioses! ¿Por qué? Esto os va a sobornar a vuestros sacerdotes y a vuestros sirvientes y a alejarlos de vosotros; va a retirar la almohada de debajo de la cabeza del hombre más robusto; este amarillo esclavo va a fortalecer y disolver religiones, bendecir a los malditos, hacer adorar la lepra blanca, dar plazas a los ladrones, y hacerlos sentarse entre los senadores, con títulos, genuflexiones y alabanzas. Él es el que hace que se vuelva a casar la viuda marchita y el que perfuma y embalsama como un día de abril a aquella ante la cual entregarían la garganta, el hospital y las úlceras en persona. Vamos, fango condenado, puta común de todo el género humano, que siembras la disensión entre la multitud de las naciones, voy a hacerte trabajar según tu naturaleza”. (Timón de Atenas en William Shakespeare, Obras Completas, Tomo II, Editorial Aguilar, Madrid, 1978).   



Después de esta larga cita, muy necesaria, la verdad no estoy seguro de que el dinero no haya tenido nada que ver en el suicidio de Guillermo Indart Martínez (directa o indirectamente); pero sí estoy seguro que tuvo que ver con el rotundo NO de los griegos que, a su modo, dijeron NO al dinero; para decir, trágicamente, griegos al fin, su gran SÍ  a la vida. Marx hablaba del dinero como un Moloch moderno, al que se sacrifican miles y millones de vidas.



Es por ello que Shakespeare, pero con Marx, sigue teniendo la razón, después de todo.



¿Cuándo lo vamos a entender y... obrar en consecuencia?, y que nuestra apuesta cotidiana, aquí, en México, en Grecia y en todo el mundo, sea precisamente por la vida y no por el dinero.



Por último, es de llamar la atención lo que ha venido haciendo el Papa Francisco; pienso en la Encíclica Laudato si, y ahora en lo que dijo en Ecuador el pasado 7 de julio (VER AQUÍ), pues es un posicionamiento contra el dinero y, sobre todo, contra la degradación social.



¿Habrá consecuencia al respecto? El tiempo y los hechos lo dirán.



Dios Moloch