lunes, 16 de mayo de 2016

Cuando un profesor se convierte en Maestro de por vida



J. Ignacio Mancilla*




[Texto que se presentó en un acto político de solidaridad (el miércoles 11 de mayo en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, CUCSH) con los maestros despedidos y, también, como un acto simbólico de huelga para desterrar el miedo que impera en la Universidad de Guadalajara; hubo también un pronunciamiento por parte del Colectivo de Reflexión Universitaria (CRU, por parte de Héctor Hernández) y por parte de la Asamblea Estudiantil (Fernanda Justo), ambos colectivos de la Universidad de Guadalajara.]


Hace casi 60 años, el 19 de noviembre de 1957, Albert Camus, ganador del Premio Nobel de Literatura de ese año, escribe una pequeña pero profunda carta de reconocimiento a su maestro, a quien se refiere como: “Querido señor Germain”.

Quiero traer a la memoria de todas y todos ustedes, profesores, estudiantes y trabajadores administrativos de la Universidad de Guadalajara, esa significativa misiva en el actual contexto mexicano de arremetida política y laboral contra las y los maestros de México, por unas autoridades ilegítimas que han privilegiado una concepción privada de la educación por encima de los intereses nacionales.




Esas líneas tan sencillas, en las que el filósofo y escritor reconoce, primero a su madre  y en segundo lugar a su maestro, hoy siguen teniendo una valor enorme, cuando se quiere reducir al papel de los mentores a meros prestadores de servicio, demeritando, con ello, una idea integral de la formación en aras de una mentalidad competitiva que solamente sirve para la reproducción de relaciones sociales enajenantes, mercantiles y consumistas.

Y para que los sujetos compitan por un lugar en la Escuela, cuando es obligación del Estado ofertar la educación para todas y todos.

El debate actual, por tanto, gira alrededor de qué principios rectores regirán el sistema educativo mexicano, desde el Jardín de Niños hasta la Universidad: ¿tienen que ser éstos sociales o privados?

He aquí la cuestión nodal.

¿Dónde hay que poner el acento?

Nosotros, en el Colectivo de Reflexión Universitaria (CRU) pensamos que en una formación social y humanitaria, incluso para las ciencias duras, y no en una idea meramente técnica del proceso educativo que informa, pero no forma.

Mi intervención en este espacio universitario, el Centro de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), de la Universidad de Guadalajara, no pretende otra cosa que invitar a la reflexión sobre el devenir de nuestras escuelas, en las que el apostolado magisterial, como puede verse en la bellísima carta de Albert Camus, que cito a continuación de manera íntegra (es indispensable), pues no puede seguirse maltratando y despreciando a las y los maestros por parte de políticos y burócratas que sólo persiguen sus intereses personales.



No podía presentarles sin más la carta referida, cosa que de por sí se justifica; para hacerlo tenía que contextuarla en nuestros tiempos, para que aprecien la enorme significación que todavía tiene.

Va, pues, la misiva de Albert Camus:


París, 19 de noviembre de 1957.


Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido. Un abrazo con todas mis fuerzas,






No cabe duda, cuando un profesor se convierte en Maestro, y esto tiene que ver con su deseo y trasmisión, lo hace de por vida; marcando, perennemente a sus discípulos.


Este es el valor que tiene el testimonio de agradecimiento de Albert Camus a su maestro, es por ello que su carta inicia con la cariñosa frase de: “Querido señor Germain”.





  *J. Ignacio Mancilla



[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]









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