J. Ignacio Mancilla*
Sinceramente creo que El laberinto del fauno (2006) es mucho mejor película que La forma del agua (The Shape of Water, 2017); lo que no le quita a esta última su belleza y hasta exquisitez cinematográfica.
También
pienso que el cine, al igual que la literatura, es del orden de lo
fantástico (por muy realista que sea); y, en ese sentido, el
discurso del cine y el de la literatura se sostienen a partir de muy
tenues y singulares relaciones con el mundo (la realidad), pues su
lógica más bien es la de la fantasía (la de la “otra”
realidad).
Monstruos de mar. Ilustración antigua. |
En
La forma del agua hay que leer, por tanto, finalmente ese es su
contexto narrativo, la “repetición” actual de la “guerra fría”
como el trasfondo monstruoso de una bella historia de amor, imposible
como todas los auténticos amores, si hacemos caso a la historia.
Es
el Otro en su sentido más radical lo que está en juego, de ahí las
preguntas que dan título a estas reflexiones: ¿Qué es lo
monstruoso? Y, finalmente: ¿Quién es el monstruo?
No
voy a hacer, aquí, ninguna teratología; pero sí caben las
interrogantes para intentar diferenciar no el aspecto sino en
particular el comportamiento de esa especie de animal/dios y al mismo
tiempo ese celoso militar y burócrata de la seguridad nacional
(léase interna, ja, ja, ja) de nombre Richard Strickland, actuado
excelentemente por Michael Shannon.
Es
sobre ello que me gustaría detenerme al comentar, aquí, en este
espacio tan importante para mí, la última película de Guillermo
del Toro; misma que está siendo bastante premiada y elogiada,
merecidamente. Tiene 13 nominaciones al Oscar, quizás uno de los
premios más mediáticos, no necesariamente el más significativo en
el terreno del cine no comercial.
Bien.
Todo parece indicar que el único “pecado” del monstruo, a los
ojos de los militares y de Strickland es ser distinto y, además, ser
adorado como un dios por un pueblo sudamericano, de ahí el intento
de este último por someterlo y ganarse así su estrella de buen
comportamiento de ciudadano americano modelo; cosa que nos sucede por
el error de que el abominable es “sustraído” al estar bajo su
custodia. Cuestión que lo exhibe como lo que verdaderamente es para
el sistema, nadie, una simple pieza de un engranaje que lo único que
pretende es reproducir su lógica de poder y de control de los otros;
de los diferentes sobre todo. Sobre todo de los de abajo, las simples
trabajadoras de la limpieza.
He
aquí el más que relevante papel de Elisa (Sally Hawkins) y Zelda
(Octavia Spe), mujeres singulares, como toda mujer; las dos,
sencillas trabajadora: una, mujer negra y la otra solitaria y muda,
que trata de manera distinta a la “bestia”, congraciándose con
ella para terminar enamorada y atreverse, contra toda la lógica del
contexto, la de la guerra fría (y la de un intenso espionaje entre
rusos y americanos), por “secuestrar” al ente extraño y
culminar, así, en una bella odisea de… amor en el agua.
Que
la verdad se antoja, ja, ja, ja.
El
final, entre posible e imposible, no hace otra cosa que reproducir la
lógica fílmica en la que descansa el discurso cinematográfico; en
particular la del cine de Hollywood, al que estamos, de este lado de
la frontera, tan habituados. Donde la realidad parece ser, todo el
tiempo, un gran set de actuación.
Hoy
aquel que parecía un viejo contexto, se vuelve actualizar; en el
que la “rusofobia” renace de nuevo, o por lo menos eso se quiere,
con razones o sin ellas, allá y acá, de este lado de la frontera,
como uno más de los pretextos de Muros de la infamia. Y pensar que
creíamos que, desde 1989, ya no habría lugar para lógicas de
discriminación y encierro.
Y…
por cierto, cabe aclarar que no estamos de ninguna manera ante cine
mexicano, sino ante cine hecho por un mexicano que ha aprehendido el
oficio de manera excelsa y que ha adquirido una maestría en su
oficio, por demás reconocida. En ese sentido los monstruos no son de
ayer en ya considerable trayectoria fílmica de Guillermo del Toro.
Pensemos en Cronos (1993) y Mimic (1997), pero sobre todo en Hellboy
(2004) y la ya mencionada El laberinto del fauno (2006).
Al
grado de que de ninguna manera esa disparatado establecer una
relación entre el dios/animal de La forma del agua y Abraham “Abe”
Sapien de Hellboy; y ya que estamos en las mediaciones, la escena,
repetitiva, del cocimiento de los huevos, ¿tiene que ver con Blade
Runner? ¿Es un homenaje a dicha cinta de ficción?
El
cine tiene sus maneras de citar, cualquier cinéfilo lo sabe. Que
cada quien se responda.
No
podemos, aquí, detenernos a una mayor reflexión sobre los
personajes y las actuaciones; destaquemos solamente la del hombre
anfibio (Doug Jones), la del doctor Robert Hofstetler (Michael
Stuhlbarg) y el general Hoyt, de cinco estrellas (Nick Searcy) y el
solitario artista, también un marginado Giles (Richard Jenkins).
Monstruos de mar. Publicación antigua. |
Una
última reflexión, El laberinto del fauno tenía que haber ganado el
Oscar a la mejor película extranjera; no lo hizo por las
declaraciones “políticamente incorrectas” de Guillermo del Toro
en ese momento, ¿la Academia corregirá su error como lo ha hecho en
otras ocasiones?
Ya
lo veremos en la siguiente entrega de los Oscares, pueden hacer sus
apuestas, ja, ja, ja.
La academia siempre nos sorprende…
*J. Ignacio Mancilla.
[Ateo, lector apasionado,
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]