[Texto con el que participé en el Coloquio Poder y Psicoanálisis: una mirada desde la Filosofía Política, organizado por Abraham Godínez (a quien reitero mi agradecimiento por su invitación) y que se realizó en Espacio Psicoanalítico, A. C. y el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la Universidad de Guadalajara, el 5 y 6 de junio pasado y que me dejó la siguiente preocupación: ¿qué con la ignorantia docta en las universidades? Sé que otra cosa es la docta ignorantia del Cusano y por supuesto de Sócrates.]
J.
Ignacio Mancilla
“…
el Tiempo centellea y
el
Soñar es saber (Le Temps scintille et
le
Song est savoir)”.
Paul
Valéry. El cementerio marino.
“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”.
Calderón de La Barca.
La vida es sueño.
“¡El mundo está fuera de quicio!...
¡Oh suerte maldita!... ¡Que haya
nacido yo para ponerlo en orden!
(The time is out of joint: O cursed spite,
That ever I was born to set it right!)”.
William Shakespeare. Hamlet. Príncipe de Dinamarca.
En la sesión final de su
último Seminario (26 de marzo de 2003), La
bestia y el soberano, Jacques Derrida (1930-2004), el filósofo de la
deconstrucción, tuvo una singular pesadilla; esto en el contexto de un (su) mundo
convulsionado por las guerras y por el “terrorismo”, al igual que el nuestro.
Se soñó juez, y los personajes
a quienes tenía que juzgar, es decir, impartir justicia, he aquí el nudo
problemático de esa pesadilla tan particular, eran nada más, pero nada menos
que: Saddam Hussein, George W. Bush, Donald Rumsfeld, José María Aznar, Tony
Blair, Jacques Chirac, Ariel Sharon, Yasser Arafat, Vladimir Putin y Juan Pablo
II (el Papa).
Pura fichita, pero todos, en
ese entonces, con el poder soberano; y uno, fuera de la serie, incluso como
representante del (único real) poder (soberano) divino.
¡Vaya tarea!
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Coloquio Poder y Psicoanálisis. Foto: Areli Gutiérrez. |
Pero antes de empezar, a
manera de introducción, detengámonos en la pesadilla, tal y como nos la narra
en un Seminario de enormes consecuencias teóricas y políticas, que
lamentablemente no podré escudriñar aquí en todos sus detalles, pues apenas
apuntaré algunas cosas de interés a partir de lo jugado por el argelino en esa
meticulosa deconstrucción que hace de las figuras de la bestia y del soberano, los
dos como fuera de la ley, para así pensar la cuestión del poder en el mundo
contemporáneo; sí, el mismo que nosotros habitamos o, mejor dicho, deshabitamos,
¡y de qué manera!
Y conste que no es un simple
juego de palabras. Ya se verá.
¡Ay, todo lo que acontece (de
forma por demás terrible, siniestra) en el mundo actual!
Va, pues, primero, la
narrativa de su sueño, tal cual la hace Derrida.
Después, si es necesario y si
nos da tiempo, repetiré algunas partes, sobre todo algunas ideas, para puntuar
algunos problemas sobre los que el propio soñante filósofo nos llama la atención.
Se trata, lo adelanto, de
extraer de la forma más radical posible, lo apuntado por el autor de Espectros de Marx: El Estado de la deuda, el
trabajo del duelo y la nueva Internacional, quizá uno de sus textos más
leídos y mediante el que se posiciona ante el neoliberalismo, ¡defendiendo a
Marx!, pero sobre todo a sus espectros, que todavía siguen siendo, en alguna
medida, también los nuestros.
Aunque es preciso decirlo, más
para mal que para bien.
