martes, 31 de julio de 2018

Vivir para escribir


Inés M. Michel*





Y todo el tiempo escribía. A través de la alegría y del dolor, escribía. 
Con hambre y con sed, escribía. Fuera buena o mala mi reputación, escribía. 
Con luz de sol o luz de luna, escribía...


Autiobiografía literaria de Thingum Bob, Esq. (Edgar Allan Poe).



¿Es la escritura una labor irrenunciable? Muchos escritores y escritoras nos dirán que sí, que se escribe por necesidad, porque les es indispensable para vivir. 

Sin embargo, también es común atravesar por sequías de letras, en las que aunque pueda haber muchas ideas revoloteando no llegamos a aterrizar nada en el papel. Y para desesperación de muchos, estas sequías a veces aparecen durante periodos en los que se tiene mayor tiempo libre de otras ocupaciones y por ende pudiera dedicarse más tiempo a escribir. 

En una charla con un poeta él bromeaba sobre la posibilidad de ganarse una beca y entonces abandonar todas sus actividades laborales para dedicar su tiempo completo a la poesía, situación que él planteaba como insostenible, pues nos decía que probablemente usaría el dinero de la beca para comprar alcohol y en los largos periodos desocupado de sus labores cotidianas no vendría ninguna inspiración. También comentaba que en su caso la escritura dependía de mantenerse ocupado en otros asuntos, de salir a la calle y convivir con personas que nada tienen que ver con los poetas, pues era durante esos periodos que se le ocurrían ideas; algo tan sencillo como un viaje en el transporte público le resultaba conveniente para escribir sus poemas.

Fue así que, también durante un viaje en transporte público, recordando esta plática, me pregunté si hay algo en el tiempo libre que desalienta la creación. A mí me ha ocurrido en numerosas ocasiones aquello de contar con mucho tiempo para escribir y no poder hacerlo por falta de ideas. Pareciera que la mente ocupada, hasta en la labor más banal o cotidiana, logra hilar pensamientos que de otra manera no pueden hilarse. Al ponernos a hacer tareas que aparentemente creemos ajenas a nuestra creatividad, podemos estar alimentando nuestra mente con  experiencias y ocurrencias.

Quizá el secreto está en no dejar ir esas ideas, porque cuando se presentan debemos aprovecharlas. Es ampliamente conocida la anécdota de J. K. Rowling, autora de Harry Potter, quien ha contado en múltiples ocasiones que la historia del niño mago se le ocurrió durante un viaje en tren. Al no tener cuaderno a la mano para poder hacer notas recurrió a servilletas para plasmar las ideas más importantes. 




Una de las recomendaciones que la famosa autora hace a los escritores es que nunca salgamos de casa sin un cuaderno y plumas, haciendo hincapié en que no nos fiemos de aparatos electrónicos que pueden descargarse o dejar de funcionar. Siguiendo ese consejo me hice de varias libretas y compré paquetes de plumas de colores que distribuí en mi casa, mi auto, mi bolso de mano y mi oficina. 

Una vez iniciado este sistema de escritura organizado por temas y espacios en los que escribo, fui preguntándome por los factores que ayudan o estimulan a la creación. 

En este momento creo que para escribir hay que vivir, y con vivir me refiero a involucrarse en todas aquellas actividades que nos conectan con el mundo: los traslados al trabajo, escuchar las noticias, sentarse en un parque, lavar los platos, platicar con un transeúnte. Las ideas están ahí, surgirán inesperadamente y será tarea nuestra acudir a las hojas en blanco para darles forma de escrito. A quienes anhelan tiempo libre para escribir, solo puedo decirles que no esperen ese momento de frenar sus demás actividades, tomen un cuaderno y escriban mientras la vida está sucediendo, se trata de vivir escribiendo y no cejar en ello.





Inés M. Michel.
@inesmmichel
I: inmichel

Ciudad de México, julio de 2018.

 *[Atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia.]







martes, 24 de julio de 2018

Oh, amigos/enemigos, ¿hay democracia?




J. Ignacio Mancilla*




“Lo político implica el ganado”.

Jacques Derrida, El animal que luego estoy si(gui)endo.




