martes, 30 de enero de 2018

Qué es lo monstruoso, quién es el monstruo




J. Ignacio Mancilla*





Sinceramente creo que El laberinto del fauno (2006) es mucho mejor película que La forma del agua (The Shape of Water, 2017); lo que no le quita a esta última su belleza y hasta exquisitez cinematográfica.

También pienso que el cine, al igual que la literatura, es del orden de lo fantástico (por muy realista que sea); y, en ese sentido, el discurso del cine y el de la literatura se sostienen a partir de muy tenues y singulares relaciones con el mundo (la realidad), pues su lógica más bien es la de la fantasía (la de la “otra” realidad).


Monstruos de mar.
Ilustración antigua.


En La forma del agua hay que leer, por tanto, finalmente ese es su contexto narrativo, la “repetición” actual de la “guerra fría” como el trasfondo monstruoso de una bella historia de amor, imposible como todas los auténticos amores, si hacemos caso a la historia.

Es el Otro en su sentido más radical lo que está en juego, de ahí las preguntas que dan título a estas reflexiones: ¿Qué es lo monstruoso? Y, finalmente: ¿Quién es el monstruo?

No voy a hacer, aquí, ninguna teratología; pero sí caben las interrogantes para intentar diferenciar no el aspecto sino en particular el comportamiento de esa especie de animal/dios y al mismo tiempo ese celoso militar y burócrata de la seguridad nacional (léase interna, ja, ja, ja) de nombre Richard Strickland, actuado excelentemente por Michael Shannon.

Es sobre ello que me gustaría detenerme al comentar, aquí, en este espacio tan importante para mí, la última película de Guillermo del Toro; misma que está siendo bastante premiada y elogiada, merecidamente. Tiene 13 nominaciones al Oscar, quizás uno de los premios más mediáticos, no necesariamente el más significativo en el terreno del cine no comercial.

Bien. Todo parece indicar que el único “pecado” del monstruo, a los ojos de los militares y de Strickland es ser distinto y, además, ser adorado como un dios por un pueblo sudamericano, de ahí el intento de este último por someterlo y ganarse así su estrella de buen comportamiento de ciudadano americano modelo; cosa que nos sucede por el error de que el abominable es “sustraído” al estar bajo su custodia. Cuestión que lo exhibe como lo que verdaderamente es para el sistema, nadie, una simple pieza de un engranaje que lo único que pretende es reproducir su lógica de poder y de control de los otros; de los diferentes sobre todo. Sobre todo de los de abajo, las simples trabajadoras de la limpieza.

He aquí el más que relevante papel de Elisa (Sally Hawkins) y Zelda (Octavia Spe), mujeres singulares, como toda mujer; las dos, sencillas trabajadora: una, mujer negra y la otra solitaria y muda, que trata de manera distinta a la “bestia”, congraciándose con ella para terminar enamorada y atreverse, contra toda la lógica del contexto, la de la guerra fría (y la de un intenso espionaje entre rusos y americanos), por “secuestrar” al ente extraño y culminar, así, en una bella odisea de… amor en el agua.

Que la verdad se antoja, ja, ja, ja.

El final, entre posible e imposible, no hace otra cosa que reproducir la lógica fílmica en la que descansa el discurso cinematográfico; en particular la del cine de Hollywood, al que estamos, de este lado de la frontera, tan habituados. Donde la realidad parece ser, todo el tiempo, un gran set de actuación.

Hoy aquel que parecía un viejo contexto, se vuelve actualizar; en el que la “rusofobia” renace de nuevo, o por lo menos eso se quiere, con razones o sin ellas, allá y acá, de este lado de la frontera, como uno más de los pretextos de Muros de la infamia. Y pensar que creíamos que, desde 1989, ya no habría lugar para lógicas de discriminación y encierro.

Y… por cierto, cabe aclarar que no estamos de ninguna manera ante cine mexicano, sino ante cine hecho por un mexicano que ha aprehendido el oficio de manera excelsa y que ha adquirido una maestría en su oficio, por demás reconocida. En ese sentido los monstruos no son de ayer en ya considerable trayectoria fílmica de Guillermo del Toro. Pensemos en Cronos (1993) y Mimic (1997), pero sobre todo en Hellboy (2004) y la ya mencionada El laberinto del fauno (2006).

Al grado de que de ninguna manera esa disparatado establecer una relación entre el dios/animal de La forma del agua y Abraham “Abe” Sapien de Hellboy; y ya que estamos en las mediaciones, la escena, repetitiva, del cocimiento de los huevos, ¿tiene que ver con Blade Runner? ¿Es un homenaje a dicha cinta de ficción?

El cine tiene sus maneras de citar, cualquier cinéfilo lo sabe. Que cada quien se responda.

No podemos, aquí, detenernos a una mayor reflexión sobre los personajes y las actuaciones; destaquemos solamente la del hombre anfibio (Doug Jones), la del doctor Robert Hofstetler (Michael Stuhlbarg) y el general Hoyt, de cinco estrellas (Nick Searcy) y el solitario artista, también un marginado Giles (Richard Jenkins).


Monstruos de mar.
Publicación antigua.


Una última reflexión, El laberinto del fauno tenía que haber ganado el Oscar a la mejor película extranjera; no lo hizo por las declaraciones “políticamente incorrectas” de Guillermo del Toro en ese momento, ¿la Academia corregirá su error como lo ha hecho en otras ocasiones?

Ya lo veremos en la siguiente entrega de los Oscares, pueden hacer sus apuestas, ja, ja, ja. 

La academia siempre nos sorprende…




*J. Ignacio Mancilla.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]









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