J. Ignacio Mancilla*
A manera de entrada a
la lectura del filósofo de la deconstrucción
A propósito de mi exposición sobre el Prólogo y el capítulo I de Políticas
de la amistad, propongo este acróstico que no tiene otra finalidad más que
jugar un poco, filosóficamente, alrededor del nombre propio de uno de los
filósofos más influyentes, para mí, de la segunda mitad del siglo XX; así como
sobre el sentido que ahora, más allá de mí, sigue teniendo su obra, tan vasta y
tan reconocida, al mismo tiempo que desconocida y, hasta cierto punto inédita,
todavía. Hasta el momento solamente uno de los seminarios de los muchos que dio,
ha sido publicado completo en francés y traducido al español.
Bien, bajo esta justificación, va, pues, este acróstico
filosófico.
Deconstrucción.
Estrategia de lectura y escritura que no pretende otra cosa más que dinamizar,
creativamente, es decir, innovando el pensamiento crítico, la tradición textual
del discurso filosófico para ponerlo al día, al ras del mundo contemporáneo.
Mucho se ha escrito al respecto, desde las cosas más serias hasta las más
ridículas. Aquí no viene al cuento hacer un balance detallado, a estas alturas,
de esa herencia (nuestra herencia) y de lo que todavía puede seguir suscitando,
para bien y para mal. De lo que se trata, sobre todo, es de situar en el
contexto nuestro, la mal afamada deconstrucción. Si tiene pertinencia o no como
una herramienta, entre otras, para problematizar los temas del tiempo, por
ejemplo, el de la democracia, tan pertinente, ahora, en México y en el mundo. Y
que Derrida lo hace a partir de, precisamente, un ejercicio deconstructivo,
como solamente él podía llevarlo a cabo, de la más que aporética frase
atribuida a Aristóteles: “Oh, amigos míos, no hay ningún amigo”. Para así hacer
cuentas con toda la tradición Occidental, no solamente filosófica, sino también
política y cultural; sumida, desde hace buen rato, en una crisis significativa,
que toca también a la democracia y a la amistad misma.
Escritura/edición. Sí, la deconstrucción implica el complejo proceso de lectoescritura. De
ahí la singularidad de los libros de Jacques Derrida incluso desde su
composición misma, pensemos por ejemplo en Glas
(1974/2015), que fue todo un reto editorial. Y valoremos, también, no
solamente Políticas de la amistad
sino, prácticamente, toda la obra del pensador argelino desde la perspectiva de
ese libro único, que siempre soñó con escribir. Y claro que re-flexionar sobre
todo esto no puede realizarse sin poner en juego en el espacio y en el tiempo,
como los lugares de la espaciotemporalidad donde se dirime, en todo momento, el
diferir; es decir, la diferancia;
así, escrito con a. Que es, dicho sea de paso, una de las propuestas más
polémicas e innovadoras del singular filósofo judío-argelino. De ahí la
relevancia que adquiere la archiescritura,
como subversión del concepto de escritura. ¿Es fortuito que la deconstrucción
haya arraigado en el mundo de las letras y el arte antes incluso que en el de
la propia filosofía?
Repetición. La
deconstrucción no excluye la repetición, antes bien la implica. Pero, ¿cuándo
se repite solamente se imita? No, pues el acto más creativo no deja de ser,
hasta cierto punto, una reiteración. ¿De qué? De aquello que es imposible asir,
de ahí que insista en ese su afán repetitivo, sin lograr plasmarse. Encontrar
ese hilo creativo es, en alguna medida, repetir la diferancia: diferirla tanto en el espacio como en el tiempo. De ahí
que la deconstrucción sea o un excelente logro o un gran fiasco. Algo del orden
de lo sublime o, simple y sencillamente, de lo ridículo. Como la vida misma.
Las dos cosas a la vez. La vida misma y sus complejos mecanismos de herencia es
una gran historia de errores y aciertos, que pone en el centro la cuestión de
la repetición. ¿La deconstrucción es
otra cosa que la explicitación de la reiteración, mejor dicho el diferir mismo
de la diferancia?
Reelaboración.
Se trata, pues, como ya se dijo, de reelaborar toda la tradición filosófica y
cultural. De sacudirnos sus anquilosamientos, como se sacude el polvo en una
casa. Los conceptos necesitan renovarse, actualizarse, re-pensarse, incluso
cuando se repitan. Esa es la función de la crítica, que sigue siendo, no
obstante las apariencias, un programa incumplido de la Modernidad. Y que Immanuel
Kant (1724-1804) y Karl Marx (1818-1883) supieron llevar hasta sus últimas
consecuencias. ¿Ha habido algún otro, aparte de ellos, que se haya apegado
tanto a ese programa casi imposible, el de la crítica? ¿Hemos leído
suficientemente las tres críticas de Kant? ¿Y los textos de Marx? En la medida
en que en todos, por lo menos en los más importantes, el concepto de crítica
aparece en el título o en los subtítulos del gran Moro, como le llamaba
Friedrich Engels (1820-1895), su amigo.
Imagen/espectro.
Mucho de lo que se reitera, se repite, es del orden de la imagen; mejor dicho,
del espectro. Es por ello que la lógica espectral es la de su vuelta, la de su
reaparición. Porque siempre queda un resto que insiste y que, en esa su
insistencia y consistencia, no termina por enunciar lo que tiene que anunciar;
de ahí la condena del regreso y el dolor de no terminar de irse, de partir.
Esta es la lógica espectral, excelentemente puesta en la textualidad de Espectros de Marx y en el insuperable
análisis que hace ahí, Derrida, del tiempo y del espectro del padre de Hamlet.
Haciendo confluir, en un mismo texto a Shakespeare y a Marx; las letras y la
filosofía y hasta la política.
Diferencia/diferancia. ¿Cuál es la mejor forma de
consignar, en el decir filosófico, aquello que es del orden del acontecimiento?
Aquello que marca, en el concepto mismo, la diferencia/diferancia. Para intentar, así, traer a lo simbólico, lo que tiene
su consistencia en lo real, pero también en lo imaginario. En pocas palabras,
su fantasma o espectro. Cada vez que un espectro se aparece, ¿es el mismo o es
otro? ¿Cómo captar mejor esa interabilidad que al presentarse, difiere de sí
misma? Derrida inventó una nueva palabra para ello, subvirtiendo el orden mismo
del lenguaje, diferancia. Y más que
en la lógica fantasmal puso el énfasis en lo espectral. Pero, ¿son el mismo?
A/a. Primera
letra del alfabeto. Con mayúscula, en el código lacaniano, de ninguna manera
ajena a la filosofía, pese a la insistencia del otro Jacques, en este caso
Lacan, significa el lenguaje mismo, la cultura. Escrita con minúscula tiene que
ver con el objeto del deseo; con su cosa/causa. Y también con el semejante. Y
el deseo tiene mucho de filosófico, si pensamos en Eros como hijo de Poros y
Penia, filósofo sin igual. Siempre
pobre, al tiempo que con los recursos suficientes para arreglárselas, pero
nunca sin el Otro/otro (Autre/autre), escrito en francés. De modo que
regresamos a nuestra A/a, esa que moviliza nuestra vida en tanto es en el
Otro/otro, con mayúscula o minúscula, con quien siempre nos la vemos, sin
excluir el objeto como cosa y causa de nuestro deseo; motor de la vida humana
misma. Cosa que Byung-Chul Han vio muy bien en su formidable libro de La agonía del Eros.
Justicia. Un
buen derridaniano tiene que saber distinguir entre Ley y Justicia; la primera
como el código, escrito o no, que regula la convivencia humana y con la que se
intenta, cosa imposible, hacer Justicia. Imposible porque la Justicia siempre,
como la democracia, está por venir. No es del orden del presente, de la
presencia sino, más bien, de la promesa. ¡Ay, el animal humano como el animal al
que le es lícito hacer promesas! (Friedrich Nietzsche, 1844-1900). Y la
Justicia como la más importante promesa, ¿por su imposibilidad misma?
Acontecimiento.
