Inés M. Michel*
[Comparto este texto que fue presentado el jueves pasado en la Mesa de reflexión y diálogo Mujeres Universitarias: Derechos humanos, laborales y académicos, a la que fui invitada por el Colectivo de Reflexión Universitaria.]
Póster. |
Me fui hace tiempo de la
Academia, particularmente de esta institución, decepcionada y
triste. Me despedí con una ponencia, Lo humano vs la inteligencia artificial: Cuando la máquina se volvió humana y los humanos perdimos la humanidad.
Presentada en las Jornadas Multidisciplinarias 2014 del Centro
Universitario de Tonalá. He estado planeando a distintas altitudes
desde entonces, convencida de que hay muchos más horizontes que
visitar de los que proponen las disciplinas académicas.
Por tanto, volver a un
espacio universitario el día de hoy, justo con una ponencia, y a
este Centro en específico que formó a mucha gente que admiro, es
una sorpresa para mí y también un motivo de alegría. Vuelvo
distinta puesto que mi posición lo es, sigo creyendo que mi camino
no está dentro de una institución, pero es un gusto venir a
compartir ideas y escuchar a otras y otros que se aventuran en los
terrenos del pensamiento libre, algo que ya es bastante en la época
que vivimos.
Este texto que titulé La
inequidad más allá del género, me permite
enlazar ciertos temas que trabajo desde hace tiempo y que en mi labor
independiente he expuesto en distintos espacios. A todos ellos debo
el poder estar aquí, quizá un poco más al blog en que escribo
quincenalmente Cuerdas Ígneas.
Lo primero que me gustaría
plantear va un poco a modo de justificación del título que elegí.
La inequidad es una constante en México y tristemente en el mundo.
Así que los espacios universitarios no son ajenos a esta
circunstancia. Sin embargo, esa inequidad es un asunto mucho más
complejo y profundo que lo conocido como desigualdad de género.
El tema que nos ocupa este
día es muy relevante, aunque a algunas mujeres y hombres les siga
pareciendo que hablar de él es innecesario, que hay temas “más
importantes”, o que el feminismo no se cansa de hablar una y otra
vez de lo mismo. Lo es porque se trata de visibilizar y discutir que
las mujeres vivimos desventajas sociales en muchos ámbitos, solo por
el hecho de ser mujeres, siendo la universidad uno de ellos.
¿Y todas las mujeres que
no llegan a la universidad? Aunque no estén aquí, pienso que
estamos obligadas a incluirlas en nuestro discurso, si pretendemos
que en verdad sea incluyente. Si no, en nuestro propio planteamiento,
la inequidad seguirá siendo una realidad, por ello es que afirmo que
el asunto es más complejo que una cuestión de género.
El discurso feminista con
el que yo me idéntico más, se ocupa de todas las desventajas, no
solo aquellas inherentes al sexo y a los roles que vienen impuestos
con él, sino a cada una de las que existen, condicionadas por la
clase, raza, religión o educación de las personas.
Es justo la educación lo
que está en juego en un espacio académico, y es lo que hace la
diferencia. Basta salir a las calles para verlo. La educación genera
distinciones entre un sujeto y otro, frecuentemente muy crueles.
Por eso los estudios de
género estarán limitados en la medida en que se ocupen solo de los
grupos de mujeres que, aún en el desfavorecimiento, son favorecidos,
es decir mujeres “blancas”, para usar el término que utiliza
Ochy Curiel, pero podemos decir mestizas si les parece más adecuado,
de clase media, con educación universitaria.
Curiel es una antropóloga
que se asume como activista antes que como académica, que ha hecho
de su quehacer político una fuente de conocimiento para después
trasladarlo a la Academia. Apenas la semana pasada pude escucharla en
el Laboratorio de Antropología de este Centro, en una
videoconferencia organizada por La orden de la Tlayuda.
