J. Ignacio Mancilla*
El sábado 26 de septiembre se cumple
un año de la tragedia de Ayotzinapa (Guerrero, México) en un país
ya bastante flagelado; y, en ese contexto, apenas el martes 22 de
septiembre, hubo un nuevo enfrentamiento que poco ayuda para que esta
ominosa afrenta tenga una salida adecuada, como esperamos las y los
mexicanos: la de la justicia. -VER NOTA-
Palabra rara y extraña en México,
lamentablemente.
Pues los usos y costumbres del poder,
de la clase política en particular, ha sido y sigue siendo la
impunidad. El caso más sonado es, por supuesto, el de la famosa casa
blanca en el que estuvo implicado el propio Enrique Peña Nieto y,
como es sabido, por decreto institucional, fue exculpado de toda
responsabilidad, para su mayor descrédito.
Cosa que hacen patente las encuestas y
los bajos índices de su precaria popularidad.
Son muchos los motivos por los que las
y los mexicanos han hecho sentir, de múltiples maneras, su enojo; el
económico no es el primero ni el único. El desgaste de las
instituciones, de la presidencia particularmente, desde hace buen
rato han entrado en un tobogán de bajada, precisamente por la
actitud de los propios responsables que no dan acuse de recibido del
malestar social y político.
Hay una sordera endémica, al estilo
Carlos Salinas de Gortari (quien gobernara al país de 1988 a 1994);
personaje detestado, como pocos, y al que pertenece la lapidaria
frase, referida a los perredistas (cuando todavía luchaban y eran,
relativamente, congruentes) de: “ni los veo ni los oigo”.
El cúmulo de pérdidas y desgastes se
sigue acumulando, por desgracia, a la cuenta de la vida institucional
del país; y ninguna institución, llámese presidencia, congreso,
suprema corte de justicia, ejército, policía, partidos políticos,
etcétera, sale bien librada.
Cuestión que nos debería preocupar a
todas y todos, pues, ¿no es el camino de la legalidad y el de las
necesarias reformas de las instituciones, pero en serio, la única
vía posible para adecuar la vida social del México contemporáneo a
las exigencias de la actualidad?
Desde esta perspectiva, no habrá
reformas viables, mientras éstas se hagan desde un interés tan
particular que lo único que están logrando, eso si con creces, es
el mayor ahondamiento, casi abismático ya, entre el México
imaginario (el de la clase adinerada y la clase política a su
servicio) y el México profundo, el de la mayoría de las y los
mexicanos (Guillermo Bonfil Batalla), cada vez más empobrecidos.
Este contexto social, político y
económico, nada halagador por cierto, es el que tenemos a unos días
de que se cumpla un año de una de las peores tragedias del México
contemporáneo.
Y sigue sin hacerse justicia. Y sigue
siendo lamentable que la reunión con Enrique Peña Nieto no haya
dado ningún resultado concreto. - VER NOTA -
Y lo que duele, como herida abierta, es
el empecinamiento de la clase política dirigente, en realidad de
toda, empecinamiento que raya en la necedad, y que nos obliga a
hacernos las siguientes preguntas y su consecuente lamento:
¿Por qué?
¿Para qué?
¿En beneficio de quiénes?
¡Ay, Ayotzinapa! ¡Ay, México, cómo
nos duelen!
[Ateo, lector apasionado,
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]
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