Inés M. Michel*
Para Selene y
Sofía,
maestras de la Lic. en Historia del Arte, que me motivaron a crear,
no solo textos sino una forma de vivir fuera de la academia.
[En una entrada pasada hablé de una ponencia presentada en mis tiempos universitarios, donde me cuestioné sobre lo humano y la máquina inteligente. Como las preguntas que me hice siguen muy presentes, he decidido recuperar el texto y dividirlo en dos partes para presentarlo en este blog en dos entradas, esta es la primera parte].
Presentación
Aunque mis actividades académicas este semestre se vieron
confusas e interrumpidas por proyectos laborales impostergables y más tarde por
una lesión en mi tobillo derecho, eso no solo no impidió mi participación en estas
Jornadas, sino que fue una posibilidad de avance para mi quehacer académico, y
la creación de este texto, que empezó a gestarse desde el semestre pasado,
cuando trabajé el tema en una de las materias de la Licenciatura en Historia
del Arte, a la que pertenezco desde 2012.
Con esto reafirmo mi postura tantas veces expresada en otros
espacios, de que estar en un edificio universitario, no es determinante para crear,
para pensar, estudiar, o leer; lo es las ganas que te mueven a ello. Pues
bueno, aquí voy.
Introducción
He titulado a mi ponencia Lo
humano vs. La inteligencia artificial, y como subtítulo agregué Cuando la máquina se volvió humana y los
humanos perdimos la humanidad, en un intento quizá poético, de reflexionar
acerca de este futuro hipertecnologizado que se explora en muchos relatos de
ciencia ficción y que parece, desde muchos puntos de vista, habernos alcanzado
ya.
¿El futuro es ahora? Un eslogan de una compañía de
videojuegos, afirmaba que sí, el futuro es ahora; en este panorama, el
horizonte que representaba el 2000 como fecha emblemática, el cambio de siglo y
el rebase ya de catorce años, de esta línea, nos coloca encima de muchas fechas
planteadas como muy lejanas en las décadas pasadas. Se trata del futuro que nos
ha alcanzado; y esto por supuesto es una referencia a la película de 1973, Soylent Green (Richard Fleischer, EU),
que fue titulada en español Cuando el
destino nos alcance.
En esta película como en las que sirven de guía para mi
trabajo, el filme Blade Runner, del
vanagloriado director Rydley Scott y I,
robot, o Yo, robot, de Alex
Proyas, se plantea un futuro distópico que contrasta con la utopía futurista
que caracteriza a otros relatos de ciencia ficción, tanto en la literatura como
en el cine.
Mucho más en Blade
Runner, ubicada en Los Ángeles, California en el año 2019, que en I, robot, planteada en Chicago en 2035,
vemos una Tierra completamente devastada por las consecuencias del progreso
tecnológico y la superpoblación. En este escenario las máquinas, ahora dotadas
de inteligencia artificial, y de una apariencia idéntica a la humana en el caso
de Blade Runner, forman parte de la
vida cotidiana, y son una realidad que pertenece a una categoría que dejó de
ser hace bastante la de la ficción.
La comparación entre el humano y la máquina es inherente a la
condición humana, desde el momento en que como sociedad, desarrollamos
máquinas, que podían con un nivel de complejidad, llevar a cabo tareas tanto
sencillas como complicadas, haciéndolo igual o mejor que los humanos.
El siglo XIX resulta un parteaguas histórico, pues es a
principios de este, y continuando un proceso iniciado ya desde el siglo XVIII,
donde se replantea y transforma a la humanidad, tras un conjunto de cambios sin
precedente donde la revolución industrial le otorga sentido a mucho de lo que
hoy entendemos por máquina.
Más adelante, con la llegada de la tecnología avanzada y la
robótica, y aún antes, con las especulaciones de la ciencia ficción, los
humanos nos empezamos a preguntar qué pasaría si alguna vez el desarrollo
tecnológico permitiera la creación de máquinas con aspecto idéntico al del
humano, pero más importante, con las mismas capacidades para desarrollar
inteligencia, tomar decisiones y actuar, emulando sentimientos y reacciones
hasta ahora reservadas para nuestra especie.
