viernes, 14 de julio de 2017

Apuntes sobre la crisis

Inés M. Michel




“La vida, ella misma, en cada paso, es trance, crisis…”

La casa y otros ensayos. Hugo Mujica.





Confieso que me han aquejado no una sino un sinfín de crisis. Cada una de distinta gravedad.

Acudo a estos apuntes para compartirles la relación que encuentro entre la crisis, y todo lo que ella conlleva, con ciertas oportunidades de transformación. No se trata de ningún manual de superación ni de esperanza idiota, lo que intento es poner sobre la mesa que estar en crisis o haber padecido ese estado, puede ser lo que nos llevó a desatorar algunas cosas y, aún más allá, a movernos y reconfigurarnos de modo que nos vimos obligados a reinventarnos.

Es la vida una sucesión de oportunidades diversas, aunque en la negrura de estados críticos nos cueste ver más allá de la densa niebla que nos rodea. Recordemos el último episodio que catalogamos como crítico para nuestras vidas, para algunos será la pérdida del empleo, para otros una ruptura amorosa, habrá quienes rememoren el fallecimiento de alguien cercano.

En todas estas situaciones hay un hecho ineludible: no volveremos a ser los mismos. Algo en nuestro interior se ha ido, o se ha roto. Dependiendo de la gravedad del asunto y de cómo nos posicionemos ante ello, tendremos cierto nivel de daño que suele ser irreparable en el sentido de que la vivencia y las emociones no se borrarán. Por otro lado, hay algo que nos cuesta trabajo reconocer, después de la experiencia y aun enfrentando la falta que de ella se desprenda, tendremos la opción de replantear nuestra vida, toda ella.

La imaginación es por tanto el elemento que debiera estar presente en todas las crisis, no importa su origen, porque solo imaginando podemos pensar en un camino distinto al que nos habíamos planteado, solo echando a volar nuestra mente y obligándola a ir más lejos de lo que había ido anteriormente, es que podremos diseñar otro capítulo, u otro libro si es necesario, donde nuestra historia siga adelante y encuentre nuevos horizontes.

Mujica nos dice en un ensayo titulado Crisis y fecundidad: “Desde una perspectiva algo se rompe. Desde otra perspectiva algo pugna, busca espacio, nace. Comienza a palpitar. Es.”

Ahí está lo fundamental de la crisis, de no negarse a pasar por ella. Se trata de un momento de atasco, donde la tristeza y otras emociones similares nos embargan, un momento donde estamos rotos o sentimos que nos rompemos, pero también, es un periodo de intenso movimiento, donde nuestras ideas están poniéndose a prueba, nuestro ser mismo está siendo enfrentado con el mundo, y a partir de ahí, algo distinto surgirá, algo está naciendo.

¿Qué será de nosotros después de la crisis?

Un camino es sucumbir, el otro es vivirla sin temor ni remordimientos, para después navegar a través de ella hacia un mar distinto donde la tempestad habrá quedado atrás, donde seguro enfrentaremos otras más, y lo podremos hacer conscientes de que cada una representa una oportunidad de conocer otros mares.

Es cierto, lo escrito en el ensayo de Hugo Mujica, la vida en sí misma es crisis. Lo que podríamos traducir como que la vida es una continua ventana hacia la oportunidad. No siempre la podemos ver, pero la ventana siempre está ahí, no se trata solo de encender la luz, sino de imaginarnos frente a ella.



La casa y otros ensayos (Hugo Mujica). P. 49.




Inés M. Michel

Ciudad de México, julio de 2017.

 [atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]

@inesmmichel
I: inmichel








martes, 4 de julio de 2017

Una pesadilla siniestra (Unheimlich). Ser juez en tiempos de canallas


[Texto con el que participé en el Coloquio Poder y Psicoanálisis: una mirada desde la Filosofía Política, organizado por Abraham Godínez (a quien reitero mi agradecimiento por su invitación) y que se realizó en Espacio Psicoanalítico, A. C. y el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la Universidad de Guadalajara, el 5 y 6 de junio pasado y que me dejó la siguiente preocupación: ¿qué con la ignorantia docta en las universidades? Sé que otra cosa es la docta ignorantia del Cusano y por supuesto de Sócrates.]