Permítanme, en el inicio de este trabajo conjunto que haremos (Esteban Arellano García, Armando Correa Santillán y un servidor) sobre el monumental libro de Jacques Derrida (1930-2004) Políticas de la amistad (1994/1998), hacer algo un tanto injustificado. Retomar desde el principio el enigmático final, escandido con unos puntos suspensivos, que modifica, radicalmente, no solamente la famosa frase atribuida a Aristóteles que motiva el libro todo (de 338 páginas o de 413 si se considera el texto El oído de Heidegger, nada ajeno) sino que, también, subvierte la estructura misma del libro todo; y lo digo sin temor a equivocarme: “oh, mis amigos demócratas…”, escribe Derrida como final y suspende el libro, dejándolo en vilo; dejándonos en vilo.

¿Qué es lo que hace Derrida con esta modificación de la frase y que afecta, según mi lectura, todo el texto?

Deconstruir, por arriba y por abajo, la dichosa frase atribuida a Aristóteles que dice: “Oh, amigos míos, no hay ningún amigo”, para con ella, todo el tiempo, llevarnos a pensar y re-pensar los alcances y los límites de la política moderna, es decir, de la democracia misma.

Al grado que resulta inevitable que nos preguntemos, también injustificadamente, apenas en el comienzo de nuestra lectura, ¿hay democracia?, como coronación de otras cuatro preguntas, que se derivan de ese final abruptamente suspendido, cuando antes se nos ha señalado que Políticas de la amistad habría que leerlo como un largo (pero muy largo) prefacio a un texto que algún día le gustaría escribir y que, hoy podemos decir, ya no fue posible, pero ¿en verdad no lo fue?

¿Hay amigos?

¿Hay enemigos?

¿Hay amigos demócratas?

¿Hay enemigos demócratas?

Estas cuestiones siguen, casi a pie juntillas, tanto la lógica de la frase aristotélica como la lógica deconstructiva a la que ha sido sometida por Jacques Derrida, la frase de Aristóteles.

En particular la pregunta, ¿hay democracia?, nos conduce a una posición subversiva sobre el paradigma más importante de la política moderna, la democracia; de tal modo que nos obliga, hoy día, a reflexionar sobre si la democracia se reduce o no a su estatuto contable, es decir, si en la democracia se trata solamente de contar votos y que éstos cuenten, para instaurar, así, un ganador. Y si la democracia e reductible a un asunto de cálculo.

Es precisamente todo esto, la política y la democracia modernas (y la filosofía también aunque no solo ella, el psicoanálisis mismo, incluso), lo que Derrida pone patas arriba, cuando nos señala, como de paso, su carácter profundamente androcéntrico, ya lo veremos, que nos viene de lejos. Desde los griegos, por lo menos.

Bien, me detengo, hasta donde mis límites me lo permiten, para intentar extraer todas las consecuencias de la deconstrucción hecha por Derrida en este libro; por lo pronto tal y como las formula en el Prólogo y en el primer capítulo, intitulado Oligarquías: nombrar, enumerar, contar.

Va, pues. Empecemos desde el comienzo.


Jacques Derrida (1930 - 2004).


Del Prólogo

Lo primero de lo que nos habla Derrida es del Seminario, de su primera sesión, con el título, precisamente, de Políticas de la amistad, que dio en 1988-1989, y que venía después de otros, que habían versado sobre La nacionalidad y el nacionalismo filosófico (Nación, nacionalidad, nacionalismo, 1983-1984; Nomos, Logos, Topos, 1985-1986; Kant, el judío, el alemán, 1986-1987. Y los que le siguieron, que trataban, nos dice, de las Cuestiones de la responsabilidad a través de la experiencia del secreto y del testimonio, 1989-1993.

Seminarios todos que, cabe advertirlo, se sitúan entre la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) y el colapso del socialismo de la extinta Unión de Repúblicas Soviéticas y Socialistas, URSS (entre el 19 de enero de 1990 y el 25 de diciembre de 1991), de consecuencias todavía impensadas para el mundo actual; todavía. Y que sobredeterminan (¡Ay, Louis Althusser!), entre otras cosas, los extravíos de la izquierda en México y el mundo. Hasta el presente.

Enseguida Derrida afirma que cada sesión del Seminario de 1988-1989 se abrió con las palabras de Michel de Montaigne (1533-1592) que aluden a una frase atribuida a Aristóteles: “Oh, amigos míos, no hay ningún amigo”, para, así:

“[…] ensayar después, semana tras semana, las voces, los tonos, los modos, las estrategias de esa frase, para replantear después su interpretación o para hacer girar, como en torno a ella, su escenografía” (p. 12).

