No cabe duda, algo está ocurriendo con
la educación, algo del orden del malestar, inocultable, aquí en
México, en Argentina y... más allá (¿del principio de placer?).
Como testimonio de ese malestar,
publicamos el siguiente texto, al tiempo que abrimos en Cuerdas
ígneas una columna para invitadxs. Y les recordamos a nuestros
lectorxs, que la primera entrada (jueves 23 de abril de 2015) de este blog es, nada
más y nada menos, que un testimonio muy personal de ese malestar.
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GIF de la película The wall (Dir. Alan Parker, 1982, Reino Unido) |
“Educación”
del Capital
Llevo 20 años
de”aprendizaje” en la educación neoliberal argentina. No por
los libros, sino por la vida misma supe desde antes de terminar la
escuela, que mi educación no fue más que la justificación de lo
injustificable, la teoría de lo burocrático, de la asimilación de
“lo que hay” (acá en Argentina entre los jóvenes está de moda
la frase “es lo que hay”, bastante irónico… ¿cierto?).
Una de las frases que
más se repiten, además de la anterior, es “Deben educarse para
ser alguien”. De modo que no solo vivimos en un sistema de
producción que nos aliena para que seamos eficientes, no solo
vivimos cargados de juicios moralizantes que nos dictan como debemos
ser, pensar, actuar y hasta hablar; no solo vivimos aturdidos de
discursos vacíos, consumismo, de intrusiva propaganda, de cínico
patriotismo, de tanto conservadurismo disfrazado de progresismo, de
todos los “ismos”… también nos educamos desde los seis años,
en una academia que nos advierte que no somos nadie hasta que no
terminemos nuestros estudios… y en tal caso, tampoco serás vos
mismo, sino el proyecto de persona que tu sociedad cree que es más
productivo o de no serlo, el menos “molesto”.
Nada más efectivo para
el sistema, que personas que no saben quiénes son, que desconocen su
naturaleza y que conciben toda posibilidad de acercamiento al sí
mismo (vivencia que -creo yo- requiere sí o sí de una crítica fuerte
de las realidades y de
la sociedad toda que nos atraviesa),
como algo conflictivo, vano, que no lleva hacia ninguna parte más
que a la conclusión de que nada se puede hacer al respecto.
Si hasta hace más de
100 años, los hombres eran inyectados por las ideologías
dominantes, con una dosis de Culpa de por vida, que arrancaba de raíz
el impulso de vivir, de conocer, y sobre todo de de-construir y
reconstruir, hoy en día, a 115 años de la muerte del hombre que me
enseñó
esto
(el
filósofo intempestivo, Friedrich Nietzsche, 1844-1900),
esa inyección recibe el nombre de Impotencia, concebimos que las
cadenas que nos atan fueron colocadas por un monstruo demasiado
grande, como dicen los progres fatalistas y así lo repite mi
generación con el discurso que las generaciones anteriores nos
prestan y regalan amablemente, con la buena intención de que no nos
maten en el intento de resistir y ofender.
Con muy pocas palabras
pueden elaborarse grandes mentiras, que hacen a una forma de sociedad
como maquinaria, a niños como alumnos, a profesores como abogados de
discursos, y a personas humanas… como rebaño.
Un ejemplo simple que
recuerdo es esa frase hija del miedo, que se repite una y mil veces
en las escuelas y universidades, que repiten los políticos que nos
educan, que nos desaparecen y nos niegan como clase, acá en
Argentina… el típico “NUNCA MAS”. Nunca más la dictadura
militar, nunca más 30.000 desaparecidos…Pero digamos sí a la
dictadura del capital, sí a desaparecer discretamente de a poco a
todos los que actúan en contra de este modelo político, sí a la
persecución de los trabajadores, sí a la burocratización de la
enseñanza…. digamos sí a todo eso
porque es lo mas cómodo, o porque sencillamente a esto se ha llegado
y no hay manera de cambiarlo pero sí de
“mejorarlo”.
En Latinoamérica como
en el mundo se está empezando a creer en el capitalismo bueno, o
“menos malo”, en la violencia naturalizada, en el “algo habrán
hecho”. La pregunta, si ya sabemos de dónde proviene esto, es qué
acciones revolucionarias podemos organizar y llevar a cabo como
docentes, como pensadores, como clase. Porque este siglo está
dejando muy en claro que ya no nos podemos dar el lujo de escribir,
de pensar, sino que con todo ello se debe hacer. Sarcásticamente,
sin pretender una apología a la violencia pienso que es verdad que
el capital ha generado su propio verdugo, pero no se caerá solo.
En ese sentido pienso,
que la revolución es un proceso permanente. No existen épocas o
etapas de crisis y revoluciones, como así lo proponía el
stalinismo.
Por el contrario, la
revolución es un proceso dialéctico,
como la realidad misma, que deviene continuamente en los conflictos
sociales de todo el mundo, en todos los ámbitos, en los que incluye
necesariamente, el educativo.
Y este es, además de
las ramas de producción, una de las claves para no solo resistir,
sino para la insurrección y la reconstrucción de una sociedad de la
Vida, y ya no de la muerte. Como docentes, estamos trabajando en el
aparato que esgrime el capitalismo para incidir en la subjetividad de
las personas, que es el sistema educativo. Siendo que la educación
verdadera no es un sistema, o un aparato… Es vivencia de
conocimiento, de asombro, es ganas de vivir y construir el mundo en
el que vivimos, y en el que van a vivir los que vendrán mañana.
Me
gustaría cerrar esta reflexión, citando el siguiente texto:
"La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente" (León Trotsky, Testamento, 27 de febrero de 1940).
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