jueves, 31 de diciembre de 2015

El beso como preludio (metafísico) del encuentro facial y corporal


J. Ignacio Mancilla*







Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947), uno de los filósofos vivos quizás más interesantes, ha escrito una odisea filosófica como pocas: Esferas, una trilogía, que intenta, y lo logra en muchos sentidos, dar cuenta de las peripecias de la filosofía como discurso y aventura a lo largo de, ya, XXVI siglos.

En el capítulo 2, Entre rostros. Sobre la emergencia de la esfera íntima interfacial, del volumen I, Burbujas. Microesferología, se ocupa, además de otras cosas, del beso; dando así su pauta narrativa a la gestación de lo que él llama, sin duda siguiendo mucho a Martin Heidegger, al tiempo que se desmarca de él, el “espacio-cuatro-ojos” y la “esfera-dos-corazones”.

Se trata nada más, pero nada menos, del encuentro entre-dos en su dimensión más íntima, sin que por ello quede fuera el espacio de lo público; es decir, de lo comunal.

Y lo hace a partir de la filosofía de Marsilio Ficino (1433-1499) y de la pintura de Giotto Di Bondone (1266/7-1337); en específico de las reflexiones sobre el amor de Ficino y de los frescos de la Cappella degli Scrovegni, dedicados al Nacimiento de María y a la Pasión de Cristo.






Del filósofo florentino y neoplatónico retoma la fuerza de la mirada en el encuentro entre-dos, pero cito el párrafo para no dar pié a malos entendidos:
“Ficino se remonta a ese descubrimiento de que los rostros pueden afectarse mutuamente en algo que plantea cuestiones relativas a la verdad y a la participación; su descripción del contacto fascinógeno de miradas entre Lisias y Fedro supone el primer intento de la filosofía moderna de describir el espacio interfacial de tal modo que ya no aparezca como vacuum o como un espacio intermedio neutro. Tras las huellas de Platón, Ficino presenta el espacio entre los rostros como un campo de fuerza repleto de irradiaciones turbulentas. En ese campo interactúan superficies faciales que se vuelven unas hacia otras y que sólo de ese modo se abren en cada caso hacia una facialidad facial humana: a través de su ser-para-el-otro-rostro”.[1] 

Sloterdijk nos advierte que antes de Ficino, Giotto nos ofrece “el ensayo pictórico más sublime de una metafísica del encuentro facial”.

Y es que lo que Giotto nos representa de manera magistral son las escenas en las que, por un lado, se besan Ana y Joaquín; por el otro, en la que Judas besa a Jesús.

Para que se calibre bien la fuerza de este texto, lo cito completo:
“Siglo y medio antes del renacimiento florentino de Platón la pintura moderna temprana había comenzado a poner de relieve plásticamente el espacio interfacial como una realidad de derecho propio. En ninguna parte aparece tan decidida y completamente realizado ese descubrimiento pictórico de la fuerza típica conformadora de espacio de rostros humanos vueltos unos hacia otros como en  la Cappella degli Scrovegni de la iglesia redonda de Padua. En esos frescos, que seguramente fueron terminados antes de 1306, Giotto registró todo un alfabeto de constelaciones interfaciales. En docenas de escenas de la historia sagrada despliega un telón de acontecimientos pictóricos cubiertos de imágenes estelares de rostros humanos que se iluminan mutuamente. Los dos estudios más profundos de Giotto sobre el motivo de un cara-a-cara bíblico se encuentran en el ciclo de escenas sobre el Nacimiento de María y en el de la Pasión: en el saludo que le hace santa Ana a Joaquín en las puertas doradas de Jerusalén y en el beso de Judas. En ambas escenas de beso Giotto ofrece el ensayo pictórico más sublime de una metafísica del encuentro facial”.[2]

A partir de estos antecedentes, uno pictórico y el otro filosófico podemos, ahora sí, intercalar nuestra reflexión sobre el beso como preludio del encuentro facial y corporal que todas y todos conocemos como amor, y que el cine, como hijo tecnificado de la pintura ha ensalzado de manera tal que uno no puede concebir película alguna sin escenas de besos.