Insiste, también, en decirnos que su reflexión cae regularmente bajo los rasgos del hermano, es decir, una especie de figura del amigo y, por tanto, de la configuración familiar, fraternalista y, como consecuencia de ello, de la forma androcentrada de lo político.

Derrida se plantea y nos hace en ese su cuestionamiento, dos preguntas que son centrales, ahora, en  la reflexión sobre la democracia.

La primera dice así: “¿Por qué el amigo sería como un hermano?; y la segunda, después de haber formulado un sueño que se lanza “más allá” de esa proximidad del doble congénere, “más allá del parentesco”, afirma, en toda su radicalidad, después de vislumbrar un “más allá del principio de fraternidad”, si esto, reflexiona: “¿Merecería todavía el nombre de <<política>>?”.

Advirtiéndonos, claro está, que la misma interrogación vale para todos los “regímenes políticos”, pero que la gravedad de dicha cuestión adquiere todo su relieve en un régimen “democrático”, con todo el problema que ha implicado plantear así las cosas; ello en la medida en que, raramente, el concepto de lo político se anuncia al margen de algún tipo de adherencia del Estado a la familia. Incluso llega a utilizar, Derrida, el concepto de una esquemática de la filiación.

Como se ve el texto es sumamente subversivo en tanto cuestiona, de raíz, una tradición, la política, a la que todavía nos encontramos adheridos sin reflexionar mucho sobre sus fundamentos y su genealogía, desde hace buen rato en una profunda crisis.

Es toda la biopolítica contemporánea lo que Derrida somete a una aguda deconstrucción, aunque él prefiere el término zoopolítica sobre el de biopolítica, mismo que intentaré aclarar cuando abordemos el capítulo I del libro, un poco más adelante.

Pero regreso a todo el asunto de la vida y sus vinculaciones con lo político, tal y como lo viene formulando el pensador judío-argelino en este su singular texto.

Cuando nos habla de una esquemática de la filiación, introduce de lleno todo lo que tiene que ver con:

“[…] la cepa, el género o la especie, el sexo (Geschlecht), la sangre, el nacimiento, la naturaleza, la nación -autóctona o no, telúrica o no-. Cuestión abismal, una vez más, de la phýsis. Cuestión del ser, cuestión de lo que se manifiesta al nacer, al abrirse, al hacer brotar o crecer, al producir produciéndose. La vida, ¿no es eso? Es así como se la cree reconocer” (p. 13). 

Es todo el programa de la metafísica el que se cuestiona, para, así, poder deconstruir la política misma, bajo su figura de la democracia, tan griega como la filosofía misma.

Son los ideales modernos de la Revolución francesa (Libertad, Igualdad, Fraternidad), paradigma contemporáneo de toda revolución que sea digna de tal nombre, lo que en este libro se cuestiona; sí, se critica ese entramado siempre frágil entre la vida familiar, la sociedad civil y el Estado como principio de la fuerza y de la Ley.

¿Y las hermanas? ¿Y Antígona? ¿Y Medea?

Es apuntando a todo esto que Derrida escribe:

“La fratriarquía puede comprender a los primos y a las hermanas, pero, como veremos, comprender quiere decir también neutralizar. Comprender puede llevar, por ejemplo, con la <<mejor intención del mundo>>, que la hermana no proporcionará jamás un ejemplo dócil para el concepto de fraternidad. Por eso se la quiere hacer dócil, y ahí está toda la educación política” (p. 13).

¡Ay, el problema del patriarcado y sus sueños androcéntricos siempre asediados por la rebelde insistencia de más de una mujer! Más de una, no obstante, cada una, siempre singular. Como Lacan llegó a mostrárnoslo, en sus famosas y polémicas fórmulas lógicas de la sexuación.

¡Ay, el tema de las violencias de género en el mundo actual!

¡Ay, el tema de los crímenes políticos, de género o no!

¡Ay, las matanzas en el mundo, terroristas o no!

¡Ay, el México nuestro con todos nuestros muertos y desaparecidos!

¡Ay, los que se mueren en el mundo por hambre o por enfermedades curables!

¡Ay, los sin techo y sin casa en donde resarcirse de sus dolores y sufrimientos humanos en un mundo inhumano!

¡Ay!

¡Ay, la política! ¡Y los amigos y los enemigos!

¡Ay, Carl Schmitt (1888-1985)!


Portada de Políticas de la amistad (Trotta).


Derrida enlaza todo esto con el agravio (grief, en francés y grievance en inglés) en la medida en que implica:

[…] el daño, el entuerto, el perjuicio, la injusticia o la herida, pero también la acusación, el resentimiento o la queja, la reclamación de castigo y de venganza. En inglés la misma palabra significa sobre todo dolor o duelo, pero grievance significa también el objeto de la queja, la reclamación, la injusticia, el conflicto, un entuerto que habría que deshacer, una violencia que reparar” (p. 14).

Y es que la frase misma de “oh, amigos míos, no hay ningún amigo” es ya una queja ante los amigos que no comparecen, que no están; o que ya no son presentes.

Y aquí es donde Derrida entrama, de manera genial, todo el asunto de la democracia con la cuestión de número y de los amigos.

¿Es reductible la democracia a una cuestión de cálculo?

Y es que ya estamos, en el mundo de ahora, como bien lo dice Derrida:

“En los bordes de lo jurídico, de lo político, de lo tecno-biológico, corren el riesgo de hacer desparecer por ejemplo las distinciones, tan fundamentales, pero tan precarias hoy, más problemáticas y frágiles que nunca. ¿Se está seguro de poder distinguir entre la muerte (llamada natural) y el dar muerte, después entre el asesinato sin más (todo crimen contra la vida, aunque sea puramente <<animal>>,como se dice cuando se cree saber dónde comienza y acaba lo viviente) y el homicidio, después entre el homicidio y el genocidio (primero en la persona de cada individuo representante del género, después más allá del individuo: ¿con qué número comienza un genocidio, el genocidio propiamente dicho o su metonimia?, ¿y por qué la cuestión del número tendrá que insistir en el centro de todas estas reflexiones? ¿Qué es un genos y por qué el genocidio concerniría sólo a una especie -raza, etnia, nación, comunidad religiosa- del <<género humano>>?), después entre el homicidio y, algo que se nos dice es completamente diferente, el crimen contra la humanidad, después entre la guerra, el crimen de guerra, que según se nos dice sería algo completamente diferente, y el crimen contra la humanidad? Todas estas distinciones indispensables -de derecho- pero son cada vez más impracticables, y eso no puede, de hecho y de derecho, no afectar la noción misma de víctima o de enemigo, dicho de otra manera, al agravio” (pp. 15-16).

Derrida cierra este magnífico y cuestionador Prólogo, demasiado problematizador, insisto, preguntándose sobre la decisión y la soberanía del que decide.

¡Ay, la política!

¡Ay, el derecho!

¡Ay, el psicoanálisis!

¡Ay, la filosofía!

Demasiados problemas y muy complejos todos; esa es la tesitura de Políticas de la amistad; un libro inconcluso, ¿como todos los libros?, que conmueve todo el saber y todo nuestro ser, para dejarnos en vilo y en suspenso, como el final, abierto; como la vida misma.   
  
Antes de mi cierre, permítanme citar, por último a Derrida; ahí donde, precisamente, nos inquiere sobre la decisión y sus consecuencias. Él escribe:

“Nos preguntaremos entonces qué es una decisión y quién decide. Y si una decisión es, como se nos dice, activa, libre, consciente y voluntaria, soberana. ¿Qué pasaría si guardásemos esa palabra y ese concepto, pero cambiásemos estas últimas determinaciones? Y nos preguntáramos también quién dicta aquí el derecho. Y quién funda el derecho como derecho a la vida. Nos preguntamos quién da o impone el derecho a todas estas distinciones, a todas estas prevenciones y a todas las sanciones que aquéllas autorizan. ¿Es un viviente? ¿Un viviente pura y simplemente viviente, presentemente viviente? ¿Un presente viviente? ¿Cuál? ¿Dios? ¿El hombre? ¿Qué hombre? ¿Para quién y a quién? ¿El amigo o el enemigo de quién?” (p. 16).

¡Ay, Walter Benjamin (1892-1940)!  

Ahora cierro yo, simplemente, ¿simplemente?, citando la famosa frase que será sometida a la más encarnizada y desencarnada deconstrucción derridaniana: “Oh, amigos míos, no hay ningún amigo”.

Ahora la palabra la tienen ustedes, mis amigos.

La hora de la discusión y la crítica seria apenas empieza. Más allá de las (recientes) elecciones. Espero, sinceramente, que no nos ganen todas estas determinaciones, todavía demasiadas políticas y metafísicas y nos veamos, con ellas, sumidos de nuevo, otra vez (en una fatídica compulsión a la repetición), en la espiral infinita de los agravios, por lo siglos de los siglos…

… Espero…   

Nota: Este es el primer texto sobre Políticas de la amistad (Editorial Trotta, Madrid, 1998), de Jacques Derrida. Habrá otros que iré intercalando con reflexiones políticas más cercanas a lo que está aconteciendo en México desde el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Aquí intento “alejarme” un poco de los acontecimientos políticos para, metapolítcamente hablando, regresar a ellos desde una mejor perspectiva, espero clarificadora. En la elaboración de este texto, me fue de mucha utilidad la excelente biografía sobre el pensador judío-argelino de Benoît Peeters, Derrida, publicada por el Fondo de Cultura Económica (Buenos Aires, 2013).     



*J. Ignacio Mancilla.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]













        

martes, 17 de julio de 2018

Tiempo de esperanza



Inés M. Michel*





En la calle de Chihuahua de la colonia Roma se encuentra la que fuera la casa de campaña del ahora virtual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, que con el triunfo de AMLO fue renombrada como casa de transición. El domicilio se encuentra a pocas cuadras de donde estoy viviendo ahora por lo que seguido transito por ahí y me he percatado de la presencia continua de personas que llegan con la intención de felicitar a Andrés Manuel o llevarle alguna petición. Algunas de estas personas vienen de otros estados y todos comparten una característica, la esperanza de que López Obrador sí va a interceder por ellos, dando solución a problemas que en algunos casos se remontan a bastante tiempo atrás.

Muchas personas, acostumbradas a que sus quejas nunca eran resueltas, ven con gran entusiasmo la llegada de un presidente que durante todos estos años que precedieron a su triunfo, se ha mantenido cercano a la gente, escuchándola y brindándole la certeza de que va a resolver sus reclamos.



Casa de transición de López Obrador. Tomada de: noticieros.televisa.com


Es pertinente señalar que la victoria de Andrés Manuel se trata de un triunfo histórico, ya que llegará al cargo como el presidente más votado de la historia, con más de treinta millones de votos. Esto le otorga una legitimidad que sus antecedentes, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón Hinojosa, no tuvieron. Por supuesto, esta legitimidad es solo el comienzo para un gobierno que promete cambiar las cosas de raíz, parte de las propuestas para lograrlo ya ha salido a la luz en días pasados mientras Obrador se prepara para tomar posesión el primero de diciembre.

Me parece claro que estamos ante un parteaguas, en muchos sentidos, y los efectos podremos ponderarlos una vez que acabe el próximo sexenio. Una de las tareas más importantes y que comprende un gran reto tiene que ver con la recuperación de la confianza de la ciudadanía en las instancias gubernamentales; la figura de López Obrador no será suficiente para garantizar un cambio profundo, es necesario que la legitimidad de la que ahora goza AMLO sea trasladada a todos los niveles de gobierno, cámaras de diputados y senadores, gobernantes, instancias jurídicas y policiacas. Todo ello para que la ciudadanía pueda acercarse a la instancia correspondiente con la certeza de que recibirá un trato digno y eficiente.

Es tarea de todos como ciudadanos, informarnos sobre lo que podemos exigir a las autoridades y dónde corresponde hacerlo, no todo lo va a resolver el presidente, tenemos que acudir al lugar que compete según el asunto que buscamos arreglar. Tenemos que cambiar todos aquellos vicios que venimos arrastrando y, sobre todo, dejar de lado la indiferencia, conocer a nuestros diputados locales y federales para exigirles que hagan el trabajo que les atañe, saber quiénes son los servdores públicos locales y dónde podemos encontrarlos; es crucial retomar nuestro compromiso ciudadano, siendo personas críticas y observadoras. También será de suma importancia la organización de la sociedad civil, para proponer y orquestar soluciones de forma paralela a los gobiernos, generando así alternativas que no dependan solamente de las instancias gubernamentales.

Como ya había compartido en la primera entrada de este mes, estoy viviendo esta etapa esperanzada, creyendo que México se acerca a una importantísima transformación. Las calles de la colonia Roma son testigo de esa esperanza, también el resto del país.




[Sugiero leer la columna de opinión de Rodrigo Peña González, titulada Visita al presidente legítimo, que se publicará el próximo jueves 19 de julio en El Semanario].




