martes, 11 de diciembre de 2018

Vida sin tregua


Inés M. Michel*



La vida, entonces, inicia con un golpe en el trasero, y luego te sigue dando más,
muchos más, y al igual que al principio,
muchos de ellos no sabes ni a qué horas ni por qué los recibes.
Todos, sin duda, son golpes de bienvenida,
todos te señalan que ya llegaste o que ya estás aquí.

Bendita vida, que te zarandea desde el principio y que no te da tregua, pues cada coscorrón es un llamado a vivir, es un llamado a estar despierto en esta trajinosa vida…

Héctor Mendoza.


Me confieso desesperada, intolerante a las adversidades cotidianas, sumamente inquieta cuando de afrontar todo aquello que simplemente no sale como yo quiero. ¿De eso trata la vida? ¿De sortear obstáculos y hacer planes que salen mal, o bien, y que nos exigen tiempo, sueño, vida…?

No es que pueda decir que me ha ido mal en mi trajinar por el mundo, más bien al contrario, quizá por ese bienestar dado, por razones en gran medida ajenas a mí, es que estoy malacostumbrada a que las dificultades deben irse rápido, a que aun en las pérdidas, y en cada problema, deben salir las cosas a mi modo.

Mi modo es único, y quizá muchas personas puedan decir lo mismo de sí mismas, lo que hoy quiero anotar, afirmado ya con anterioridad, es que no me gusta seguir consejos, mucho menos órdenes. Tampoco creo en las jerarquías “naturales” ni en las establecidas. Nunca me satisfizo trabajar para alguien, menos si ese trabajo me resta libertad o bienestar emocional. Es oportuno aclarar también que, en mi reafirmación de ser libre, he sido objeto de cuestionamientos del tipo: qué caprichosa es esta niñaqué desobedientequé rebelde… Como este texto trata de confesiones, diré que sí soy muy caprichosa, y en ese capricho hay muchas luchas que he podido afrontar, aunque es probable que pudiera definirse mejor como terquedad, sí, ser terca es mi marca personal y es lo que a su vez me ha abierto puertas que se mostraban sólidamente cerradas. También diré que soy muy desobediente, demasiado, es culpa de que, aferrada a mis lecturas y creencias, me niego a acatar aquello que no considero necesario. Ahondando más, no considero que desobedecer sea un defecto, cuando tienes argumentos para ello, ni tampoco que la rebeldía sea algo que acallar en tu interior. Claro que las leyes y reglas están ahí, algunas tienen todo el sentido, muchas otras lo contrario, ¿hasta dónde desobedecer, hasta dónde rebelarse? Cada una debe averiguarlo. Sobre el último concepto, rebelde, solo atino a expresar que la rebeldía se me escapa, mis más admiradas personas lo fueron en tantos sentidos que si me comparara quedo debiendo, por lo tanto: no, para la rebeldía -entendida como yo la asumo- aún me falta bastante.

Foto: Laura Williams (Tomada de: Moove Magazine).

Consecuencias de ser como soy: numerosas. La cuestión para hacer hincapié esta vez es que conlleva suficientes satisfacciones. Me congratula, por ejemplo, pensar en que de mí nunca se diría en un contexto bélico: esa mujer declaró que mató a esas personas pues solo estaba siguiendo órdenes

Escribo esta disertación en primer lugar para mí misma, mientras me encuentro en un contexto adverso, donde los planes de los últimos quince días me han salido un tanto al revés, retándome continuamente a improvisar, pedir ayuda a mi red de personas indispensables, frenar actividades, acudir a mí misma y pensar hacia dónde voy y por qué; es claro que las respuestas, las únicas que me importan, vienen de adentro, aunque por supuesto, hay ideas exteriores que son de gran ayuda para reflexionar. Pero no, no he acudido a ningún dios ni diosa, tampoco a autoridades familiares para que me indiquen el camino. Hablo con quien voy necesitando, según el latir del corazón me lo señala. Dejaba constancia en mis redes sociales de que creo que toda persona necesita seres humanos alrededor para dialogar, mas yo nunca lo he hecho en búsqueda de un consejo final y definitivo, insistiré en que no creo en esa metodología, puesto que aparte de ajena a mis creencias me parece también limitada y sobradamente cómoda. Prefiero la comezón de la incomodidad transitando por mis venas, que me empuje diariamente a ser otra, no sé si una versión mejor de mí misma, como ama decir la filosofía de autoayuda, pero sí otra, distinta de la de ayer, que va cambiando conforme va viviendo y pensando.

Foto: Steemit.

¿Es cómodo pensar y cuestionarse a sí misma? No lo es. Pensar y repensarse nos hace sangrar, disentir con la realidad inmediata, angustiarnos, temer a lo que grita nuestro interior, a veces sufrir (¿se puede ser libre sin sufrir daños?), tener ganas de abandonar aquello que cuesta y en lo que nos jugamos la vida, puede ser vivir lejos de casa, puede ser trabajar por nuestra cuenta, puede ser aguantar las afrentas de una vida que no da tregua y nos recuerda constantemente que somos vulnerables, que los golpes aparecen de pronto, aun en aquellas situaciones donde parece estar casi todo resuelto.

Vivir es también perder las certezas, ¿serán necesarias? Me inclino a pensar que no lo son, que en esa incertidumbre las posibilidades infinitas, las maravillas de estar viva, los caminos que se abren justo ahí donde la penumbra se hace más densa

[Favor de escuchar mientras se lee lo siguiente]



Cierre endiano que propongo para esta cuerda:

...Sin mirarle comenzaron a empujarle en dirección a la grieta del muro. En completo silencio, Iwri no se defendió. Cuando le expulsaron a través de la grieta soltó un grito desgarrador que resonó en un eco múltiple por los pasillos y cuevas del laberinto mientras la grieta se cerraba lentamente detrás de él. Todos lo oyeron, pero nadie recordaría más tarde si había sido un grito de inmenso júbilo o un grito de profunda y definitiva desesperación. (Las catacumbas de Misraim, en La prisión de la libertad, M. Ende, 1992).



Inés M. Michel.
@inesmmichel
I: inmichel

Ciudad de México, diciembre, 2018.

 *[Atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia.]









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