J. Ignacio Mancilla*
[Texto presentado en los comentarios finales de la proyección de Blade Runner en Cinito Rete Divertido, cineclub de PlasmArte, el 24 de marzo de 2012]
“El
valor de la transitoriedad es
el
de la escasez en el tiempo”.
Sigmund
Freud, La Transitoriedad.
“La
temporeidad extático-horizontal
se
temporiza primariamente
desde
el
futuro.
En cambio, la comprensión
vulgar
del tiempo ve el fenómeno
fundamental
del tiempo en el ahora,
en
ese ahora puro, cercenado de su
plena
estructura, al que se llama
<<presente>>”.
Martin
Heidegger, Ser y tiempo.
“Solo
nuestra carne divina nos
distingue
de las máquinas, la
inteligencia
humana se distingue
de
lo artificial por el cuerpo,
solamente
por el cuerpo”.
Michel
Serres, Variaciones sobre el cuerpo.
La
primera vez que aparece en la película el replicante Roy Batty lo
hace diciéndose lo siguiente: “Tiempo”. Para afirmar
inmediatamente: “Suficiente”.
De
este modo, todo el drama de la película se va a jugar en la singular
persecución del persecutor por el perseguido.
Del
Blade
runner
por el replicante.
Es
por ello que tomaré algunos textos de esa larga secuencia final,
para, ante ustedes, pensar toda la (vida humana) película misma.
Pero
antes, quiero hacer una reflexión general sobre el problema del
tiempo, no sin considerar el título de este ciclo tan interesante:
“El
futuro es ahora”.
De
hecho esta es la máxima expresión de lo que podemos llamar la
ideología moderna, que no hay más futuro que el presente.
Viejo
tema de la filosofía, particularmente de la Metafísica, el de la
oposición entre tiempo infinito (eterno, perteneciente solamente a
los dioses) y el tiempo finito (profano, exclusivo de la vida humana
y terrestre).
Si
para la cultura judía el futuro está vedado por razones religiosas
y solamente se puede escrutar el pasado, para la modernidad el futuro
es utópico y el pasado obsoleto, viejo, arcaico; de ahí que lo
único posible sea el presente, el ahora.
Como
se afirma en el título de este ciclo dedicado a la ciencia ficción.
No
me detengo en todos los detalles técnicos de la película, pues en
este sentido quienes organizan este interesante cineclub saben más
que yo al respecto; me interesa detenerme en el sentido del filme,
por lo menos tal y como yo lo entiendo.
¿Es
suficiente el tiempo que vivimos los humanos (setenta años como
promedio)?
¿Cuánto
tiempo es suficiente para tener una vida plena?
¿La
plenitud de la vida, nuestra felicidad, depende del tiempo o de su
intensidad?
¿De
la duración o de la experiencia?
¿De
la cualidad o de la cantidad?
Acordémonos
que cuando el replicante mata a su creador (parricidio de los tiempos
postmodernos), debido a que éste no puede reparar su creación y
hacer que viva más tiempo, y sobre el punto le ofrece todos los
argumentos disponibles a su creación, pues la criatura le había
dicho: “¡Quiero más vida, desgraciado!”.
Ya
antes, el peculiar creador de ojos, Chaw, un científico asiático,
había hablado de Tyrell diciendo: “Él sabe todo”.
Saber
todo es poder todo, pero Tyrell no podía todo, por ello muere siendo
cegado, una especie de Edipo en el espejo que nos devuelve, en el
cine, el carácter terrible de todo saber y también de todo no
saber.
Así,
de la pregunta por el tiempo y de su interés por la “morfología,
la longevidad” y las “fechas de inicio”, el interés de los
replicantes, lidereados por Roy, va directamente al asunto de su
origen; de su creador.
Y
una vez que han asesinado a su creador, se da la verdadera lucha por
el sentido de la vida, de su vida y aquí, para sorpresa de todos, la
máquina, no obstante su aullido de bestia (recordemos que por lo
menos en la tradición cartesiana la máquina siempre se equiparó a
la bestia), muestra más sentido de la compasión y de respeto a la
vida que el propio ser humano.
Pero
detengámonos en esa secuencia final, reproduciendo algunos textos de
ese tan intenso diálogo, de hecho es un peculiar monólogo de la
máquina, teniendo como escucha al ser humano, que al final se queda
azorado ante todo lo dicho por el replicante que, además decide, ¿de
último momento?, no matarlo.
De
hecho inclusive lo salva. Cuestión que le da más dramatismo al
filme.
La
persecución se da con la introducción del tiempo como horizonte
donde se juega, diría Heidegger, todo el sentido del ser, es decir,
de la vida misma; así, Roy le dice Deckard:
“Te
voy a dar varios segundos antes de ir por ti”.