¿Es el pensamiento de Derrida una filosofía del acontecimiento? Y, ¿es el
acontecimiento lo que la filosofía de nuestros días está obligada a pensar, así
como la metafísica estuvo comprometida a pensar el ser? Muchos pensadores
actuales, desde Martin Heidegger (1889-1976), Gilles Deleuze (1925-1995),
Michel Foucault (1926-1984), Alain Badiou (1937- ), por mencionar algunos, pero, ¿acaso
Friedrich Nietzsche no subvierte, precisamente, con su idea del eterno retorno el pensamiento del ser,
para apuntar, sin decir el concepto explícitamente pero perfilándolo de alguna
manera, al acontecimiento?
Compromiso y política. Durante mucho tiempo Derrida eludió la política, sobre todo la
militante. Esto en un medio cultural, el francés, tomado por la izquierda más
ortodoxa, la del Partido Comunista Francés (PCF) y por su contrario, el
radicalismo, sobre todo maoísta. De manera un tanto curiosa, hasta cierto
punto, es que Derrida “vuelve” a Marx cuando en pleno auge del neoliberalismo se
declara la muerte de Marx y del marxismo. Fue entonces cuando se posiciona con
respecto a Marx y a la política; con lo que da un viraje en su pensamiento,
para, a partir de ahí, re-flexionar la política siempre desde el primer plano. Espectros de Marx es, desde esta
perspectiva, quizás uno de sus mejores y más problemáticos textos; al lado de Mal de archivo, que implica no solamente
la política misma sino la historia y el psicoanálisis; es decir, la historia,
pero desde su lógica espectral, subjetiva.
Question. Pocos pensamientos
son tan cuestionadores como el de Jacques Derrida. A tal grado que hizo
de la question, de la pregunta, su
campo. Como Sócrates en su tiempo. Derrida tiene una enorme facilidad para
multiplicar las cuestiones, las preguntas, Para hacernos temblar con ellas y
ante ellas. Para radicalizarlas y generar, de ese modo, nuevas cuestiones y
problemas; para ir más allá de la filosofía, pero no sin el psicoanálisis. Esa
es su diferancia con los demás
filósofos.
Urdimbre. La
textualidad derridaniana es una gran urdimbre. ¿Sus libros son un solo libro?
Creo que así habría que leerlos, como la textualidad circunstancial de un deseo
insatisfecho: el de publicar un solo libro que dijera, al fin de cuentas, su
pensamiento. Este fue el sueño de un singular hombre que hizo de su nombre un acontecimiento del pensamiento
filosófico mismo, pero que también lo llevó más allá de la filosofía,
implicando el psicoanálisis.
Emoción/emociones. Derrida piensa emocionalmente. Su ritmo no es solamente el del
pensamiento, sino el de las emociones. Si uno lee así sus textos, muchos de
ellos circunstanciales, adquieren un gran sentido, más allá de la mera
concatenación de razones. Pensemos, por ejemplo, en Espectros de Marx, dedicado a Chris Hani (1942-1993), comunista
asesinado en Sudáfrica. Y contra Francis Fukuyama, en tanto ideólogo del
neoliberalismo que pretende decir la última palabra de la historia, como sí
ésta pudiera clausurarse y encerrarse en los conceptos.
Sobrevivir. Me
gustaría retomar, en esta letra final del nombre de Derrida, y ya para cerrar
este juego y ejercicio, una película de ficción que es, ya, un filme de culto, Blade Runner 2019, de Ridley Scott (1982). Y quiero retomar particularmente el
final, ahí donde Gaff (Edward James OImos) le dice a Rick Deckard (Harrison
Ford): “Lástima que ella no pueda vivir. Pero, ¿quién vive?”, para enlazar esto
con lo postulado por el filósofo argelino en ese increíble texto que lleva por
título, precisamente, Sobrevivir, y también
enlazarlo con el texto que pidió que se leyera ante su muerte, como epitafio,
para liberar, de ese modo, a sus amigos, del doloroso trago de hablar ante su cadáver
y tumba.
Nota: Espero este pequeño texto sirva para
leer mejor mi entrada anterior: Oh, amigos/enemigos, ¿hay democracia? (7/24/18). Como ya advertía
desde el texto que versa sobre el Prólogo
de Políticas de la amistad, de
Jacques Derrida, en la elaboración del mismo jugó un papel inestimable la
excelente biografía que sobre el pensador argelino escribió Benoît Peeters,
publicada en español por el Fondo de Cultura Económica en 2013 (681 pp.).