martes, 31 de octubre de 2017

Apuntes sobre la escritura creativa


Inés M. Michel*






"A la gente cuyo trabajo va más allá del campo de las ideas y penetra en la realidad material..."


Fragmento de la dedicatoria de Frank Herbert en Dune.




Hace unos meses terminé de leer Dune, apenas el primer tomo. Esta epopeya ecológica -usando el término que aparece en la portada- es una extensa obra del estadounidense Frank Herbert (1920 – 1986) a la que se le han ido añadiendo más volúmenes (cinco escritos por el mismo autor y dos más por su hijo, Brian Herbert, y Kevin J. Anderson, quienes usaron las notas del escritor, encontradas después de su muerte), además de contar con tres adaptaciones audiovisuales (cine y televisión), una de ellas muy famosa a cargo del realizador David Lynch (Dune, EU, 1984), quien ha renegado públicamente del trabajo –su primera y última superproducción- por considerar que se le fue de las manos y que no logró llevarlo a buen término.

Mientras leía este texto que está considerado como una obra maestra de la ciencia ficción (ganadora de los premios Nébula, Hugo e Internacional de Fantasía), fue creciendo en mí el asombro al ser testigo del universo tan complejo y vasto que Herbert fue capaz de plasmar con una minuciosidad paciente y laboriosa. Al finalizar la lectura encontramos un apéndice con datos que permiten entrelazar y comprender mejor lo narrado, incluyendo un glosario con la terminología del imperio, un mapa y notas cartográficas, así de minucioso es.

La historia nos cuenta sobre Arrakis, un planeta desértico donde el agua es el bien más preciado; en este lugar se suscitan una serie de disputas por el control del territorio, valioso porque en él se produce una droga que se comercializa en todo el universo, la especia Melange. Partiendo de esta premisa vamos conociendo el origen y linaje de las familias que se encuentran en el poder, las características de este mundo y de otros más que están bajo el control del Imperio Galáctico, así como particularidades del lenguaje de diferentes grupos. 

Seguimos a Paul Atreides, el protagonista, quien está destinado a ser un líder para los Fremen, seres que han logrado adaptarse al territorio desértico y que enfrentan numerosas amenazas, naturales y humanas. Heredero de un gran poder, este joven va forjando su carácter en tiempos de guerra y enfrentamientos, mientras reflexiona sobre los alcances de su fortaleza y la naturaleza de sus lazos familiares y su lealtad.


Dune. Concept Art Illustration. Tomada de: conceptartworld.com


Todo esto me llevó a pensar en lo profunda que puede llegar a ser la labor de un escritor o escritora que se entrega a la creación de una diégesis en la que intervienen tantos factores. Tenía claro que la escritura es un proceso que se nutre de muchas experiencias y conocimientos, que como ejercicio conjunta una serie de saberes, y que en la maestría de quien narra radica la posibilidad de hacer una propuesta propia y diferente. Pero con Dune esto me fue confirmado y, además, fue aún más lejos mi experiencia como lectora al sumergirme en una obra que entreteje en forma de relato de ciencia ficción reflexiones sobre lo humano, la trascendencia, la ecología, la libertad y la supervivencia, por mencionar algunas cuestiones que se abordan en la narración.

Lo que me gustaría asentar aquí es que escribir literatura es más que imaginar personajes y situaciones. Todo aquello que podamos conocer y aprender, ya sea matemáticas, historia, pintura, biología, o cualquier disciplina, servirá en la tarea de narrar, y más que eso, nutrirá a la historia y aumentará la capacidad creativa y los alcances narrativos de quien escribe.

Es buen momento para recordar también que la literatura fantástica, tan denostada en muchos círculos intelectuales por, supuestamente, no ocuparse de asuntos trascendentales, no hace otra cosa más que hablar de la realidad y problematizarla. Con el pretexto de la ficción se pueden decir muchas cosas sobre nuestro mundo y las condiciones en que vivimos; la reflexión puede alcanzar múltiples niveles, es cuestión de leer con detenimiento y con la mente abierta.

Autores como Herbert que son capaces de crear un universo completo con distintos idiomas, geografías y tecnología, con una multiplicad de objetos que nombra y describe dejándonos claro su utilidad y grado de complejidad, muestran su erudición y capacidad de análisis. 

Dando una ojeada a su biografía, encontramos que se desempeñó en muy variados trabajos: camarógrafo, fotógrafo, locutor, pescador de ostras, analista... Tenía especial interés por la psicología y la ecología, siendo esto último algo evidente en su obra, además de llevarlo a residir durante sus últimos veinte años de vida en una granja biológica junto a su familia, donde eran autosuficientes y habitaban en contacto con la naturaleza.

Mientras lo leía me vino a la mente otro escritor, J. R. R. Tolkien, a quien he revisado muy poco, pero que de forma similar en complejidad logra edificar toda una mitología con El señor de los anillos, donde entre otros muchos detalles, dota a cada comunidad de su propio lenguaje y costumbres particulares.

No hay conocimiento que estorbe en la vida, mucho menos para quien se dedica a la escritura. Creo que una persona que escribe tiene más que nadie la necesidad de documentarse acerca de su mundo, enterarse de las noticias y hechos de actualidad, aprender sobre distintas materias y ser capaz de investigar por su cuenta sobre aquellos temas que le apasionan. Todo ello se verá reflejado en su obra. Si bien hay autores más complejos que otros, así como historias, es en la literatura fantástica y en la ciencia ficción donde he encontrado grandes reflexiones sobre la condición humana y las posibilidades con que cuenta la humanidad para afrontar las diferentes adversidades que se nos presentan y que son llevadas al límite en estos relatos, haciéndonos imaginar y pensar más allá de nuestras fronteras cotidianas, siempre para regresar al presente y a la realidad que nos rodea, asumiendo una postura distinta y meditando sobre los problemas que tenemos frente a nuestros ojos, como individuos y como sociedad.

Ahora que estoy embarcada junto con un amigo muy querido en la escritura de un relato fantástico, espero poder utilizar lo que he ido aprendiendo en la vida para volcarlo en esta creación con la que apenas hemos caminado algunos pasos y a la que todavía le resta mucho trabajo por delante.


En este sentido, lo que me dejan lecturas como Dune, es la necesidad de seguir aprendiendo. Es en el aprendizaje y la lectura atenta donde está lo que podemos después transformar en escritura creativa, ya sea sobre un desierto imaginado o sobre cualquier otro mundo del que queramos contar algo.



Inés M. Michel

Ciudad de México, octubre de 2017.

 *[Atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia.]

@inesmmichel
I: inmichel











martes, 17 de octubre de 2017

30/35 años después… Blade Runner 2049




J. Ignacio Mancilla*



¿Todavía habrá vida humana dentro de 32 años? ¿Sobrevivirá la humanidad a sus estupideces? No lo sé; lo seguro es que un servidor ya no estará en este mundo, sin embargo partiré de esas, aparentemente, absurdas cuestiones para escribir sobre la reciente secuela Blade Runner 2049, “inspirada” en la película clásica y ya de culto de Ridley Scott, Blade Runner 2019, estrenada hace 35 años, en junio de 1982.

Cuando la estaba viendo, no podía dejar de pensar y compararla, era inevitable, con la primera versión, creo superior, en muchos sentidos, menos técnicamente. En 32 años la técnica de los efectos especiales realmente se ha sofisticado.




Rachael. Fotograma Blade Runner (1982).


En lo que sí gana la reciente versión es en la extensión de su tiempo; mientras la primera dura un poco menos de dos horas, 117 minutos exactamente, la segunda alcanza los 163 minutos, casi las tres horas.

Asunto que por minutos se sintió, más allá de la voluntad de uno; fue el cuerpo el que manifestó su descontento por un alargamiento que se sentía, por momentos, innecesario. Esto contra el hecho de que uno no se cansa de ver la primera versión. La verdad no sé cuántas veces la he visto.
En fin…

Pero vayamos al filme; técnicamente y fotográficamente logra transportarnos a una atmósfera visual casi irrespirable, muy postmoderna, donde el desecho de cosas es impresionante, haciéndonos pensar bajo su ritmo y modo, sobre el valor de la vida no creada (como in instrumento más) sino engendrada; “milagro” se le llama en la propia película. También en este punto la tensión cinematográfica lograda en la primera película es superior; sobre todo en la escena final, la de la confrontación entre Deckard (Harrison Ford) y Roy (Rutger Hauer), el replicante “asesino de su creador (padre)”, porque éste, finalmente, no pudo darle más “tiempo de vida”. Peculiar parricidio que mata no al que engendra sino al que crea. ¿Un remedo del asesinato de Dios?

En este punto la segunda entrega tiene lo suyo, en particular cuando el viejo Deckard le dice al oficial K, a esas alturas también nombrado Joe, con relación a su salvación para que éste pueda ver a su hija, “¿por qué?”; y “¿quién soy yo para ti?”.

La música es de Hans Zimmer, un claro homenaje a Vangelis, el creador de la banda sonora de la primera versión, memorable, pues, en más de algún sentido.