Ochy nos dice que tenemos
que ligar las diferentes formas de discriminación: racismo, sexismo,
machismo, clasismo, colonialismo. La modernidad occidental fue creada
a partir de esta realidad. El colonialismo y su lado más oscuro,
sostiene ella, dio forma a lo que entendemos por modernidad. La "raza" (si quieren entrecomillamos el término porque sabemos que en sí
mismo ya carga una connotación despectiva y ha sido múltiples veces
cuestionado su uso), clasificó a las personas e hizo una división
geopolítica.
Yo agregaría a esa
enumeración, el especismo, la idea de que los seres humanos por
nuestra categoría de humanos, somos mejores y/o más importantes que
el resto de seres vivos que habitan el planeta y por ende nos
corresponden ciertos privilegios y derechos, que implican a grandes
rasgos la explotación de los animales no humanos, así como de los
ecosistemas. De eso no puedo ocuparme ahora porque me representaría
hacer una exposición mucho más extensa, pero sugiero ir al ensayo
publicado por Vice titulado La revolución
feminista ha de ser antiespecista, de Paula
González Carracedo.
Así que tenemos clases distintas de personas, unas blancas, otras negras y morenas, hay personas europeas y otras que no lo somos, hay hombres y mujeres (sin entrar ahorita en la construcción de estos roles que va mucho más allá del sexo biológico, pero sí mencionando muy rápido que la posibilidad de un género neutro o géneros intermedios, lo cual ya ha sido planteado desde hace algún tiempo, otorga un grado más de complejidad al problema del género), y tenemos mujeres universitarias y otras que no lo son, muchas veces por no poder acceder a este nivel educativo, o ni siquiera a la educación básica.
Si analizamos cada una de
estas distinciones que mencioné, encontraremos grupos privilegiados
y grupos en desventaja en cada una de las comparaciones, se pueden
hacer muchas más.
¿Cómo hablar, entonces,
de equidad? Es un reto, claro que lo es. Y no creo que debamos ceder
ante él. Mi propuesta es la siguiente, tenemos que alejarnos de las
instituciones, del academicismo. Nos reclama el activismo y la
política. Política entendida como una actividad humana esencial, no
como la militancia en un partido político o en determinada
asociación. Impregnarnos de lo que sucede en la calle, las escuelas,
los trabajos, el campo, para, a partir de ahí, poder generar teoría y
pensamiento críticos. Entonces sí, volver a la Academia con
planteamientos novedosos y sobre todo críticos.
En lo que atañe al ámbito
universitario yo quiero señalar solo una de las desventajas de las
féminas, el asunto de la maternidad (solo una también por cuestión
de tiempo). Me ha tocado verlo de cerca con compañeras de estudios,
la maternidad sigue siendo, a pesar de los avances en legislación y
otras áreas, una carga mucho más pesada que la paternidad. Las
estudiantes y profesoras que son madres, ven duplicado o triplicado
su trabajo sin que la institución haga suficiente para que esta
situación cambie o se presente más equitativa en relación con los
hombres que son padres, estudiantes o profesores.
Tomemos el modelo de
Islandia, “el mejor país del mundo para ser mujer”, si me
permiten usar el título con que BBC Mundo publicó un artículo
escrito por la periodista Alejandra Martins el 8 de noviembre de
2013. A continuación algunos datos extraídos de ahí: el 82.6% de
las mujeres islandesas en edad laboral trabajan constituyendo el
45.5% de la fuerza laboral. Estas mujeres tienen una de las tasas de
fertilidad más altas de Europa, con un promedio de dos hijos por
mujer. Martins nos pregunta cómo es esto posible. Lo que sigue nos
lo va respondiendo. Uno de los factores principales es el acceso a
servicios de cuidado infantil de muy bajo costo. Otro, tiene que ver
con cómo se involucran los hombres en el cuidado de hijos e hijas.
En las calles, por citar un ejemplo cotidiano, se puede ver a muchos
hombres cuidando niños, hecho que sorprende a estudiantes
extranjeros. Este fenómeno tiene una explicación muy simple, los
cambios en materia de legislación logrados en Islandia. En total,
una pareja que tiene un bebé, cuenta con nueve meses de licencia
posteriormente al nacimiento. Y aquí les pido pongamos mucha
atención en la repartición de este tiempo: tres meses son
exclusivos para la madre, tres exclusivos para el padre y los tres
restantes pueden dividirse como la pareja lo decida.
