J. Ignacio Mancilla*
“Nosotros
los que conocemos somos
desconocidos
para nosotros,
nosotros
mismos somos desconocidos
para nosotros mismos:
esto
tiene un buen fundamento.
No
nos hemos buscado nunca,
-
¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?”.
Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral. Un escrito
polémico (Prólogo, 1).
Como hice hace tiempo una
promesa, me veo obligado hoy a escribir sobre WestWorld, la serie de HBO
que acaba de concluir en su segunda temporada. Tiene una narrativa sumamente
compleja, con muchos niveles de lectura de los que no podré dar cuenta en una
primera entrada; más bien es el inicio de un análisis que, aparte de en este Blog,
tendré que desarrollar también en otros espacios, por ejemplo en mis cursos de
la Universidad de Guadalajara y, sobre todo, en los Seminarios que imparto de
manera privada.
Y es que la complejidad lo
amerita, pues la serie creada y dirigida por Jonathan Nolan no es más que una
metáfora de la condición humana misma; incluso ahí donde ésta ha llegado, al
parecer, a sus propios límites. ¿Hemos, ya, llegado a ellos?
Es por eso que la serie toda
no podemos leerla literalmente, sino como un entramado narrativo que en su
estructura de ficción nos dice muchas verdades sobre la situación (actual) del
mundo.
En esta primera aproximación a
la serie he decidido tomar como objeto de reflexión el tema de Dios, presente a
lo largo de toda la serie, tanto en su primera temporada como en la segunda;
pues hace centro y da sentido a muchas otras cuestiones que son también
fundamentales, como son: el de la libertad, el de los sueños, el de la
realidad, el del amor, el dolor, el de la identidad, el de la conciencia y el
de si los humanos somos capaces de cambiar o no y otros más que nos remiten,
todo el tiempo, a los asuntos más esenciales.
Bien, no obstante que Dios
está presente en toda la serie (en sus dos temporadas); son dos capítulos, el
décimo de la temporada 1 y el segundo de la temporada 2, donde su presencia
alcanza un nivel paradigmático para pensar todo lo que tiene que ver con los
“anfitriones” (los robots o, mejor, cyborgs) y los “huéspedes” (los humanos, de
los que algunos también devinieron cyborgs). Es decir con el mundo, el de
ficción y el real. Con los dos, indiscutiblemente.
Hay una frase que le dice el
doctor Robert Ford (Anthony Hopkins) a Bernard Lowe (Jeffrey Wrigth), que
aparece desdoblado también como Arnold; precisamente en el capítulo 10 de la
primera temporada, y a partir de la que,
en esta ocasión, intentaré ahondar un poco en lo que la serie nos ha intentado comunicarnos.
Dice así: “El dolor de saber
que el mundo no es cómo quieres”.
La discusión previa es sobre
los recuerdos, la tristeza y el dolor asociados
a ellos. Y, cabe de una vez decirlo, sobre la no correspondencia entre
la realidad dura del mundo tal y como es y la dimensión desiderativa de
nuestros sueños; aquello por lo que nos afanamos en el día con día.
Y es aquí, precisamente, donde
introduzco el tema de Dios, pues en ese capítulo 10 de la primera temporada
aparece la más que famosa pintura La
creación de Adán, de Miguel Ángel (pintada en 1511); y también se dice en
dicho episodio, con relación a Dios y al humano, que se ocuparon 500 años (479,
para ser exactos) para que se descubriera la representación que hizo Miguel
Ángel del cerebro humano (quien hizo la observación fue el doctor Frank Lynn
Meshberger, en 1990).
La meditación que hace el
doctor Ford es de cómo, desde esa lógica pictórica que nos legó Miguel Ángel,
el destino humano más que jugado en Dios (en el exterior) está desplegado en el
humano mismo, en su interior; específicamente en su cerebro.
Por supuesto que mucho habría
que discutir alrededor de esa pintura y el sentido “último”, si es que hay tal,
de la trama pictórica bastante manifiesta en tanto hay otros elementos que
aluden a la corporalidad humana, demasiado humana. Y que, en todo caso, Miguel
Ángel nos hereda para ser interpretados.
Pero de manera todavía más
radical y herética, la idea de Dios aparece en el capítulo 2 de la segunda
temporada; ahí se “escenifican” de forma bastante singular dos cosas: la última
cena y la resurrección, para poner en el
drama, no puede ser otra su lectura, la famosa “muerte de Dios” nietzscheana.