Antes del 26 de marzo de 2003
(recordemos que Derrida murió el 8 de octubre de 2004), fecha de la sesión de
cierre de ese magnífico Seminario, Derrida nos cuenta:
“El otro día, mientras me
encontraba griposo y no estaba nada seguro de poder venir hoy aquí, tuve una
pesadilla –durante la cual se me había, en un tribunal, algo así como un super
Consejo de seguridad, [se me había, pues,] confiado, asignado, aunque yo no
sentía ningún deseo de encargarme de ello, una rocambolesca misión, la misión
de defender elocuentemente, como buen abogado, e involucrando la autoridad
combinada de Aristóteles y Heidegger, [de defender, pues, y de someter] la
tesis según la cual Saddam Hussein, Bush, Rumsfeld, Aznar, Blair, Chirac,
Sharon, Arafat, Putin y Pablo, quiero decir el papa Juan Pablo, y algunos otros
agrupados detrás de ellos (aquello se parecía un poco al tribunal de Nuremberg,
todos ellos tenían audífonos y se les traducía mi discurso cuando yo hablaba en
griego o en alemán), yo debía, pues, defender la tesis según la cual a todos
los que emiten sentencias y a los picos de oro de este mundo se les tenía que
reconocer, a todos ellos, no sólo el derecho sino también el poder de acceder
al lógos, y no sólo al lógos semantikós sino incluso al lógos apophantikós. Hasta Bush. ¡Y hasta
Saddam Hussein! Y la pesadilla, la crisis dolorosa que agitaba entonces mi
sueño enfebrecido, se debía al hecho de que, además de la gripe que me volvía
un poco unheimlich, yo no tenía
ninguna gana, pero ninguna gana, en verdad, de demostrar eso; al hecho de que
yo me sentía como uno de esos abogados nombrados de oficio para defender a sus
clientes y que llevan la defensa de un serial
killer pedófilo, matricida y torturador; y yo no quería, pues, a ningún
precio defender esta causa, pero mi conciencia profesional, mi bien conocido
sentido de la deontología, la intransigencia inflexible de mi superyó
filosófico insistían y me empujaban a decir: <<Sí, debes, debes en verdad
y en justicia no obstante reconocer y demostrar, es tu deber, debes ser justo
también con esas gentes, a pesar de todo, debes, a pesar de todo, conceder que
tienen en efecto acceso al lógos
semantikós e incluso al lógos
apophantikós>>. ¡Y hasta Bush! Tienen el poder y el derecho a él. Por
lo demás, son tanto más culpables por eso. Sin duda no lo sabrán jamás, pero
sería injusto negárselo. Negárselo sería comportarse como Saddam, Bush, Blair,
Aznar, y eso no lo debo consentir nunca. Si quieres no ser como ellos reconoce
que todavía hay lógos apophantikós
cuando estos horribles personajes se atreven a dirigirnos la palabra y a hablar
al mundo poniendo en marcha a sus generales y a sus ciegas y, en último
término, tan poco competentes máquinas de guerra. Al despertar, me pregunté
(aunque todavía estaba muy acatarrado) qué pasaría si se encerraba a todos
estos Poll, aislados por ejemplo en ese trozo de isla de Cuba llamado
Guantánamo, para enseñarles a hablar, para que siguiesen ahí una enseñanza
intensiva sobre Robinson Crusoe,
determinado seminario de Heidegger y el Peri
hermeneías de Aristóteles. Cuando me bajó la fiebre, tuve que reconocer que
eso no cambiaría nada la guerra en curso, justamente. Y que no hay sin duda
ninguna guerra posible, entre otras cosas, sin lógos apophantikós. Lo cual da que pensar” (Derrida, Jacques, La bestia y el soberano, Volumen II,
Editorial Manantial, Buenos Aires, 2011, pp.317-319).
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Coloquio Poder y Psicoanálisis. Foto: Areli Gutiérrez. |
Pensemos, pues, todo lo que
implica, en cuanto al nudo de problemas éticos, pero también políticos (pero no
menos ontológicos o, si prefieren, metafísicos), esta singular pesadilla en los
tiempos que corren, ahora, como desquiciados (Hamlet dixit).
Formularé tres preguntas que
considero nodales en la lógica argumentativa de Derrida:
¿Es lo siniestro (Unheimlich) lo “propio” del ser humano?
¿Lo siniestro (Unheimlich) reside en su animalidad o en
su humanidad?
¿Qué lugar ocupa la razón (lógos), en particular como lógos apophantikós, en tanto más allá
del lógos semantikós, en la
realización/actualización de lo siniestro?
Cabe aclarar que todo el
Seminario, al margen de muchos otros autores, Derrida lo ha caminado casi de la
mano de Daniel Defoe (en especial de su Robinson
Crusoe), de Martin Heidegger y por supuesto de Aristóteles y su De la interpretación (en particular
considerando Los conceptos fundamentales
de la metafísica. Mundo, finitud, soledad, Seminario posterior a la
publicación de Ser y tiempo, en 1927,
como todos sabemos).