J. Ignacio Mancilla




“… el Tiempo centellea y
el Soñar es saber (Le Temps scintille et
le Song est savoir)”.

Paul Valéry. El cementerio marino.

“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”.

Calderón de La Barca. La vida es sueño.

“¡El mundo está fuera de quicio!...
¡Oh suerte maldita!... ¡Que haya
nacido yo para ponerlo en orden!
(The time is out of joint: O cursed spite,
That ever I was born to set it right!)”.

William Shakespeare. Hamlet. Príncipe de Dinamarca.




En la sesión final de su último Seminario (26 de marzo de 2003), La bestia y el soberano, Jacques Derrida (1930-2004), el filósofo de la deconstrucción, tuvo una singular pesadilla; esto en el contexto de un (su) mundo convulsionado por las guerras y por el “terrorismo”, al igual que el nuestro.

Se soñó juez, y los personajes a quienes tenía que juzgar, es decir, impartir justicia, he aquí el nudo problemático de esa pesadilla tan particular, eran nada más, pero nada menos que: Saddam Hussein, George W. Bush, Donald Rumsfeld, José María Aznar, Tony Blair, Jacques Chirac, Ariel Sharon, Yasser Arafat, Vladimir Putin y Juan Pablo II (el Papa).

Pura fichita, pero todos, en ese entonces, con el poder soberano; y uno, fuera de la serie, incluso como representante del (único real) poder (soberano) divino.

¡Vaya tarea!



Coloquio Poder y Psicoanálisis.
Foto: Areli Gutiérrez.


Pero antes de empezar, a manera de introducción, detengámonos en la pesadilla, tal y como nos la narra en un Seminario de enormes consecuencias teóricas y políticas, que lamentablemente no podré escudriñar aquí en todos sus detalles, pues apenas apuntaré algunas cosas de interés a partir de lo jugado por el argelino en esa meticulosa deconstrucción que hace de las figuras de la bestia y del soberano, los dos como fuera de la ley, para así pensar la cuestión del poder en el mundo contemporáneo; sí, el mismo que nosotros habitamos o, mejor dicho, deshabitamos, ¡y de qué manera!

Y conste que no es un simple juego de palabras. Ya se verá.

¡Ay, todo lo que acontece (de forma por demás terrible, siniestra) en el mundo actual!

Va, pues, primero, la narrativa de su sueño, tal cual la hace Derrida.

Después, si es necesario y si nos da tiempo, repetiré algunas partes, sobre todo algunas ideas, para puntuar algunos problemas sobre los que el propio soñante filósofo nos llama la atención.

Se trata, lo adelanto, de extraer de la forma más radical posible, lo apuntado por el autor de Espectros de Marx: El Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva Internacional, quizá uno de sus textos más leídos y mediante el que se posiciona ante el neoliberalismo, ¡defendiendo a Marx!, pero sobre todo a sus espectros, que todavía siguen siendo, en alguna medida, también los nuestros.

Aunque es preciso decirlo, más para mal que para bien.

Antes del 26 de marzo de 2003 (recordemos que Derrida murió el 8 de octubre de 2004), fecha de la sesión de cierre de ese magnífico Seminario, Derrida nos cuenta:

“El otro día, mientras me encontraba griposo y no estaba nada seguro de poder venir hoy aquí, tuve una pesadilla –durante la cual se me había, en un tribunal, algo así como un super Consejo de seguridad, [se me había, pues,] confiado, asignado, aunque yo no sentía ningún deseo de encargarme de ello, una rocambolesca misión, la misión de defender elocuentemente, como buen abogado, e involucrando la autoridad combinada de Aristóteles y Heidegger, [de defender, pues, y de someter] la tesis según la cual Saddam Hussein, Bush, Rumsfeld, Aznar, Blair, Chirac, Sharon, Arafat, Putin y Pablo, quiero decir el papa Juan Pablo, y algunos otros agrupados detrás de ellos (aquello se parecía un poco al tribunal de Nuremberg, todos ellos tenían audífonos y se les traducía mi discurso cuando yo hablaba en griego o en alemán), yo debía, pues, defender la tesis según la cual a todos los que emiten sentencias y a los picos de oro de este mundo se les tenía que reconocer, a todos ellos, no sólo el derecho sino también el poder de acceder al lógos, y no sólo al lógos semantikós sino incluso al lógos apophantikós. Hasta Bush. ¡Y hasta Saddam Hussein! Y la pesadilla, la crisis dolorosa que agitaba entonces mi sueño enfebrecido, se debía al hecho de que, además de la gripe que me volvía un poco unheimlich, yo no tenía ninguna gana, pero ninguna gana, en verdad, de demostrar eso; al hecho de que yo me sentía como uno de esos abogados nombrados de oficio para defender a sus clientes y que llevan la defensa de un serial killer pedófilo, matricida y torturador; y yo no quería, pues, a ningún precio defender esta causa, pero mi conciencia profesional, mi bien conocido sentido de la deontología, la intransigencia inflexible de mi superyó filosófico insistían y me empujaban a decir: <<Sí, debes, debes en verdad y en justicia no obstante reconocer y demostrar, es tu deber, debes ser justo también con esas gentes, a pesar de todo, debes, a pesar de todo, conceder que tienen en efecto acceso al lógos semantikós e incluso al lógos apophantikós>>. ¡Y hasta Bush! Tienen el poder y el derecho a él. Por lo demás, son tanto más culpables por eso. Sin duda no lo sabrán jamás, pero sería injusto negárselo. Negárselo sería comportarse como Saddam, Bush, Blair, Aznar, y eso no lo debo consentir nunca. Si quieres no ser como ellos reconoce que todavía hay lógos apophantikós cuando estos horribles personajes se atreven a dirigirnos la palabra y a hablar al mundo poniendo en marcha a sus generales y a sus ciegas y, en último término, tan poco competentes máquinas de guerra. Al despertar, me pregunté (aunque todavía estaba muy acatarrado) qué pasaría si se encerraba a todos estos Poll, aislados por ejemplo en ese trozo de isla de Cuba llamado Guantánamo, para enseñarles a hablar, para que siguiesen ahí una enseñanza intensiva sobre Robinson Crusoe, determinado seminario de Heidegger y el Peri hermeneías de Aristóteles. Cuando me bajó la fiebre, tuve que reconocer que eso no cambiaría nada la guerra en curso, justamente. Y que no hay sin duda ninguna guerra posible, entre otras cosas, sin lógos apophantikós. Lo cual da que pensar” (Derrida, Jacques, La bestia y el soberano, Volumen II, Editorial Manantial, Buenos Aires, 2011, pp.317-319).



Coloquio Poder y Psicoanálisis.
Foto: Areli Gutiérrez.


Pensemos, pues, todo lo que implica, en cuanto al nudo de problemas éticos, pero también políticos (pero no menos ontológicos o, si prefieren, metafísicos), esta singular pesadilla en los tiempos que corren, ahora, como desquiciados (Hamlet dixit).

Formularé tres preguntas que considero nodales en la lógica argumentativa de Derrida:

¿Es lo siniestro (Unheimlich) lo “propio” del ser humano?

¿Lo siniestro (Unheimlich) reside en su animalidad o en su humanidad?

¿Qué lugar ocupa la razón (lógos), en particular como lógos apophantikós, en tanto más allá del lógos semantikós, en la realización/actualización de lo siniestro?

Cabe aclarar que todo el Seminario, al margen de muchos otros autores, Derrida lo ha caminado casi de la mano de Daniel Defoe (en especial de su Robinson Crusoe), de Martin Heidegger y por supuesto de Aristóteles y su De la interpretación (en particular considerando Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, finitud, soledad, Seminario posterior a la publicación de Ser y tiempo, en 1927, como todos sabemos).

Pero también Jacques Lacan ocupa un lugar muy importante en la estructura argumentativa de Derrida; por supuesto que todos leídos, siempre, desde su singular perspectiva deconstructiva.

Desde esta manera, no es para nada casual que al final retome a Heidegger, al lado de Walter Benjamin, para, de una forma más que aporética, anudar la cuestión de (dar) la muerte, como límite, precisamente, a la fuerza de la violencia (Gewalt).