Sé que con esto de ninguna manera agotamos el tema, antes bien, apenas estamos dando los primeros pasos para una atenta reflexión sobre tan sublime acto íntimo en el que el cara-a cara- se pone en el centro de eso que Sloterdijk ha denominado “metafísica del encuentro facial”.

Y es que un beso, como todas y todos sabemos, no es un asunto baladí, no obstante su banalización cuando éste se reduce a una mera convención de saludo por medio de la que me obligo a ofrecer al otro mi rostro y mi beso.

Pero… un beso siempre dice y hace mucho más que acercar dos rostros y dos cuerpos.

Sobre todo cuando es un beso de… amor.     







    *J. Ignacio Mancilla


[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]












[1] SLOTERDIJK, PETER, Esferas. Burbujas. Microesferología, Editorial Siruela, Madrid, 2003 (segunda edición), p. 139.
[2] Ibíd. pp. 139-140.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Dios en… negro[1]



J. Ignacio Mancilla*


Acaban de ser publicados, en español, parte de los famosos Cuadernos negros del que fuera quizás el filósofo más importante del siglo XX, Martin Heidegger.





Son una especie de diario filosófico en el que el Maestro de Alemania (Rüdiger Safranski) fue consignando sus reflexiones a la par de sus impresiones personales sobre el momento que le tocó vivir; en este caso abarcan de 1931 a 1938.


En ellos sostiene, insistentemente, una sola cuestión, la pregunta por el ser y, derivadas de ella, las interrogaciones fundamentales del ser-ahí (Dasein) que posibilitarán o no la manifestabilidad de la diferencia entre ser y ente; amén de otras cuestiones.


Los Cuadernos pueden leerse, por tanto, como el espacio de relación compleja y problemática entre filosofía y política; pero no solamente, sino, también, el lugar donde Heidegger consigna, de manera íntima la estrecha relación que existe entre metafísica y teología.





Este último hilo es el que tomaré en este Blog, para, en estos tiempos (estamos a punto de celebrar la natividad), intentar mostrar la gran caladura del pensamiento heideggeriano en lo que respecta a la temática de Dios, que no es cualquiera.


No sin dejar de señalar como la edición de los Cuadernos negros deja mal parados tanto a los detractores de Heidegger como a sus aduladores, pues en ese singular diario queda patente el temprano distanciamiento crítico del filósofo del ser con respecto al nacional socialismo; pero, al mismo tiempo, se evidencia su primer esfuerzo por “ajustar” su proyecto filosófico con el incipiente programa del peculiar movimiento nazi que, como todas y todos sabemos, terminó en una de las más hondas crisis de lo humano.   


La filosofía desde su comienzo inicial, allá con los griegos, es un ensamblaje complejo entre metafísica y teología; en Aristóteles esta coronación alcanza una de sus mejores expresiones. Ahí está la Metafísica como su más grande paradigma.


De ahí la reciedumbre de Nietzsche, el filósofo intempestivo por antonomasia, al criticar, precisamente, toda la metafísica habida hasta entonces. Su último texto, no publicado por él, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, es una muestra contundente de ello.


Sin embargo…  a pesar de que la expresión nietzscheana de “Dios ha muerto” ha alcanzado un rango de ciudadanía mundial, no por ello el tema de Dios ha sido zanjado. Estamos lejos de ello, no obstante el ateísmo moderno.


Y Heidegger vuelve a dicho problema, en el sentido amplio de la palabra, para meditar y hacernos reflexionar sobre tan singular ser, con el ánimo de que nos adentremos en una confrontación no poco angustiosa, como la única posibilidad de poder devenir el ser ahí que somos cada uno de nosotros.


Dicho con otras palabras, como un Polemos inevitable que definirá o no el horizonte de lo que devendremos: seres ahí (humanos) en el sentido pleno del término o meras sombras de ser en una época de dominio de la técnica y las maquinaciones, en la que la banalización cósica campea por todos lados. 