El arte no fue ajeno a esta pregunta, e hizo lo propio
imaginando en distintas disciplinas escenarios futuristas donde humanos y
máquinas, igualados por la tecnología de punta, conviven como iguales. Yo me pregunto, ¿iguales?
¿Puede llegar una máquina, un robot, a ser igual a un ser humano? ¿Puede un hombre
o una mujer diseñada, proveniente de una fábrica, dotada de inteligencia
artificial, actuar y desenvolverse en el mundo sin ninguna diferencia con
respecto a un hombre o mujer humana?
Y si se pudiera afirmar que hay características o cualidades
que son únicas en lo humano, imposibles de copiar, ¿cuáles son estas
características? ¿Es posible que la inteligencia artificial, desarrollara
eventualmente la capacidad para emular estas características a la perfección?
Para aproximarme a estas respuestas, tomaré como líneas
conductoras, una narración corta titulada ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas? (Do Androids Dream of Electric
Sheep?, 1968)
del genial escritor Philip K. Dick, quien estableció muchos de los parámetros
de la estética y la narrativa futurista y de ciencia ficción; y, como ya he
mencionado, la película del reconocido director estadounidense, Ridley Scott,
basada en la narración de Dick, Blade
Runner (EU, 1982); así como la película del cineasta Alex Proyas, I, robot (Yo, robot, EU, 2004).
Pretendo entretejer una red con estos tres trabajos que
contienen en su narrativa, las preguntas que me he hecho sobre lo humano con
respecto a la máquina. Los tres, aportan valiosas reflexiones, así como puntos
clave que desarrollaré a continuación, enfrentándonos a las preguntas que han
dado la vuelta a la filosofía desde su concepción.
¿Qué nos hace humanos? ¿Qué nos diferencia de las máquinas?
De androides y
robots
Fotograma de I, Robot (Alex Proyas, EU, 2004) |
Spooner: "Los seres humanos tienen sueños,
los perros también, pero tú no.
Solo eres una máquina,
una imitación de la vida.
¿Puedes componer una
sinfonía?
¿Puedes convertir un
lienzo en una hermosa obra de arte?"
Sonny: "¿Puede usted?"
Diálogo de I, robot
entre el detective Spooner y el robot Sonny,
quién es interrogado tras un asesinato.
Este diálogo me parece
fundamental, lo retomaré un poco más adelante.
Se cuenta que en tiempos
de Platón, durante uno de sus discursos frente a sus alumnos, uno de ellos le
preguntó: “maestro ¿Qué cosa es el hombre?” A lo que Platón le respondió: “el
hombre es un bípedo sin plumas”.
Diógenes, quien pertenecía a la escuela de los cínicos, enfrentada al platonismo,
estaba escuchando desde afuera del jardín, así que decidió ir por un pollo,
desplumarlo y regresar donde estaba Platón con sus discípulos, entrando
intempestivamente y diciendo al tiempo que arrojaba el pollo al suelo,
“¡señores ahí tienen el hombre de Platón!”.
Definir lo humano, no es
tarea fácil. Con el paso del tiempo, distintas sociedades, corrientes
filosóficas y disciplinas científicas lo han intentado. Más allá de llegar a
una definición del ser humano, lo que intento en este trabajo, es reflexionar
en torno a las diferencias o características únicas que diferenciarían a un
humano de un robot dotado de inteligencia artificial, un replicant (replicante o
réplico).[1]
Póster de Blade Runner (Ridley Scott, EU, 1982) |
La narración de Phil K.
Dick, ubicada en un futuro donde la guerra, la carestía y la tecnología se
mezclan en un escenario desalentador (algo, bastante similar a lo que ocurre
hoy en día), propone que los replicantes no saben que lo son en muchos de los
casos, y poseen una serie de memorias implantadas que les harían recordar
periodos por los que nunca pasaron como la niñez.