Inés M. Michel.
@inesmmichel
I: inmichel

Ciudad de México, julio de 2018.

 *[Atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia.]








martes, 10 de julio de 2018

Un decálogo para... nosotrxs



Con el presente texto co-respondo, cariñosamente, a la entrega pasada de Cuerdas Ígneas; pero también respondo a otras voces, críticas y no tan críticas, del reciente proceso electoral y de su triunfador. Es mucho lo por hacer, pero también lo por pensar, no nos perdamos en las ramas y tampoco en el bosque. Nos ha llegado el tiempo; de nuestros actos, de todas y todos, dependerá lo agraciado o funesto de este momento histórico. No podemos eludir el bulto. Aquí nos tocó vivir.  


J. Ignacio Mancilla *



Así como escribí un decálogo para Andrés Manuel López Obrador (AMLO, el martes 2 de enero, republicado el martes 5 de junio), ahora presento lo que después del triunfo inobjetable del 1 de julio pienso, sinceramente, será el decálogo que nos corresponde en tanto ciudadanas y ciudadanos de México.

1.- No todo se lo debemos dejar al nuevo presidente electo (formalmente lo será hasta el 1 de diciembre), nos toca empujar ahí donde él mismo se encuentre imposibilitado, por las razones que sea: ya por sus limitaciones políticas, que  las tiene (viene de la auténtica y última rebelión nacionalista del PRI, la del Frente Democrático Nacional de Cuauhtémoc Cárdenas, a quien le cometieron una gran fraude electoral el 6 de julio de 1988); o por impedimentos estructurales y del sistema, sobre todo por parte de los poderes fácticos y las inercias meta institucionales de los poderes establecidos, que son muchas.

2.- Se trata de organizarnos, todas y todos, para empezar una serie de reformas de nuestras instituciones que ya dieron de sí: para encontrar la mejor manera de enfrentar los retos de la vida de ahora; en todos los niveles y exigencias del mundo actual. En esto no podemos ser pasivos. Llegó la hora de constituirnos y trabajar duro para hacer posibles los cambios tan necesarios. Que, lo sabemos, no se harán de la noche a la mañana y no será suficiente un sexenio.

3.- Ello en el ámbito de nuestro empleo pero también de nuestra colonia, barrio o pueblo. Tenemos que encontrar a las mujeres y hombres más capaces, que los hay y suficientes, para las actividades que se desprendan de las reformas indispensables que las universidades, escuelas, hospitales, estructuras vecinales, sindicatos, centros de trabajo, campo, salud, medios informativos, seguridad (sobre todo), medio ambiente (de suma urgencia), corrupción (primordial) y cultura nos están exigiendo ya desde hace rato, pero... no había más que corporativismo priísta, panista y perredista. MORENA tiene que ser, efectivamente, un Movimiento de Regeneración Nacional y si no lo es, ese será su gran fracaso. ¿Será también el nuestro?




4.- Esta ardua actividad se tiene que hacer considerando a las y los diputados y senadores, para exigirles ahí donde ellos tienen que co-responder, considerando la lógica de los tiempos nuevos y no ya el viejo corporativismo partidario, que tanto daño nos ha hecho. Las y los militantes de MORENA y sus diputadas y diputados y senadores tienen que inventar otras formas de hacer política vinculándose sobre todo con sus representados y con un verdadero movimiento social, político y cultural de renovación nacional. Ese es su gran reto, pero también es el de todas y todos nosotros.

5.- Mucho de lo que hay que hacer tiene que asentarse en la memoria; es decir, no podemos olvidar a todas y todos los que murieron, antes y ahora, en las luchas por transformar este país. Muertes injustas y de múltiples afrentas que siguen, hoy, clamando justicia. Ahí están los miles y miles de desaparecidos y los miles y miles y miles de asesinados de los sexenios de Felipe Calderón Hinojosa y de Enrique Peña Nieto. Sexenios de la muerte, los dos.