Y cerrar, insisto, problemáticamente, el Seminario con la cuestión de quién tiene el derecho de dar la muerte al otro; cuestión más que pertinente en el mundo de hoy.

Todo esto es lo que moviliza la pesadilla del filósofo argelino en la narración que el mismo hace, como la hemos escuchado.

De modo que regreso a lo puntuado, como argumento central en esa pesadilla, con la que nos proporciona muchas cosas para reflexionar y problematizar el estado de cosas del mundo actual; pues independientemente de que éste ha cambiado mucho desde 2004, no cabe duda que no solamente sigue en su inercia destructiva, sino que ésta se ha acrecentado, lamentablemente; mejor dicho terroríficamente.

De modo que, permítaseme jugar con Timón de Atenas, uno de los personajes shakesperianos favoritos de Marx; en particular con esa su entrada genial, cuando el poeta inquiere al pintor y le pregunta, ¡ay la cuestión más simple!:

“¿Cómo va el mundo?”.

Y éste responde, llanamente:

“Se desgasta, señor, a medida que marcha” (Skakespeare, William, Timón de Atenas, Acto I, Escena I, Obras Completas, Editorial Aguilar, Bilbao, 1974, Tomo II, p. 613).

Bien, al final de la narración de su pesadilla, Derrida vincula, como algo que nos tiene que dar para pensar, precisamente, lo siniestro (Unheimlich) con la presencia de lo que se supone es lo más “propio” del hombre, de lo humano: el lógos apophantikós.

Y… recordemos lo soñado, se trata de no negarles a los sujetos que él como soñante se ve obligado a juzgar; se requiere, precisamente, de no negarles a ellos, justamente a los sátrapas del mundo, el derecho al lógos apophantikós.

No obstante su repudio.

¿Caemos en la cuenta, ahora, de por qué Derrida define esta su misión (imposible) como rocambolesca? 

Regresemos a la pesadilla y a su lógica otra, la del sueño.

Para establecer, y no hago otra cosa que puntuar lo afirmado ahí por Derrida, en primer lugar el desgano de jugar el papel de juez; en segundo lugar la obligación de impartir justicia incluso a aquellos que aparentemente no merecerían la visión ciega de la justicia, pues en tanto soberanos han dado muerte y multiplicado las muertes, con sus generales y sus “ciegas” y “poco competentes máquinas de guerra”, nos dijo.

No precisamente como límite de su poder sino, más bien, en cuanto desplante mismo de sus excesos.

¿De su cruel soberanía?

Cada lección de este Seminario, por demás bello y profundo, es un despliegue, casi interminable, de aporías y reflexiones no solamente filosóficas; también éticas y políticas.

La última sesión no es la excepción; Derrida expone muchas cosas, da muchos saltos y deja también diversas cuestiones enigmáticas o por lo menos de difícil seguimiento.

Habla de la guerra y el mundo, de su mundo que, insisto, aún con todos sus cambios, sigue siendo el mismo, testarudamente violento, al grado que podríamos decir excesivamente (siniestramente) violento, como podemos constatarlo con la simple lectura de los últimos y recientes atentados en los que dar la muerte es el pan nuestro de cada día.

Pero, doy un salto, no por ello dejo de seguir la compleja lógica expositiva de ese maravilloso Seminario y de su última lección, en la que Derrida persiste en su reflexión crítica de y con Heidegger.

El salto lo doy para cambiar un poco el sentido de esa reflexión abruptamente acelerada hacia su final, para interrogarme, preguntándoles, pensando en este atribulado país, pero también en el mundo:

¿Qué es el mundo? (“Was ist Welt?, se interrogaba Heidegger; el Heidegger de Los problemas fundamentales de la metafísica…); pero también me cuestiono:

¿Quién tiene el derecho de dar la muerte?

Más concretamente:

¿Quién o quiénes se arrogaron el derecho (poder) de dar muerte a Miroslava Breach (1962-2017) y Javier Valdez (1967-2017), los dos periodistas de la Jornada recientemente asesinados?