Portada de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick, EU, 1968) |
A simple vista es
imposible distinguirlos de los seres humanos ya que su diseño es idéntico
físicamente. La única manera de diferenciarlos es con un elaborado
cuestionario, que detecta las reacciones a una serie de preguntas que están muy
relacionadas con la moral y la reacción emocional al interrogatorio.
Por otro lado, tenemos
la historia desarrollada en I, robot,
que se atribuye a las Series de Robots
de Isaac Asimov, que incluye una recopilación de cuentos del mismo nombre, Yo, robot.
Póster de I, Robot (Alex Proyas, EU, 2004) |
Reflexionando en torno a
la película, ambientada como dije en la Introducción, en Chicago en el año
2035, encontramos un futuro donde las máquinas dotadas de inteligencia
artificial, conocidas como robots, son fabricadas y vendidas por United States
Robotics (Robótica de los Estados Unidos), como ayudantes de diversas tareas:
servidumbre en el hogar, máquinas para trabajo pesado, acompañantes de niños,
entre otras muchas.
Su apariencia no es
idéntica a la de los seres humanos y solo poseen ciertas cualidades humanoides,
un cuerpo con cuatro extremidades (brazos y piernas), y un rostro que puede
mostrar ciertas expresiones. Todo en un color metálico platinado, que
caracteriza a los robots de la serie NS-5, la última en el mercado, y a la que
pertenece el protagonista robot de la historia, Sonny.
Aquí el robot en
cuestión, se ve involucrado en un asesinato, y el único que parece creer que un
robot es capaz de asesinar, contradiciendo así las tres leyes de la robótica
con que son programados desde etapa temprana y que les impiden dañar a seres humanos,
es el detective Spooner, quien es especialmente reticente a aceptar a esta
máquinas como parte de la vida diaria y sobre todo, como elementos seguros para
la humanidad.
El diálogo con que abro
esta parte del texto, me parece especialmente importante, pues humano y máquina
se ven enfrentados cara a cara en un interrogatorio, y el detective Spooner,
busca por todos los medios hacerle saber a este robot (que insiste en ser
llamado Sonny, exigiendo así que se le reconozca como un ser con nombre
propio), que para él es un abrelatas sofisticado, sin capacidad de sentimientos
genuinos. Así al preguntarle si es capaz de crear una sinfonía o transformar un
lienzo en una obra de arte, la respuesta de Sonny, lo deja paralizado por un
momento: “¿Puede usted?”
Es cierto, la humanidad
ha creado a lo largo de su existencia, magníficas y espectaculares obras
arquitectónicas, escultóricas, pictóricas, y piezas de arte pertenecientes a un
sinnúmero de disciplinas artísticas, pero no todos los humanos somos capaces de crear con esta genialidad, no cualquier ser humano puede pintar, esculpir,
componer, escribir.
Si la capacidad de crear
y más específicamente crear arte, no fuera lo que distingue al ser humano de un
robot, ¿es la inteligencia lo que determinaría la diferencia? ¿Y si la
inteligencia artificial superara a la humana? Y lo hace; sabemos que cálculos
matemáticos, estadísticas y predicciones, pueden ser echas más rápidamente y
con más exactitud por una computadora que por una persona.
Y hemos llegado a una
palabra que parece engoblar lo humano y a su vez hace una distinción que me
posibilita guiar la reflexión a la esencia que reside en cada ser humano y que
lo hace único e insustituible: persona. ¿Qué es una persona?
[Continuará...]
Mayo, 2014 (fecha original de la ponencia, presentada en el marco de las Jornadas Multidisciplinarias, del Centro Universitario de Tonalá, Universidad de Guadalajara).
[Continuará...]
Mayo, 2014 (fecha original de la ponencia, presentada en el marco de las Jornadas Multidisciplinarias, del Centro Universitario de Tonalá, Universidad de Guadalajara).
[1] Término utilizado en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? para denominar a un
robot de apariencia humana, retomado en Blade
Runner.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario