viernes, 25 de septiembre de 2015

Ayotzinapa, un año después




J. Ignacio Mancilla*




El sábado 26 de septiembre se cumple un año de la tragedia de Ayotzinapa (Guerrero, México) en un país ya bastante flagelado; y, en ese contexto, apenas el martes 22 de septiembre, hubo un nuevo enfrentamiento que poco ayuda para que esta ominosa afrenta tenga una salida adecuada, como esperamos las y los mexicanos: la de la justicia. -VER NOTA-

Palabra rara y extraña en México, lamentablemente.

Pues los usos y costumbres del poder, de la clase política en particular, ha sido y sigue siendo la impunidad. El caso más sonado es, por supuesto, el de la famosa casa blanca en el que estuvo implicado el propio Enrique Peña Nieto y, como es sabido, por decreto institucional, fue exculpado de toda responsabilidad, para su mayor descrédito.

Cosa que hacen patente las encuestas y los bajos índices de su precaria popularidad.

Son muchos los motivos por los que las y los mexicanos han hecho sentir, de múltiples maneras, su enojo; el económico no es el primero ni el único. El desgaste de las instituciones, de la presidencia particularmente, desde hace buen rato han entrado en un tobogán de bajada, precisamente por la actitud de los propios responsables que no dan acuse de recibido del malestar social y político.

Hay una sordera endémica, al estilo Carlos Salinas de Gortari (quien gobernara al país de 1988 a 1994); personaje detestado, como pocos, y al que pertenece la lapidaria frase, referida a los perredistas (cuando todavía luchaban y eran, relativamente, congruentes) de: “ni los veo ni los oigo”.

El cúmulo de pérdidas y desgastes se sigue acumulando, por desgracia, a la cuenta de la vida institucional del país; y ninguna institución, llámese presidencia, congreso, suprema corte de justicia, ejército, policía, partidos políticos, etcétera, sale bien librada.

Cuestión que nos debería preocupar a todas y todos, pues, ¿no es el camino de la legalidad y el de las necesarias reformas de las instituciones, pero en serio, la única vía posible para adecuar la vida social del México contemporáneo a las exigencias de la actualidad?

Desde esta perspectiva, no habrá reformas viables, mientras éstas se hagan desde un interés tan particular que lo único que están logrando, eso si con creces, es el mayor ahondamiento, casi abismático ya, entre el México imaginario (el de la clase adinerada y la clase política a su servicio) y el México profundo, el de la mayoría de las y los mexicanos (Guillermo Bonfil Batalla), cada vez más empobrecidos.

Este contexto social, político y económico, nada halagador por cierto, es el que tenemos a unos días de que se cumpla un año de una de las peores tragedias del México contemporáneo.

Y sigue sin hacerse justicia. Y sigue siendo lamentable que la reunión con Enrique Peña Nieto no haya dado ningún resultado concreto. - VER NOTA -

Y lo que duele, como herida abierta, es el empecinamiento de la clase política dirigente, en realidad de toda, empecinamiento que raya en la necedad, y que nos obliga a hacernos las siguientes preguntas y su consecuente lamento:

¿Por qué?

¿Para qué?

¿En beneficio de quiénes?

¡Ay, Ayotzinapa! ¡Ay, México, cómo nos duelen!



*J. Ignacio Mancilla

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]












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