6.- Sí, habrá que implementar la reconciliación, pero que quede claro, desde ahora, que perdonar no es olvidar. Sí, en este camino es mucho todavía lo por andar y tenemos claro que la “curación” del desgarramiento traumático del tejido y de los lazos sociales, requerirá del esfuerzo de todas y todos, pero siempre desde la perspectiva de no apagar la voz de nuestras muertas y muertos que siguen, insistimos en ello, clamando la justicia que se les negó en vida: Ayotzinapa somos todos. Y San Fernando y Aguas Blancas y el 2 de octubre, que no se olvida y…

7.- Necesitamos crear el nuevo México, pero sin olvidar que la desigualdad es abismal en nuestro país. Que el clasismo y racismo anidan todavía en nuestra idiosincrasia, lamentablemente. Requerimos vernos al espejo, reconocernos en nuestros orígenes, en nuestra historia y cultura, con todas sus ambivalencias. Que hay cosas que ya no van, que precisamos hacer a un lado nuestros atavismos, en aras de lo que viene y que todavía está débil, como el recién nacido. Que los nuevos valores exigen de nuestros cuidados y… los viejos de nuestros entierros y duelos. Ya es tiempo.


Festejo en el Zócalo, 1 de julio (2018). Foto: Inés M. Michel.

8.- Estas tareas todas, no pueden pender de una sola voluntad: la del presidente electo (que desde el 1 de diciembre será, ya, el presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos), de AMLO. Que tenemos que estar ahí, todas y todos, para hacerlo fuerte donde tiene que serlo, pero para decirle no donde hay que decirle que no, con respeto, pero críticamente. No puede ser ya de otra manera, el presidencialismo es una de nuestras instituciones que ya dio de sí, al igual que muchas otras, como la Universidad por ejemplo. Al igual que toda la educación que fue minada como un campo de lucha y que nos ha confrontado. De ahí la urgencia de su reforma, pero con las y los maestros y las y los estudiantes y no sin ellos, como quisieron hacerlo el (Partido Revolucionario Institucional) PRI, con el (Partido de Acción Nacional) PAN y, lamentable, también con el (Partido de la Revolución Democrática) PRD.

9.- Y es que habrá, sobre todo después del 1 de diciembre, cuando asuma formalmente los poderes formales, como siempre, “fuerzas oscuras” que intentarán doblegarlo; llevarlo al fracaso o, en el mejor de los casos, imponerle cambios para que todo siga igual. En la más añeja y clásica lógica gatopardista. Es ahí donde nos está reservado un lugar especial a todas y todos los mexicanos de abajo y de en medio. Y también a las y los que viven en el México de arriba, si así lo quieren en tanto mexicanos. Ese será el momento oportuno de nuestro protagonismo civil, social, político y cultural. Ese será el momento de la cuarta transformación de México.

10.- El pueblo mexicano ya lo hizo en otros momentos históricos. La Independencia, la Reforma, la Revolución. Nosotros todos somos sus herederos. Ha llegado el tiempo de la cuarta gran transformación nacional. Que el pueblo quiere ya sin la violencia de las otras. Ahí está el resultado contundente de estas recientes elecciones (más de 30 millones de votos). Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es conciente de ello, lo ha dicho. Y ha afirmado, también, que anhela ser un buen presidente. Que esa es una aspiración muy suya y legítima. Después de los presidente últimos que hemos tenido, de malos a pésimos, esta aspiración puede sonar a muy poco, pero, ¿lo será? Aquí, como en muchas otras cosas, el tiempo tendrá la última palabra. Y ya para terminar, insisto en ello, ¿podremos echarle una manita al tiempo? Yo digo que sí, y este es el horizonte que ahora se abre delante de nosotras y nosotros los mexicanos. En fin…

¿Hasta dónde estás, mexicana y mexicano, dispuesto a llegar?

Esta es la pregunta que les dejo.




P.D.

Este decálogo es para su consideración y discusión. La palabra la tienen ustedes, pero hay un más allá de las palabras, el ACTO. Ha llegado la hora de una gran praxis transformadora.  

P. D. de contexto.

Es lamentable, pero muy lamentable la descalificación electoral del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en aras de su “purismo revolucionario”. Se equivoca rotundamente y confunde perspectivas y tiempos, aliados, amigos y enemigos y a todas y todos los coloca en el tamiz de la gran revolución; y desde esa óptica parece que el sentir real de la gente, el de las y los mexicanos que votamos por AMLO desde el 2006, y ahora, en el 2018 en especial, no cuenta. Es, pues, una pena que el EZLN, no considere, en serio, el hecho de que todas y todos estos votantes, se decanten por una transformación electoral, como punto de partida. No como fin. Ello independientemente de que muchas y muchos crean que con su voto ya esté resuelto todo. Sabemos que no es así. Pero… como dicen, eso es harina de otro costal.           



*J. Ignacio Mancilla.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]