martes, 12 de junio de 2018

Crónica anunciada del ¿suicidio? de un Rector



A la siguiente entrada le correspondía ser publicada el martes 5 de junio pasado, mas, por la coyuntura preelectoral, se dio espacio en esa fecha para la republicación de un texto sobre Andrés Manuel López Obrador, originalmente publicado en este mismo espacio a principios de año. 




J. Ignacio Mancilla*




¿Ante qué estamos? ¿Ante una novela? ¿Una crónica? ¿Una investigación histórica? ¿Una descripción sociológica? 

Todavía más exagerado, ¿ante una enunciación filosófica?

Difícil decirlo, pero…

Desde mi singular perspectiva de lector interesado y apasionado, El Rector, de Roberto Castelán Rueda (Editorial Paraíso Perdido, Guadalajara, México, 2018, 155 pp.), no se logra en ninguno de los rubros señalados. Deja mucho que desear; es más, bastante.




Y no es para menos, pues su narrativa nos confronta ante uno de los más oscuros pasajes de la historia reciente de nuestra Universidad de Guadalajara; que ha tenido muchos, ahora por ejemplo, el del acoso. Para vergüenza de todas y todos. Con autoridades pasivas durante años que ahora, “sorprendidas” por la magnitud del fenómeno no atinan respuestas sensatas, más bien desatinan.

La novela es presentada en la cuarta de forros como “thriller político”, “narrado desde las voces de sus actores”. Se dice.

¿Estamos de verdad ante un “thriller político” narrativamente hablando? ¿Nos encontramos realmente frente a una novela polifónica?

Dudo, dudas. Luego escribo lo que sigue.




Conocí a Roberto Castelán Rueda, no personalmente sino como estudiante de una generación a la que también pertenecí, y desde un principio estuvo a la sombra de Trino Padilla. Conformaban un grupo político, ya desde entonces, como una de las primeras generaciones de la entonces reciente carrera de Sociología. Editaban, incluso, una Revista, de la que ya no recuerdo el nombre pero… Teníamos posiciones opuestas, hasta ahora, por lo que nuestra militancia fue radicalmente encontrada: ideológica y políticamente.

Desde esta lógica y esta historia no es casual, para nada, su inserción como alto funcionario del equipo padillista y como tal perteneciente a la élite (a la “burguesía dorada”, Emilio González dijo, ja, ja, ja); ni mucho menos el que, también ahora nos presente este “thriller político” ¿por (auto) encargo?

Mucho habría que decir de él, más allá de su escritura, un tanto simple y común a la vez, en la que nos presenta personajes de ficción como El Rector y El Líder, fundamentalmente. Son los dos principales, que tienen que ver, ficcionalmente, con personajes de una tragedia bastante real como son Carlos Briseño Torres y Raúl Padilla López; este último hermano de su gran protector político, en la realidad y no en la ficción.

Pero…

Esta vez no contaré esta historia, que tiene muchos vericuetos; no sé si la haré en otra ocasión. Por ahora me detengo en la novela, para no alargar en demasía este texto.

El asunto central no es si lo que se cuenta es del orden de lo acontecido, sino si es pertinente la narración misma, como novela o, más específicamente como “thriller político”.

Incluso desde esta peculiar óptica su literatura es bastante floja, exceptuando un poco el final en el que, de alguna manera, se logra cierta complejidad del personaje principal, El Rector, subjetivamente hablando; es decir como sujeto con “múltiples contradicciones”. De ahí que resulte curioso que sea el único momento, en la novela, si exceptuamos una página casi intermedia donde la narración alcanza un poco barruntos de nivel literario, ausente prácticamente en todas sus páginas.

Mucho habrá que indagar, todavía, y escribir también sobre este pasaje por lo menos real, que no sé si histórico, donde el autor (Roberto Castelán Rueda) llegó a “psicologizar” en demasía, casi en declaraciones de banqueta, los actos y decisiones de Carlos Briseño como Rector: ello desde una posición un tanto ingenua e impune, pues el lugar central que ha ocupado como parte de la camarilla del poder de la Universidad lo colocaba en ese imposible lugar de sostener, “ingenuamente”, lo más cuestionable. Siempre en demérito de El Rector. Para perpetuar, así, la ilusión de una “identidad grupal” que se toma a sí misma por toda la Universidad.




¿Las complejizaciones que ahora presenta en tono de ficción las hizo como una descarga de ciertos remordimientos al respecto? No sé, pero la novela ahí está para quien quiera confrontar lo narrado con lo acontecido en estas tierras donde El Líder hace de las suyas.

No cabe duda, por ello, que el mejor librado es El Líder, ¿curiosamente? Sin embargo, el thriller tiene algo de valor porque en esa compulsión escritural, donde quien escribe es llevado por la escritura, así como todo hablante es arrastrado por el habla (cosa que vale incluso para un servidor), nos muestra realmente, y así lo (d)escribe en varios pasajes, el carácter dictatorial con el que El Líder ejerce el poder en la Universidad: en la de ficción, claro, pero coincidentemente también en la vida real, ja, ja, ja.

Y en esto la novela nos ofrece una gran lección, no sabemos si de sinceridad o de cinismo, o de “realismo ficcional literario”. Que el lector juzgue.

En fin…

Que cada quien se arriesgue a leer o no la novela de Roberto Castelán Rueda: yo opté por leerla y dar cuenta de esa mi (primera) lectura, como parte del lugar que ha ocupado en mi vida esa compleja historia llamada Universidad de Guadalajara, en tanto otrora fui profesor de asignatura e investigador y ahora solamente soy un maestro de asignatura que también milita en el Colectivo de Reflexión Universitaria (CRU).

La historia sobre la que “ficciona” Roberto Castelán Rueda habrá que retomarla, una y otra vez, para narrarla desde tonos distintos que vayan mucho más allá de lo escrito por el autor.

Ya volveré, con más detenimiento, sobre esta singular historia de ficción. Por lo pronto estas son las impresiones de un primer acercamiento a una narrativa sobre algo que conmovió a todas y todos en una Universidad tomada, desde hace tiempo, por un poder caciquil que maneja discrecionalmente los recursos públicos, abonando con ello cierto empobrecimiento académico y estructural de la Universidad misma. La historia reciente del acoso así nos lo demuestra.




¿Acaso no se oculta, mal, como narrador de ficción, y se hace y nos hace trampa, al estar demasiado implicado en una historia de la que en su tiempo no tomó la distancia adecuada, críticamente, como para ahora intentar hacernos creer que sí, por lo menos ficcionalmente? ¿Y la realidad del poder denunciado en la ficción dónde queda?

En fin…

No puedo dejar de citar algunos pasajes donde se nos muestra el carácter de cursilería que alcanza el “thriler político” ahí, precisamente, donde quiere ser profundo.

Van tres:

--“[…] sin dejar su sonrisa que parece tatuada, el Rector dijo a la prensa: Las diferencias en el ámbito estudiantil, luego en la vida, se convierten en nada.

Y así fue. Habría que agregar que con el tiempo, la vida también se convierte en nada”

--“Hay quien imagina la muerte como un frío helado, un frío que provoca dolor, que penetra hasta los huesos y te somete a un temblor constante porque el frío no se te quita con nada y así te la pasas por toda la eternidad, o hasta que te reciba Dios en su seno, te arrope, te cobije y te mande a donde te tenga destinado para vivir una mejor vida”.

--“Los pasillos de los aeropuertos se parecen a los de los hospitales. Siempre hay alguien limpiándolos con un mechudo que despide un olor fuerte. Todo el tiempo brillosos, iluminados con luces tenues que no dejan lugar para la sombra. Ni en los hospitales se ve la sombra de las personas. Por cierto, ¿en dónde se meterán cuando no están con uno?”.

¿Recomiendo la lectura de El Rector?, dudo, dudas. Luego dejo de escribir.

Por ahora es todo.




*J. Ignacio Mancilla.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]










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