Pero también Jacques Lacan
ocupa un lugar muy importante en la estructura argumentativa de Derrida; por
supuesto que todos leídos, siempre, desde su singular perspectiva
deconstructiva.
Desde esta manera, no es para
nada casual que al final retome a Heidegger, al lado de Walter Benjamin, para,
de una forma más que aporética, anudar la cuestión de (dar) la muerte, como
límite, precisamente, a la fuerza de la violencia (Gewalt).
Y cerrar, insisto,
problemáticamente, el Seminario con la cuestión de quién tiene el derecho de dar
la muerte al otro; cuestión más que pertinente en el mundo de hoy.
Todo esto es lo que moviliza
la pesadilla del filósofo argelino en la narración que el mismo hace, como la
hemos escuchado.
De modo que regreso a lo
puntuado, como argumento central en esa pesadilla, con la que nos proporciona
muchas cosas para reflexionar y problematizar el estado de cosas del mundo
actual; pues independientemente de que éste ha cambiado mucho desde 2004, no
cabe duda que no solamente sigue en su inercia destructiva, sino que ésta se ha
acrecentado, lamentablemente; mejor dicho terroríficamente.
De modo que, permítaseme jugar
con Timón de Atenas, uno de los personajes shakesperianos favoritos de Marx; en
particular con esa su entrada genial, cuando el poeta inquiere al pintor y le
pregunta, ¡ay la cuestión más simple!:
“¿Cómo va el mundo?”.
Y éste responde, llanamente:
“Se desgasta, señor, a medida
que marcha” (Skakespeare, William, Timón de Atenas, Acto I, Escena I, Obras
Completas, Editorial Aguilar, Bilbao, 1974, Tomo II, p. 613).
Bien, al final de la narración
de su pesadilla, Derrida vincula, como algo que nos tiene que dar para pensar,
precisamente, lo siniestro (Unheimlich)
con la presencia de lo que se supone es lo más “propio” del hombre, de lo
humano: el lógos apophantikós.
Y… recordemos lo soñado, se
trata de no negarles a los sujetos que él como soñante se ve obligado a juzgar;
se requiere, precisamente, de no negarles a ellos, justamente a los sátrapas
del mundo, el derecho al lógos
apophantikós.
No obstante su repudio.
¿Caemos en la cuenta, ahora,
de por qué Derrida define esta su misión (imposible) como rocambolesca?
Regresemos a la pesadilla y a su
lógica otra, la del sueño.
Para establecer, y no hago otra
cosa que puntuar lo afirmado ahí por Derrida, en primer lugar el desgano de
jugar el papel de juez; en segundo lugar la obligación de impartir justicia
incluso a aquellos que aparentemente no merecerían la visión ciega de la
justicia, pues en tanto soberanos han dado muerte y multiplicado las muertes,
con sus generales y sus “ciegas” y “poco competentes máquinas de guerra”, nos
dijo.
No precisamente como límite de
su poder sino, más bien, en cuanto desplante mismo de sus excesos.
¿De su cruel soberanía?
Cada lección de este
Seminario, por demás bello y profundo, es un despliegue, casi interminable, de
aporías y reflexiones no solamente filosóficas; también éticas y políticas.
La última sesión no es la
excepción; Derrida expone muchas cosas, da muchos saltos y deja también
diversas cuestiones enigmáticas o por lo menos de difícil seguimiento.
Habla de la guerra y el mundo,
de su mundo que, insisto, aún con todos sus cambios, sigue siendo el mismo,
testarudamente violento, al grado que podríamos decir excesivamente
(siniestramente) violento, como podemos constatarlo con la simple lectura de
los últimos y recientes atentados en los que dar la muerte es el pan nuestro de
cada día.
Pero, doy un salto, no por
ello dejo de seguir la compleja lógica expositiva de ese maravilloso Seminario
y de su última lección, en la que Derrida persiste en su reflexión crítica de y
con Heidegger.
El salto lo doy para cambiar
un poco el sentido de esa reflexión abruptamente acelerada hacia su final, para
interrogarme, preguntándoles, pensando en este atribulado país, pero también en
el mundo:
¿Qué es el mundo? (“Was ist
Welt?, se interrogaba Heidegger; el Heidegger de Los problemas fundamentales de la metafísica…); pero también me
cuestiono:
¿Quién tiene el derecho de dar
la muerte?