La decisión, como suele suceder con estas cosas, es nuestra; ¿estaremos a la altura de ese destino nuestro?


Son muchas las dudas que nos asaltan.


Pero, se preguntará el seguidor de este singular Blog, ¿cómo entiende a Dios el que fuera el filósofo más importante del siglo XX?


Para no traicionar su pensamiento, citemos uno de los fragmentos donde, según nuestra lectura, mejor se trasmite lo que Heidegger piensa y problematiza en cuanto a Dios.


Aclarando de antemano que son muchas las formas en como Heidegger nos presenta a Dios; y todas ellas sumamente problemáticas, de modo que es muy difícil establecer un criterio único.


Hecha la advertencia, va el siguiente texto, en estilo interrogativo, como uno de los más amplios, claro y, al mismo tiempo, no por ello menos enigmático (¿Cómo Dios mismo?):


“¿Cómo ha de alcanzarnos la seña del dios a nosotros, los que aguardamos, si idolatramos lo que es contrario a lo divino?

“¿Pero cómo habremos de cejar de semejante práctica si no se nos manifiesta un dios?

“Ambas cosas tienen que manifestarse e irrumpir al mismo tiempo: el dios y la confusión” (en el original las preguntas y las afirmación son de continuo, pero he querido separarlas para, de ese modo, darle al lector o lectora pautas (espaciales y temporales) para la reflexión propia.


Un último texto, sabiendo que, como ya se dijo, son múltiples las formas en como Heidegger nos presenta sus meditaciones sobre lo divino.


También haré puntos y aparte para dar tiempo y espacio, insisto, a las y  los lectores para sus propias cavilaciones en torno de Dios (sobre todo en estos tiempos de prisa y consumismo):


“Redimirse de los <<dioses>> quiere decir liberarse de los ídolos, entre los que se encuentran todos los <<objetivos>> y <<causaciones>> y <<causantes>>, todas las formas y <<objetivos>> de las maquinaciones; <<la>> ciencia, <<la>> técnica, <<el>> provecho común, <<el> pueblo, <<la>> cultura.

“¿Por qué esta redención y de dónde viene exigida? Desde la verdad de la diferencia de ser, para que todo ente vuelva a encontrar de nuevo el camino hasta su sencillo fundamento, y para que en todo eso se revelen los abismos de la diferencia de ser, que son los únicos que todavía bastan como el sitio de la decisión acerca de si la diferencia de ser se limita a conceder la entidad a lo ente o si ella misma se magnifica en un estremecimiento a causa de lo más incierto: la llegada o huida del último dios”.


¿Hemos pensado, en el sentido de meditado, en estas cuestiones las mujeres y los hombres de este tiempo?


Ello más allá de si somos o no creyentes, cuestión también problematizada en sus sentido más radical por el filósofo del ser en sus meditaciones con respecto al asunto de lo divino.

Dios, pues, en… negro.


Como un enorme problema con el que nos tenemos que medir, se crea en él o no.


Y ante ello no se vale hacernos como que la virgen nos habla, como reza el dicho popular...     


*J. Ignacio Mancilla

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]










[1] A manera de recensión de los famosos Cuadernos negros, de Martin Heidegger, publicados en español por Editorial Trotta, Madrid, 2015, 420 pp.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Nos faltan heroínas... y villanas también

Inés M. Michel*



El viernes 27 de noviembre en PlasmArte Radio, programa del que soy co-conductora, se abordó el tema de los villanos en el cine de terror. Durante el recorrido que hicieron David A. Becerra, conductor principal de esa transmisión, y Rodrigo Berumen, invitado de la noche, fue notoria la poca presencia femenina en el listado. Si bien, a mitad de la hora, fue atendida mi petición de hablar sobre villanas también, tanto David como Rodrigo tuvieron que hacer cierto esfuerzo para recordar personajes femeninos con estas características dentro de cintas de horror.

Fue algo decepcionante, pues, conforme pasaban los minutos, comprobamos que también hay muy buenas villanas pero se les recuerda poco y rara vez aparecen en los recuentos de las páginas cinéfilas. No creo que solo porque hay más hombres malvados,sino por la falta de costumbre que tenemos de hablar de mujeres protagonistas y antagonistas. Pero de que las hay, las hay. Y cada vez son más. Están no solo en el cine, también en otros productos audiovisuales como los videojuegos.

Debido a un interés particular en las chicas que protagonizan historias de ficción y, más específicamente, en las heroínas, interés que me está llevando a diversos ámbitos y a un trabajo mucho más extenso que en este espacio solo esbozaré, quise escribir sobre una heroína que ha ocupado mi mente en fechas recientes. Se trata de Lara Croft, a quien muchos recordarán por la maravillosa Angelina Jolie, quien encarnó a esta aventurera en la película Tomb Raider (Simon West, 2001, EU). 


Tomada de: VER AQUÍ

Esta historia, originada en el universo gamer, trata sobre una exploradora, heredera de una gran fortuna, que decide forjarse un camino propio y se interesa en la arqueología; apareció por primera vez en el videojuego Tomb Raider (1996), al que le siguieron diez títulos más, hasta llegar al último, Rise of the Tomb Raider, desarrollado por Crystal Dinamics, el cual se estrenó en octubre pasado. El juego pertenece a una serie de tres entregas que abordan, a manera de precuela, la  vida de Lara antes de convertirse en la famosa cazatesoros. Les confieso que es el primer videojuego que tengo serias intenciones de jugar, pues el tráiler y la canción principal a cargo de Karen O, con que ha sido promocionado, me han atrapado por completo.




Así como Lara, hay una infinidad de personajes femeninos que podemos rescatar de los videojuegos y que han derrumbado por completo el estereotipo, propuesto por el cine hollywoodense, de la chica en apuros, esa a la que los héroes y superhéroes tienen que rescatar y que es incapaz de defenderse por sí misma. Mencionaré a algunas de estas chicas, que ya han sido llevadas al cine, y por ende, probablemente sean más fáciles de identificar. 

Jill Valentine, personaje de la serie de videojuegos Resident Evil, es una experta en el manejo de armas, en abrir cerraduras y en la desactivación de explosivos, miembro destacado de cualquier equipo de combate. Hemos podido verla en dos películas, Resident Evil: Apocalipsis (2004) y Resident Evil: Retribution (2012), la actriz Sienna Guillory fue la encargada de darle vida.

Claire Redfield, perteneciente al mismo universo zombi, está entrenada en el uso de cuchillos, armas de fuego y combate, con su hermano Chris forma una mancuerna letal. Es interpretada por Ali Larter en Resident Evil: Extinction (2007) y Resident Evil: Afterlife (2010).

Cybil Bennet, del videojuego Silent Hill que tuvo una adaptación cinematográfica en 2006, a cargo del director Christophe Gans, es una mujer policía, interpretada por Laurie Holden (famosa por su papel de Andrea en The Walking Dead), personaje escéptico, clave en la búsqueda de la pequeña Cheryl, quien inicia la trama al extraviarse.

En los videojuegos hay una gama amplia de heroínas, muchas quedan por mencionar pues, insisto, es un tema que aquí solo esbozo. Y como empecé hablando de villanas, no quiero dejar de compartirles a mis favoritas del cine. En mi lista están Maléfica, otra chica ruda que pudimos ver en la piel de Angelina Jolie en Maleficent (Robert Strong, 2014, EU), Gatúbela, a quien interpretó maravillosamente Michelle Pfeiffer en Batman Returns (Tim Burton, 1992) y, la terrorífica Sylvia Ganush (Lorna Raver), de la cinta Drag me to hell (Sam Raimi, 2009, EU).

Por todo ello, creo que no es que nos falten heroínas (y villanas), sino que nos falta hablar más de todas ellas, mujeres protagonistas y antagonistas que ofrecen todo un universo de posibilidades, con cualidades diversas y personalidades complejas, que combinan muchas características que culturalmente solemos asociar más a los hombres que a las mujeres.

Que este texto abone un poco a resarcir dicha faltante, pues, más allá de la ficción, estos personajes reflejan también a chicas de la vida real, aventureras, fuertes, líderes, independientes... Cada una decide como quiere ser.


*La Otra I
 [atea, vegana, feminista,
lectora irredenta
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]

Twitter: @inesmmichel










miércoles, 9 de diciembre de 2015

Nietzsche como sinthome



Nietzsche como sinthome[1]. Hacia una lectura de las cartas de la locura de Nietzsche (en específico de la carta del 6 de enero de 1889, dirigida a Jacob Burckhardt)[2]

J. Ignacio Mancilla*


 
Imagen tomada de: Descubre nombres - Ver aquí

[Texto generado para la presentación del libro Psicoanálisis con arte, de Helí Morales, del jueves 26 de noviembre de este año].


A manera de entrada y justificación


Leer de la mejor manera la locura del filósofo Friedrich Nietzsche es una tarea sumamente arriesgada. Lo que intentaré aquí, de manera preliminar, es conjeturar a partir de los lineamientos de la teoría lacaniana de la psicosis, la dimensión sinthomática del derrumbe mental del maestro de los aforismos.


Para lo cual tomaré en cuenta lo que se da en denominar como cartas de la locura. Pero todavía seré mucho más específico, pues será una misiva en particular la que pondré en el centro de mi atención, pues no obstante que Nietzsche ya ha ingresado en la locura, su escritura no deja de tener una dimensión de crítica radical, sumamente congruente, en varios niveles de reflexión que simplemente enunciaré, al tiempo que podemos ubicar los signos de la radical des-subjetivación del creador del Ultrahombre (Übermensch), además de ser el pensador que hizo popular la expresión moderna de “Dios ha muerto” como significación del más radical ateísmo, hasta entonces. 


¿Qué niveles de crítica están implicados en la carta mencionada?


Eso lo expresaré a continuación, pero antes es necesario detenerse en los antecedentes inmediatos de la locura de Nietzsche.



   1.  El inicio del colapso: el suceso del caballo de Turín



Pocos sucesos en la vida de Friedrich Nietzsche están tan documentados como el hecho del famoso caballo de Turín que, golpeado por su cochero, hizo que el filósofo del eterno retorno de lo mismo, quizá como única defensa posible, se abrazara del caballo y llorara, para después desvanecerse, como consecuencia, ya, de la manifestación abierta de su locura y como preludio de su pérdida de identidad y de la capacidad de uso de su nombre propio.


Como es sabido, Nietzsche llegó a firmar algunas cartas de la locura con los nombres de Dioniso y El Crucificado, haciendo alusión al Dios cristiano.

 

   2. Las cartas de la locura en el conjunto de la textualidad nietzscheana



Finales de 1888 fue catastrófico para el filósofo errante, como le llamó Curt Paul Janz; venía de un periodo sumamente creativo y productivo, en el que escribió, entre otros libros de suma importancia, su autobiografía, Ecce homo. Cómo se llega a ser el que se es y El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo; en el primer texto, publicado por Nietzsche se hacen bastante evidentes los estragos de la locura.


Mientras que en el segundo, publicado póstumamente, no obstante su estilo estridente, es bastante difícil situar, en su textualidad, la locura misma, no obstante la radicalidad de su crítica al cristianismo; en particular a su moral. Cabe aclarar que este libro fue rescatado por un teólogo, Franz Overbeck, colega de los tiempos de Basilea, quien fuera a Turín, precisamente, a rescatar al amigo.


Lejos de ello, es un libro más que coherente, con una lógica argumentativa más que consecuente con todo lo escrito hasta ese momento, particularmente con su crítica de la moral como la instancia que constriñe el mundo, la vida, la corporalidad y lo sexual; y su voluntad de poder y su poner en el centro de su hilo argumentativo a Dioniso, planteamiento que hizo desde su primer libro: El Nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo.



    3. La carta a Jacob Burckhardt del 6 de enero de 1889



Esta misiva es paradigmática del carácter atípico de la locura de Nietzsche.  Ello por varias razones, mismas que intentaré desplegar en este apretado texto.


