jueves, 11 de junio de 2015

“Suicidarse” (por depresión o por asuntos familiares) en las oficinas del partido en tiempos de descomposición política



                                   J. Ignacio Mancilla*



Quizás como en ningún momento de nuestra historia reciente, el actual proceso electoral ha sido “contaminado” por la violencia, al grado de que varios hechos de sangre han involucrado a los diversos actores y partidos políticos en los más diversos lugares del país.
Cosa que de por sí envuelve en un halo de ilegitimidad al proceso electoral, independientemente de lo ocurrido durante la jornada del domingo 7; jornada que osciló entre lo bueno y lo malo.  
 
El más reciente y escandaloso (aunque poco destacado por la prensa, oficial y no oficial) es el de la muerte del secretario de finanzas del PRD Distrito Federal, Julio Manuel de Caso González, quien fue encontrado sin vida en las oficinas del propio Partido de la Revolución Democrática en la Ciudad de México.

¡Vaya apellido tan significante: Caso!

Y es que, hoy, la democracia en México es todo un caso. Como lo es, de hecho, en todo el mundo; con las singularidades de cada país.

Como el PRD es todo un caso en la historia de los partidos políticos en México que han pretendido inscribirse en la izquierda; pero, hagamos un poco de memoria histórica, para que se entiendan las cosas y los casos.

El Partido de la Revolución Democrática nace con posterioridad al proceso electoral de 1988, en el que le robaron la elección al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (hoy todo mundo lo reconoce así); nace como la esperanza de canalizar mucho del descontento social por vías institucionales y partidarias.

Hoy, lamentablemente, dicho instituto es una comparsa más del sistema de dominación, que de partido único pasó a una lógica tripartita (PRI, PAN y PRD. Despectivamente se habla de PRIANRD); nacionalmente, pero con mayor influencia negativa en el propio Distrito Federal, paradójicamente, pues si hacemos su historia, es en la cuidad de México que el PRD gana (1997) avasalladoramente (como hoy en Guadalajara y Jalisco con el Movimiento Ciudadano), llevando a Cuauhtémoc Cárdenas como el primer Jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Y esta historia, que no haré aquí, pronto se descompuso, hasta apestar a muerte.  

Hoy los resultados están a la vista (el PRD es el gran perdedor en el Distrito Federal; y creo que también a nivel nacional): y es en este contexto que se da el “suicidio” de Julio de Caso González.

Detengámonos un poco en algunos de los elementos de la nota, para, partiendo de ahí, hacer una reflexión más general sobre el sentido de la democracia en el mundo y en el México actuales.

No voy a detenerme en las contradicciones de la nota, simplemente destacaré lo absurdo; la nota dice que:

“Según el informe que se realizó, el método que se utilizó es conocido como doble mecanismo para asegurar el resultado, es decir que primero se ató del cuello con un lazo y posteriormente se disparó en la sien con un arma 9 milímetros para confirmar su muerte” (La Jornada, viernes 5 de junio de 2015; El Universal y Excélsior también dieron la nota, sin muchas variaciones). 

Más allá o más acá de las cuestiones policíacas y periciales, el asunto es que este “suicidio” se da en un contexto muy peculiar, el de una abierta descomposición de la política en México (que hizo explosión con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa); y particularmente del Partido de la Revolución Democrática. No se nos olvide que el Alcalde de Iguala (José Luis Abarca), Guerrero, así como el gobernador del Estado (Ángel Aguirre Rivero), eran de extracción perredista, triste y lamentablemente.

Es de llamar la atención que tanto el presidente como el secretario del PRD capitalino, Raúl Flores García y Enrique Vargas Anaya, respectivamente, deslicen, en la nota respectiva, supuestos o reales problemas de salud y familiares (con respecto a la salud de depresión y en cuanto a la familia, el señalamiento es muy vago), como los que motivaron el presunto “suicidio”. 

Quiero, a manera de contrapunto, con respecto a esto, citar una parte de la renuncia de Carlota Botey y Estapé (1943-2011) al Partido de la Revolución Democrática (¡en 2004!), una de sus fundadoras más destacadas:
“Cuando el Consejo Nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) estaba decidiendo la candidatura de Maricarmen Ramírez e iban hablando los distintos representantes de las famosas corrientes de expresión, la Nueva Izquierda (los chuchos), la Izquierda Democrática Nacional (los bejaranos) y el Foro Nuevo Sol (los amalios), me vino a la mente la figura de una gran mujer, la combatiente comunista tlaxcalteca Natalia Teniza, quien estuvo en la toma de tierras, en las luchas sindicales y en todo lo que fuera lucha social, siempre al lado de las necesidades de su pueblo.
“En esos momentos y bajo la memoria de esos recuerdos me di cuenta, incluso con mucho dolor de por medio, que el PRD ya no tiene identidad, que ya había claudicado y dejado de lado su propio historial de luchas.
“Es por ello que me separo del PRD...” (La Jornada, 5 de octubre de 2004).
Esto aparte de decir que el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), cuyo dirigente es el otrora destacado perredista Andrés Manuel López Obrador, le arrebató al  PRD cinco Delegaciones en el Distrito Federal; en esta lógica, el desdibujamiento político del partido del sol azteca, en lo que fue su gran fuerza política, el Distrito Federal, no hace más que constatar el proceso de descomposición de dicho instituto.

Así las cosas.

Es en este contexto tan peculiar que tenemos que leer la jornada electoral del domingo 7 de junio y sus resultados, que para nada modifican el escenario de la política nacional y mundial, de plena consolidación de un neoliberalismo rapaz que atenta contra el mundo, contra la vida y contra todo. (Hago, aquí, un enlace de una lectura más que interesante de los resultados electorales, es un artículo del analista Octavio Rodríguez Araujo: VER NOTA LA JORNADA).

Duele reconocerlo, pero, insisto, es así como están las cosas.

¿Los candidatos independientes que ganaron (los más destacados “El Bronco”, como gobernador en el estado de Nuevo León y Pedro Kumamoto, como diputado en Zapopan, Jalisco) lograrán cambiar la lógica de la inercia política hasta ahora dominante?

Creo que podemos otorgarles, por un tiempo razonable, el beneficio de la duda.

Pero, ¿hasta cuándo?   

Ahora, más que discursos, son los actos lo que tendrán la palabra. 

También aquí el tiempo, como en tantas cuestiones, pondrá las cosas en su lugar; y el tiempo no engaña.



*J. Ignacio Mancilla
[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]



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