¿Quiénes o quién decidieron (por poder o por fuerza) dar la muerte a Brenda Damaris González Solís (de 25 años al ser desaparecida y posteriormente asesinada), madre de Iñaky (que significa Fuego), de 5 años cuando desaparecen a su madre)?  

Brenda Damaris era una ciudadana común, nada tenía que ver con el periodismo ni con ningún tipo de representatividad política; y fue desaparecida a partir de un “simple” accidente de tráfico en Monterrey y, como ya lo dije, encontrada asesinada meses después de su desaparición (Valdez Cárdenas, Javier, Huérfanos del narco. Los olvidados de la guerra del narcotráfico, Editorial Aguilar, México, 2015. Esta terrible historia es la primera del libro, pp. 21-39).

Las tres fueron vidas singulares, con nombre propio; con genealogía e historia familiar y social y que, lamentablemente, forman parte, ya, de una historia siniestra; la del México de hoy.

Que más allá de los números, de por sí ya terribles, nos constatan la “barbarización” de la política en México, así como la “barbarización” de los lazos sociales en que hoy vivimos.

Todo en aras de un poder anónimo, pero que tiene ejes muy claros. El del Estado y el del dinero, que se impone y nos impone y “naturaliza” esa “barbarización”, al grado de que, ¿quién le opone resistencia?

Es esta lógica siniestra la que Derrida intenta deconstruir a lo largo de su Seminario y en particular en su última lección; incluso, podemos decir, lógica perversa en la que, dialécticamente, el soberano se ha bestializado, pero también el bestialismo se ha soberanizado y se ha convertido en parte del poder del Estado.

¿Acaso es posible distinguir hoy, clara y distintamente (es decir, cartesianamente), a (algunos) políticos de los criminales?
 
Pensemos en Javier Duarte, a manera de ejemplo nada más:

¿Bestia o soberano?

Como ven el problema que tenemos por delante es enorme. 

Y no podemos rehuirle.

Qué hacer, pregunta leniniana que, lo pienso sinceramente, ¿tenemos de nuevo que reivindicar?

¿Aquí?

¡Ay, la Universidad (sin condición)!

Pero multiplico las preguntas:

¿Qué tipo de Universidad (de educación) queremos para mañana, para pasado mañana?

Nos urge, pienso, deconstruir la soberanía; pero no solamente a través de las figuras de la bestia y el soberano, como lo ha hecho Derrida; creo que dicha exigencia no puede ser ya solamente una tarea política, por más amplitud que le demos al término, sino que, también, dicha exigencia deber ser académica, si no encerramos la academia intramuros, como la inercia institucional nos lo impone.

Pienso en Universidad sin condición y en Espectros de Marx… textos de Derrida que ya mencioné, pues estamos ante un riguroso análisis político y académico, las dos cosas, del neoliberalismo, que hoy sigue tan campante y se ha enseñoreado del mundo entero; sobre todo de sus centros de poder.

Y creo que esto vale no solamente para México, sino también para el mundo, sobre todo hoy, cuando tantos muertos nos habitan, cual tierra de Pedro Páramo.

Es por ello que hoy vale asumirse como heredero de los espectros de Marx y de tantos otros; Zapata, por mencionar a uno de nuestros fantasmas más ilustres.

Bien, como tengo que terminar, también yo, no sin ciertos matices, es que digo:

No señores filósofos, Heidegger y Derrida particularmente (y conste que me dirijo a ellos con el más absoluto respeto y cariño): la muerte no necesariamente es el límite de la Fuerza de ley (Gewalt); puede, en ocasiones, y no pocas, ser la más siniestra manifestación de su exacerbación; de su propia desmesura.

Sea bajo la forma de la bestialización del soberano o bajo la soberanización del bestialismo, como de hecho acontece; en México y en el mundo.

Pero, y con esto termino:

¿Qué vamos a hacer?

No:

¡Qué le vamos a hacer!

Sino:

¿Qué vamos a hacer?

Me callo, para cerrar, dejándoles la pregunta.   




Coloquio Poder y Psicoanálisis.
Foto: Areli Gutiérrez.

       



*J. Ignacio Mancilla


[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]