Esta licencia se toma con hasta el 74% del salario y el padre o la madre pueden tomar más tiempo con una reducción salarial acorde a lo solicitado.
Esto introduce cambios en
todos los sentidos, no es solo que hombres y mujeres se involucren de
forma más equitativa en la crianza de los hijos, reduciendo así el
impacto que normalmente tiene en las mujeres que deciden ser madres,
también tiene una consecuencia a nivel laboral, cito: “las
empresas ya no pueden ver a las mujeres como un factor de riesgo por
sus licencias de maternidad, también los hombres pueden ser vistos
con ese riesgo”.
Yo opino que esto es un cambio radical. No sé si
han tenido la experiencia de acudir a una entrevista de trabajo, pero el hecho de ser
mujer y poder quedar embarazada, sigue siendo motivo de
discriminación. Los requisitos solicitados en muchos empleos
incluyen ser soltero o soltera, lo cual de entrada es absurdo, ya que
este y otros que se enumeran en muchas vacantes no tienen razón de
ser si nos enfocamos en encontrar a la persona mejor calificada para
el puesto.
Omitiré las estadísticas
de nuestro país, para hacer mi exposición más fluida, pero si son
escépticos sobre las grandes desigualdades para las mujeres
trabajadoras y estudiantes, les invito a ir a los datos duros por su
cuenta.
Continuando con el asunto
del privilegio, me parece que tenemos que cuestionarlos, y qué mejor
que empezar por nuestros propios privilegios de mujeres de clase
media con acceso a servicios de salud, con muchas necesidades esenciales cubiertas (alimentación, vestido y otros), con acceso a educación
¿libre? Y aquí permítanme la osadía de preguntarles, ¿tienen educación libre en la Universidad de Guadalajara? Yo creo que no y
ya muchas personas y grupos lo han señalado mejor que yo, entre
ellos, por supuesto, el Colectivo de Reflexión Universitaria que
organiza este evento.
Estos privilegios que nos
acompañan a lo largo de nuestro andar por la vida tienen que ser
reconocidos por nosotras mismas, cuestionados, para colocarnos más
allá de la inequidad que hoy queremos denunciar, y asumir aquello
que nos da ventaja, para integrar una lucha más amplia con las
mujeres que aquí no tienen voz ni presencia.
Yendo más allá aún,
podemos, y es necesario hacerlo, cuestionar las relaciones de poder
que al interior de la Universidad de Guadalajara se ponen en juego,
no es solo una cuestión de las altas esferas ni de quienes toman
las decisiones, es también algo presente en lo más cotidiano, pues
se replica en todos los niveles, por ejemplo, en las relaciones
profesores-alumnos, en la relación entre el poder y el saber, que
parte del supuesto de que el maestro o la maestra SABE, mientras que
los alumnos y alumnas no saben nada o saben muy poco, como si
acudieran a llenar sus cabecitas vacías a las aulas. Nada más
errado, es una lástima que tan pocos profesores lo entiendan e
impartan sus clases en consecuencia.
Terminaré citando a Alan
Badiou, filósofo francés de origen marroquí, para retomar el
asunto del género, y así finalizar por el momento lo que puedo
aportar: “… Lo que hace falta (nos dice Badiou en Jóvenes
mujeres), es que las mujeres le den la
espalda a lo que se les propone. Es una trampa. Los modelos
presentados serán todos bajo la figura de la mujer salvaje,
salvajemente competitiva. Es necesario que las mujeres se ocupen
activamente del pensamiento. Es necesario que se transformen a gran
escala en creadoras de arte, de pensamiento, de matemáticas, de
poesía, de teatro, dirigentes de políticas de emancipación…”
Yo agrego a modo de línea de cierre, hace falta resistir al sistema que nos oprime todos los días, que se presenta como sistema financiero, como ideología política, como única alternativa, y también como feminismo, un feminismo burgués, excluyente, que deja fuera no a minorías, como suele pensarse, sino a la mayoría que compone el mundo.
*La Otra I.
[atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]
@inesmmichel