Los personajes ahora son, aparte de Rick Deckard (Harrison Ford), Gaff (Edward James) y Rachael (Sean Young), que reaparecen, aunque esta última mediante imagen generada por ordenador: Oficial K/Joe (Ryan Gosling), el policía cazador de replicantes (sucesor de Deckard), Joi (Ana de Armas), Luv (Sylvia Hoeks), la casi implacable mujer replicante, el Teniente Joshi (Robin Wrigth), Mariette (Mackenzie Davis), Doctora Ana Stelline (Carla Juri), la creadora de los recuerdos de los replicantes, Mr. Cotton (Lennie James), Sapper Morton (Dave Bautista), Niander Wallace, el fabricante de Cyborgs y sus ojos diabólicos, que crea pero no procrea (Jared Leto), Coco (David Dastmalchian), (Doc Badger) Barkhad Abdi y (Freysa) Hiam Abbass.



Fotograma Blade Runner (1982).


Insisto, la película se siente larga hasta la llegada del clímax, que es la confrontación entre Joe y Deckard, que se cierra, como ya se dijo, con el salvamento de Deckard por Joe y la muerte de este último por una causa humana, es decir justa.

Y, a estas alturas, ¿cómo podríamos denominar la relación de Joe con Deckard?; en la mítica narración, que él mismo se cree, ocupa el lugar de hijo y su comportamiento encuadra en ese lugar; incluyendo su sacrificio.

Es una posible lectura, no sin ciertas las ambigüedades que la propia narración cinematográfica nos marca.

¿Es por ello que Joe se deja golpear por Deckard y que todavía más, al final muere como resultado de su pelea con Luv por salvarlo? Evocando, así, el tema de qué tan humano puede ser un cyborg. Ya estamos, a estas alturas, casi en el cierre de la larga historia fílmica.

En este punto también hay su distancia entre el canto a la vida de la primera versión y lo que aquí, en Blade Runner 2049 se logra, cinematográficamente. No solo en cuanto a imágenes, sino también en cuanto al diálogo mismo; de hecho el monólogo de Roy, después narrado por Deckard (estoy hablando de Blade Runner 2019), alcanza una belleza y profundidad de lo más memorable en la historia del cine.

Mucho valor y mucha confianza se necesita para atreverse, como lo hizo Denis Villeneuve (conocedor del oficio y de ninguna manera mal cineasta) a filmar la secuela de lo que hoy ya es una película de culto; el resultado de ninguna manera es despreciable, solamente que no logró, esto desde mi perspectiva, el grado de excelsitud que en 1982 pudo alcanzar Ridley Scott con la primera versión de Blade Runner, aún a pesar de no contar con tantos recursos técnicos. Pero el cine, como ningún arte, no se puede reducir a mera expresión técnica, como cualquiera puede constatarlo.



Póster de Blade Runner 2049 (2017).


He aquí el verdadero problema, el de la creación, reto que habrá que enfrentar en cualquier ámbito artístico. En especial en el cine. Así, no todos alcanzan a expresarse de manera tal que ganen, sus productos, ese lugar de películas entrañables que siguen marcando todo una época y hasta la definen, ello incluso contra todos los adelantos técnicos por inventarse.

Pero la secuela tiene asegurado un mínimo de éxito, sobre todo cuando su creador avaló el actual proyecto del que también es su productor. Cosas del cine en tanto industria del entretenimiento.



*J. Ignacio Mancilla

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]










viernes, 6 de octubre de 2017

Apuntes sobre la culpa

Inés M. Michel*




“… para ser feliz no hay que ocuparse demasiado de los otros. Luego, no hay salida posible. 
Feliz y juzgado o bien absuelto y miserable”.

La caída – Albert Camus.



Continúo estos Apuntes con una reflexión sobre la culpa, la cual inicié a raíz de una lectura que me dejó mucho en qué pensar, La caída (1956) de Albert Camus, obra que he citado al inicio de este texto. En ella se trabajan diversos conceptos con una óptica filosófica. Recordemos que Camus (1913 – 1960) fue un filósofo existencialista francés.

¿Qué implicaciones tiene la culpa en nuestra vida? ¿Todos nos sentimos, en alguna medida, culpables por algo, por una omisión, una falta, unas palabras, una acción?

¿Es la culpa algo que nos acompaña toda la vida? ¿De dónde proviene este sentimiento?

Sé que en este tema un análisis evidente tiene que ver con las enseñanzas judeocristianas, responsables de que muchas personas se formen en el ejercicio de sentir culpa, incluso sin entender o examinar muy bien el porqué.


Tomada de: blog.cristianismeijusticia.net


Sin embargo, más allá de las cuestiones religiosas, me parece que sentirse culpable es algo muy humano. Y esto es sobre lo que quiero reflexionar. Es en torno a estos sentimientos que nos cuestiona Jean Baptiste Clamence, el personaje principal de La caída.