En
los segundos, en el instante o ahora es precisamente donde
encontramos toda la problematicidad (Metafísica) del tiempo, porque
ya Aristóteles afirmaba que el instante es y no es tiempo; es el
límite del tiempo, y como tal fundamento del mismo.
Es
decir, el fundamento del tiempo es el no tiempo, ya que en tanto éste
es el propio transcurrir, cuando pasa ya no es, y por ello es tiempo
pasado; y en tanto todavía no pasa, todavía no es, por eso es
tiempo futuro, quedando el instante (ahora) como límite entre el
tiempo pasado y el tiempo futuro, como límite del tiempo mismo, como
el parpadeo (Augenblick) del tiempo, se dice en la lengua alemana,
que estructura el todo de la temporalidad.
Pero
Roy dice más; mucho más:
“Deckard,
cuatro, cinco… hay que vivir con ahínco”; en ese momento vuelve
a sentir los estragos del tiempo (transcurrido), ante lo que dice:
“¡No, todavía no!”.
Y
bajo esa situación, habiéndose clavado una mano (¿rememoración
del cuerpo de Cristo?), para de ese modo poder resistir mejor (¿con
el dolor?), en el límite de su duración, le dice a Deckard:
“Más
vale que te muevas… si no quieres que te mate. Si no estás vivo…
no puedes jugar. Y si no juegas…”
“Seis,
siete. ¡Al infierno o al cielo vete!”
Y
ante la herida que le causó Deckard, el replicante le espeta al
humano:
“¡Eso
me dolió!”
“Eso
que hiciste fue irracional, ya no digamos indigno. ¿A dónde vas?”.
Y
más directamente:
“Es
un martirio vivir con miedo, ¿verdad? Así es la esclavitud”.
Y
en la parte final, que alcanza su máxima expresión catártica (el
término es aristotélico y se refiere al acto purificador que
ejerce, en nosotros, el arte, en este caso el cine), el replicante,
con una paloma en la mano, que soltará en el momento en que expira
(¿llegará el tiempo en que las máquinas tengan espíritu?),
dirigiéndose a Deckard, dirá:
“He
visto cosas… que los humanos ni se imaginan”.
“Naves
de ataque incendiándose cerca del hombro de Orión. He visto rayos
C… centellando cerca de la puerta de Tannhäuser”.
“Todos
esos momentos… se perderán… en el tiempo… como lágrimas… en
la lluvia”.
“Es
hora de morir”.
E
irrumpe en el final de esta escena una especie de Alciabíades
sobrio, magníficamente interpretado por James Olmos, dirigiéndose a
Deckard:
“Hiciste
tu trabajo como un hombre. Supongo que acabaste ya”.
Y
Deckard contesta:
“Se
terminó”.
Para
dejarnos con una afirmación y una interrogante que resignifica toda
la (vida) película:
“Lastima
que no sobreviva”.
“Pero,
¿quién sobrevive?”.
Cuando
él, Gaff, esa especie de supervisor silencioso de Deckard,
posteriormente se daría cuenta que quedaría, ¿por lo menos un
(replicante) sobreviviente?
Un
sobreviviente.
Siempre
habrá otro que nos sobreviva.
Pero,
al paso que vamos, en este enloquecido ritmo del progreso, ¿tendrá
sobrevivientes esta tierra?
¡Ay
la fragilidad de la vida y la estupidez humana!
Blade
runner es toda una lección de ética sobre el valor de la vida,
natural y artificial, sobre como su valía radica, precisamente, en
su carácter efímero, transitorio, como lo supo ver muy bien Freud;
lástima que a estar alturas demos muestras de tan poca sensibilidad,
pues somos los principales enemigos de la vida al empecinarnos en
destruirla.
Desde
esta perspectiva, más que poner el énfasis en el presente, en el
ahora, nos deberíamos de preocupar por dejar abierto el futuro, en
tanto éste es la clave, como sostiene Heidegger, de una comprensión
más humana sobre el tiempo que no obstruya la posibilidad misma del
futuro como el tiempo por-venir, más allá del tiempo presente.
Por
último, celebro este Cineclub que nos ofrece no solamente la
posibilidad de ver buen cine sino, también, de que reflexionemos
sobre el llamado séptimo arte, que en el caso de Blade runner se
justifica plenamente la expresión.
De
ahí que la considere como una de las películas infaltables en mi
videoteca personal.
Del
mismo que tengo, por supuesto, libros infaltables en mi biblioteca
personal.
Guadalajara, Jalisco, a 24 de marzo de 2012 (fecha original del texto).
A
manera de epílogo.
(Pero
lo que más celebro, ahora, es el regreso del proyecto de PlasmArte,
pero ahora no solamente recargado sino, incluso, revolucionado; más
amplio, mejor estructurado y mucho más ambicioso. Espero que se
sotenga por muchco tiempo).
*J. Ignacio Mancilla
[Ateo, lector apasionado,
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]