Más concretamente:
¿Quién o quiénes se arrogaron
el derecho (poder) de dar muerte a Miroslava Breach (1962-2017) y Javier Valdez
(1967-2017), los dos periodistas de la Jornada recientemente asesinados?
¿Quiénes o quién decidieron
(por poder o por fuerza) dar la muerte a Brenda Damaris González Solís (de 25 años
al ser desaparecida y posteriormente asesinada), madre de Iñaky (que significa Fuego),
de 5 años cuando desaparecen a su madre)?
Brenda Damaris era una ciudadana
común, nada tenía que ver con el periodismo ni con ningún tipo de
representatividad política; y fue desaparecida a partir de un “simple”
accidente de tráfico en Monterrey y, como ya lo dije, encontrada asesinada
meses después de su desaparición (Valdez Cárdenas, Javier, Huérfanos del narco. Los olvidados de la guerra del narcotráfico,
Editorial Aguilar, México, 2015. Esta terrible historia es la primera del
libro, pp. 21-39).
Las tres fueron vidas
singulares, con nombre propio; con genealogía e historia familiar y social y
que, lamentablemente, forman parte, ya, de una historia siniestra; la del
México de hoy.
Que más allá de los números,
de por sí ya terribles, nos constatan la “barbarización” de la política en
México, así como la “barbarización” de los lazos sociales en que hoy vivimos.
Todo en aras de un poder
anónimo, pero que tiene ejes muy claros. El del Estado y el del dinero, que se
impone y nos impone y “naturaliza” esa “barbarización”, al grado de que, ¿quién
le opone resistencia?
Es esta lógica siniestra la
que Derrida intenta deconstruir a lo largo de su Seminario y en particular en
su última lección; incluso, podemos decir, lógica perversa en la que,
dialécticamente, el soberano se ha bestializado, pero también el bestialismo se
ha soberanizado y se ha convertido en parte del poder del Estado.
¿Acaso es posible distinguir
hoy, clara y distintamente (es decir, cartesianamente), a (algunos) políticos
de los criminales?
Pensemos en Javier Duarte, a
manera de ejemplo nada más:
¿Bestia o soberano?
Como ven el problema que
tenemos por delante es enorme.
Y no podemos rehuirle.
Qué hacer, pregunta leniniana
que, lo pienso sinceramente, ¿tenemos de nuevo que reivindicar?
¿Aquí?
¡Ay, la Universidad (sin
condición)!
Pero multiplico las preguntas:
¿Qué tipo de Universidad (de
educación) queremos para mañana, para pasado mañana?
Nos urge, pienso, deconstruir
la soberanía; pero no solamente a través de las figuras de la bestia y el
soberano, como lo ha hecho Derrida; creo que dicha exigencia no puede ser ya
solamente una tarea política, por más amplitud que le demos al término, sino que,
también, dicha exigencia deber ser académica, si no encerramos la academia
intramuros, como la inercia institucional nos lo impone.
Pienso en Universidad sin condición y en Espectros
de Marx… textos de Derrida que ya mencioné, pues estamos ante un riguroso
análisis político y académico, las dos cosas, del neoliberalismo, que hoy sigue
tan campante y se ha enseñoreado del mundo entero; sobre todo de sus centros de
poder.
Y creo que esto vale no
solamente para México, sino también para el mundo, sobre todo hoy, cuando
tantos muertos nos habitan, cual tierra de Pedro Páramo.
Es por ello que hoy vale
asumirse como heredero de los espectros de Marx y de tantos otros; Zapata, por
mencionar a uno de nuestros fantasmas más ilustres.
Bien, como tengo que terminar,
también yo, no sin ciertos matices, es que digo:
No señores filósofos, Heidegger
y Derrida particularmente (y conste que me dirijo a ellos con el más absoluto
respeto y cariño): la muerte no necesariamente es el límite de la Fuerza de ley
(Gewalt); puede, en ocasiones, y no pocas, ser la más siniestra manifestación
de su exacerbación; de su propia desmesura.
Sea bajo la forma de la
bestialización del soberano o bajo la soberanización del bestialismo, como de
hecho acontece; en México y en el mundo.
Pero, y con esto termino:
¿Qué vamos a hacer?
No:
¡Qué le vamos a hacer!
Sino:
¿Qué vamos a hacer?
Me callo, para cerrar,
dejándoles la pregunta.
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Coloquio Poder y Psicoanálisis. Foto: Areli Gutiérrez. |