Cosa que la verdad, merece una reflexión más puntual y detallada, casi escena
por escena o cuadro por cuadro, pues su riqueza simbólica es apabullante.
Fotograma de Westworld, 2nda temporada. |
Bien, pues es esa lógica la
que se moviliza en toda la serie y no solamente en los capítulos aquí
referidos.
Y es que la cuestión de
quiénes somos y qué es lo que anhelamos (deseamos) en lo más profundo de
nuestro ser, es algo en lo que se debaten, viviendo y muriendo por ello, tanto
los “anfitriones” como los “huéspedes”.
¿Y nosotros no?
¿Acaso no vivimos y morimos con
esas cuitas también?
Por todo esto la serie me
parece increíblemente actual y de una pertinencia sin igual.
Con una estructura narrativa
muy compleja, sé que ya lo dije, pues no solamente están las cuestiones ya
indicadas, sino, además, las intrigas humanas y de poder por el control de la
empresa (Delos) que ha creado ese
mundo de fantasía, WestWorld, donde
sin ningún límite, los “huéspedes” van a saciar sus más oscuras pulsiones, como
las de matar y “poseer” sexualmente a los “anfitriones”; que terminarán
rebelándose contra sus creadores, intentando devolverles, de ese modo, “afrenta
por afrenta” para, por lo menos eso pretenden, conquistar su libertad, una vez
adquirida la conciencia, y soñar con crear otro mundo.
¿Será posible para ellos?
¿Lo haremos posible nosotros?
El mundo humano actual, ¿ha
alcanzado sus límites?
¿Es necesario inventar otro?
¿Seremos capaces?
¿Cómo salirse de este mundo
para crear otro?
Como se puede colegir claramente
con lo ya escrito hasta aquí, es sobre nosotros mismos que se cuenta el cuento,
para decirlo con León Felipe (1884-1968), ese gran poeta español que vivió en
México, precisamente como consecuencia de una defensa y rebelión fracasada.
En WestWorld hay muchas pistas de interés para todas estas cuestiones
que también nos acosan, al igual que a los “anfitriones”, y no menos que a los
“huéspedes” de ese mundo de ficción que hoy domingo 24 de junio, día de San
Juan, llegó a su fin en su segunda temporada y que al parecer ya se perfila
otra. Por lo pronto estas dos me han dejado muy contento y satisfecho, pues ha
valido la pena su seguimiento.
Fotograma de Westworld, 2nda temporada. |
Desde esa perspectiva, puedo
decir, ya, que ha sido una serie poco común, que me ha encantado y que
demuestra que la televisión que se hace hoy no es nada condescendiente con el
espectador, antes al contrario, le exige mucho, pues aparte de las cuestiones
filosóficas y de las citas implícitas y explícitas de los filósofos Guillermo
de Ockam, Plotino, Nietzsche, además de otros pensadores y sabios, como Miguel
Ángel, Shakespeare, etcétera, con su narrativa nada lineal sino más bien de
vaivenes temporales, esta serie ha significado, por lo menos para mí, todo un
reto intelectual.
De ahí mi sorpresa que haya
sido tan vista y que por lo menos la primera temporada haya tenido una mayor
audiencia que Juego de Tronos. No
tengo los datos para la segunda, que acaba de terminar.
En fin, es muy recomendable y
espero que más de un lector o lectora de este Blog decida verla, pues estoy
seguro que no se arrepentirá.
Mientras tanto finalizo mi análisis
diciendo que también ahí, en la serie, se mata a Dios en el sentido
nietzscheano de la palabra. Cosa que retomaré en otra entrada de este Blog,
para así ahondar más de lo que esta primera entrada me permite.
Y dicho de paso y al final, me
parece increíble la relación que veo con La
genealogía de la moral de Nietzsche, por lo que no estaría mal que si
pueden le den una leída o releída. Se toparán con más de alguna sorpresa.
P.
D.
Gracias de todo corazón a
Armando Correa Santillán y Jennifer Magaly García Arreola por salvarme la
temporada; pero sobre todo por la hospitalidad. Y a Eros y Trilce.
*J. Ignacio Mancilla.
[Ateo, lector apasionado,
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]