Sentirse culpable pareciera algo indeseable pero inevitable, inherente a la condición humana. Hagamos un ejercicio de introspección, ¿qué pensamos sobre la culpa?, ¿somos ajenos a ella o tenemos nuestra propia carga de culpas? Puede venir al pensamiento una relación de pareja que no terminó de la mejor manera, una pelea en la que nos involucramos y que nos trajo importantes consecuencias, la muerte de alguien cercano a quien no pudimos asistir o acompañar como hubiéramos querido, una decisión que tomamos que afectó a personas que queríamos.

Me pregunto qué hacer con estas emociones, ¿se puede dejar de sentir culpa por aquello que decidimos, por cómo actuamos en un momento determinado? Un abogado me dijo hace muchos años algo que nunca he olvidado: las cosas pasaron como podían pasar, y siempre es así. Él hacía referencia a que cuando analizamos nuestras acciones a posteriori muchas veces nos resultan evidentes los errores, pero esto solo es posible por la distancia con que ahora podemos ver los eventos pasados, en el momento de tomar las decisiones no contábamos con toda la información con que ahora contamos, por ello, lo que hicimos es lo que pudimos hacer con lo que teníamos a mano. Bien dicen, el hubiera no existe. Y es cierto, toda decisión o acción pasada fue así y solo así pudo haber sido, aunque a la luz del conocimiento adquirido nos empeñemos tantas ocasiones en repetir que pudo haberse hecho o dicho algo mejor.

Es, entonces, menester vivir con lo que dijimos, lo que hicimos, y sí, con los errores cometidos, pero entonces, ¿es inevitable la culpa? La culpa aparece cuando después de haber hecho algo nos cuestionamos que quizá no fue la mejor manera de hacerlo, o simplemente porque la decisión tomada afectó a alguien y eso nos duele. Entonces, ¿la culpa es solo nuestra o se forma también con los juicios que otros hacen de nosotros?

Hablando en este momento solo de acciones cotidianas y comunes (sin entrar en el tema de crímenes o delitos en los que la culpa merece una reflexión aparte), ¿cuándo nos sentimos culpables? He podido observar que a lo que algunas personas les causa más culpa es haber actuado conforme a lo que deseaban y no a lo que se esperaba de ellos. Elegir la carrera que se quería y no la que su padre o madre anhelaba, finalizar una relación en la que la otra persona todavía quería continuar, renunciar a un trabajo, estudio u oportunidad que personas a su alrededor consideraban sumamente valioso… ¿Es la opinión de quienes están a nuestro alrededor lo que nos genera culpa cuando no cumplimos sus expectativas?

¿Podemos actuar atendiendo a lo que más deseamos sin juzgarnos a nosotros mismos?

Para un número importante de personas es crucial vivir dentro de ciertos parámetros aceptables para su familia, entorno social y cultural. Algunos se dan el lujo de renunciar a sus más profundos anhelos para no causar una mala opinión sobre su persona o una controversia con sus amistades, familiares o entorno cercano. Parece válido pero si lo que se pretende evitar es la culpa, ¿no es peor no vivir conforme a lo que somos? ¿No causa más culpa renunciar a los sueños en aras de encajar en algo que no creemos?

Vivir es una toma de decisiones constante, ya he escrito al respecto, y no es fácil llegar a responderse amplia y honestamente qué es lo que queremos en la vida, la cual, por cierto, es demasiado breve para hipotecarla por los deseos de alguien más. Además de reflexionar sobre lo que deseamos sería importante no juzgarnos tan duramente por ser quiénes somos, aquí creo que radica un punto importante sobre la culpa, pues puede que mucho antes que otros nos juzguen ya lo hicimos nosotros mismos y con gran dureza. Vivir es atreverse a decir, a hacer, cuidar a los que queremos, sí, pero no por ellos renunciar a lo que deseamos. Si no somos felices en un matrimonio o con una pareja, si el trabajo que tenemos no nos satisface, si anhelamos cambiar de ciudad, de país o de círculo social, hay que atreverse a moverse a donde realmente queremos estar. Si en el proceso alguien resulta lastimado por nuestras decisiones lo que está en nuestras manos es hablar con honestidad y ofrecer una amistad desinteresada en los casos en que sea posible, el resto está en los demás, incluyendo su sufrimiento, pues evocando una máxima budista: el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.

Y si ya nos atrevimos, si ya hicimos aquello que nos parecía imposible o complicado, si hemos de afrontar ahora las consecuencias, entonces acordémonos que no podemos quedar bien con el mundo entero, que hay que vivir con lo que somos, a pesar de los reclamos y de que podamos tener posturas que no sean entendidas o compartidas. Permitámonos vivir sin culpa o, por lo menos, sin someternos tan intensamente al juicio personal que ejercemos sobre nosotros mismos pues es el que está en nuestras manos.


Volviendo a la cita inicial: mejor feliz y juzgado que absuelto y miserable.


Inés M. Michel

Ciudad de México, octubre de 2017.

 *[Atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia.]

@inesmmichel
I: inmichel