En primer lugar Nietzsche todavía la firma con su nombre, aunque, al mismo tiempo, en ella se asume como “todos los nombres de la historia”; al tiempo que también prefiere ser un simple profesor de Basilea antes que Dios, además de reconocerse en Chambige[3], un “criminal decente” y otras identificaciones que son una muestra clara de su despersonalización que culminará en el más absoluto silencio del filósofo del martillo.


La carta es una radical crítica a la moral de su tiempo, al saber escolar de aquel entonces, a la injusticia social y económica y otras cuestiones de ninguna manera menores.

Hacer un recuento puntual de lo jugado en esa singular carta es aquí imposible. Es tarea de un curso.



A manera de conclusión y como cierre provisional  


Leer, pues, en su dimensión más compleja la locura de Nietzsche significa hacer una interpretación de cada una de las cartas y de toda la obra gestada en esa situación, para preguntarse por su valor y su legitimidad de obra.


Esto en primer lugar y, posteriormente, en segundo lugar, representa detenerse, por las significaciones desplegadas en sus múltiples sentidos, concebir la locura como el costo, y también como el sacrificio que, una época toda, representó para uno de los  pensadores más libres de Europa. 


La expresión es del propio Nietzsche y ha sido retomada por Peter Sloterdijk, filósofo alemán contemporáneo, que se define a sí mismo como nietzscheano de izquierdas.


El libro de Helí Morales que esta tarde presentamos, Psicoanálisis con arte. Lenguaje, goce y topología, Palabra en vuelo y Ediciones del deseo, México, 2015, 411 pp., particularmente en su cuarta parte, me posibilitó otra lectura del fenómeno psicótico de Nietzsche; un tipo de lectura con la que uno puede interpretar la locura del filósofo bigotón como síntoma y al mismo tiempo como sinthome. 


De este modo, tendríamos un paradoja, que va más allá de la mera significación social del síntoma, ya que el ateo más radical podría ser entendido, desde esta lectura, como un santo hombre, para jugar con el juego escritural en francés propuesto por Lacan en su peculiar seminario donde trabaja, precisamente, la escritura de James Joyce y su supuesta locura, como ya se mencionó.   


Este no es el único valor del libro de Morales, tiene muchos otros, por ejemplo su valiosa propuesta de un nuevo sujeto de la humanidad, tan indispensable para estos tiempos aciagos y de penuria espiritual.


Pero en esta presentación de esta tarde-noche he querido destacar esta dimensión del nombre propio y su pérdida, con relación a la des-subjetivación de la locura, al tiempo que menciono que se trata de un texto que considero excelente; de hecho el mejor que ha escrito Helí, al que me une no solamente una amistad sino, también, el trabajo conjunto por el mundo de las letras en su sentido más radical.


Por tanto, hacer una valoración más exhaustiva de dicho libro, requeriría otro espacio y otro dispositivo diferente al de una presentación; para así entrar en su argumentación y desarrollo, así como en el de su pertinencia para los tiempos actuales.


Hecha esta aclaración, no me resta más que decirle muchas gracias por su invitación a presentarlo y muchas gracias a las y los organizadores, así como a las autoridades universitarias que posibilitaron este evento, aquí, en el auditorio Rodolfo Morán.  


*J. Ignacio Mancilla

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]









[1] Seguimos el juego homofónico que hiciera Lacan en su famoso Seminario sobre James Joyce, en el que reflexionó sobre si el renombrado escritor irlandés estaba loco o no y que consiste en una relación compleja entre la noción de síntoma y la escucha, en francés, entre síntoma y sinthome.

[2] Versión escrita de la presentación del libro de Helí Morales, Psicoanálisis con arte. Lenguaje, goce y topología, en el auditorio Rodolfo Morán, del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS), de la Universidad de Guadalajara, el 26 de noviembre pasado.


[3] Henri Chambige, estudiante de derecho y escritor aficionado con preocupaciones filosóficas que, en tiempos de Nietzsche, había asesinado a su amante y fue, en su momento, un escándalo del que Nietzsche estuvo al tanto.