Inés M. Michel*
“… para ser feliz no hay que ocuparse demasiado de los otros. Luego, no hay salida posible.
Feliz y juzgado o bien absuelto y
miserable”.
La
caída – Albert Camus.
Continúo
estos Apuntes con una
reflexión sobre la culpa, la cual inicié a raíz de una lectura que me dejó
mucho en qué pensar, La caída (1956) de
Albert Camus, obra que he citado al inicio de este texto. En ella se trabajan diversos conceptos con una
óptica filosófica. Recordemos que Camus (1913 – 1960) fue un filósofo
existencialista francés.
¿Qué
implicaciones tiene la culpa en nuestra vida? ¿Todos nos sentimos, en alguna
medida, culpables por algo, por una omisión, una falta, unas palabras, una
acción?
¿Es
la culpa algo que nos acompaña toda la vida? ¿De dónde proviene este
sentimiento?
Sé
que en este tema un análisis evidente tiene que ver con las enseñanzas
judeocristianas, responsables de que muchas personas se formen en el ejercicio
de sentir culpa, incluso sin entender o examinar muy bien el porqué.
Tomada de: blog.cristianismeijusticia.net |
Sin
embargo, más allá de las cuestiones religiosas, me parece que sentirse culpable
es algo muy humano. Y esto es sobre lo que quiero reflexionar. Es en torno a
estos sentimientos que nos cuestiona Jean Baptiste Clamence, el personaje
principal de La caída.
Sentirse culpable pareciera algo
indeseable pero inevitable, inherente a la condición humana. Hagamos un
ejercicio de introspección, ¿qué pensamos sobre la culpa?, ¿somos ajenos a ella
o tenemos nuestra propia carga de culpas? Puede venir al pensamiento una
relación de pareja que no terminó de la mejor manera, una pelea en la que nos
involucramos y que nos trajo importantes consecuencias, la muerte de alguien
cercano a quien no pudimos asistir o acompañar como hubiéramos querido, una
decisión que tomamos que afectó a personas que queríamos.
Me
pregunto qué hacer con estas emociones, ¿se puede dejar de sentir culpa por
aquello que decidimos, por cómo actuamos en un momento determinado? Un abogado
me dijo hace muchos años algo que nunca he olvidado: las cosas pasaron como
podían pasar, y siempre es así. Él hacía referencia a que cuando analizamos
nuestras acciones a posteriori muchas
veces nos resultan evidentes los errores, pero esto solo es posible por la
distancia con que ahora podemos ver los eventos pasados, en el momento de tomar
las decisiones no contábamos con toda la información con que ahora contamos,
por ello, lo que hicimos es lo que pudimos hacer con lo que teníamos a mano.
Bien dicen, el hubiera no existe. Y
es cierto, toda decisión o acción pasada fue así y solo así pudo haber sido,
aunque a la luz del conocimiento adquirido nos empeñemos tantas ocasiones en
repetir que pudo haberse hecho o dicho algo mejor.
Es,
entonces, menester vivir con lo que dijimos, lo que hicimos, y sí, con los
errores cometidos, pero entonces, ¿es inevitable la culpa? La culpa aparece
cuando después de haber hecho algo nos cuestionamos que quizá no fue la mejor
manera de hacerlo, o simplemente porque la decisión tomada afectó a alguien y
eso nos duele. Entonces, ¿la culpa es solo nuestra o se forma también con los
juicios que otros hacen de nosotros?
Hablando
en este momento solo de acciones cotidianas y comunes (sin entrar en el tema de
crímenes o delitos en los que la culpa merece una reflexión aparte), ¿cuándo
nos sentimos culpables? He podido observar que a lo que algunas personas les
causa más culpa es haber actuado conforme a lo que deseaban y no a lo que se
esperaba de ellos. Elegir la carrera que se quería y no la que su padre o madre
anhelaba, finalizar una relación en la que la otra persona todavía quería
continuar, renunciar a un trabajo, estudio u oportunidad que personas a su alrededor
consideraban sumamente valioso… ¿Es la opinión de quienes están a nuestro
alrededor lo que nos genera culpa cuando no cumplimos sus expectativas?
¿Podemos
actuar atendiendo a lo que más deseamos sin juzgarnos a nosotros mismos?
Para
un número importante de personas es crucial vivir dentro de ciertos parámetros
aceptables para su familia, entorno social y cultural. Algunos se dan el lujo
de renunciar a sus más profundos anhelos para no causar una mala opinión sobre
su persona o una controversia con sus amistades, familiares o entorno cercano.
Parece válido pero si lo que se pretende evitar es la culpa, ¿no es peor no
vivir conforme a lo que somos? ¿No causa más culpa renunciar a los sueños en
aras de encajar en algo que no creemos?
Vivir
es una toma de decisiones constante, ya he escrito al respecto, y no es fácil
llegar a responderse amplia y honestamente qué es lo que queremos en la vida,
la cual, por cierto, es demasiado breve para hipotecarla por los deseos de
alguien más. Además de reflexionar sobre lo que deseamos sería importante no
juzgarnos tan duramente por ser quiénes somos, aquí creo que radica un punto
importante sobre la culpa, pues puede que mucho antes que otros nos juzguen ya
lo hicimos nosotros mismos y con gran dureza. Vivir es atreverse a decir, a
hacer, cuidar a los que queremos, sí, pero no por ellos renunciar a lo que
deseamos. Si no somos felices en un matrimonio o con una pareja, si el trabajo
que tenemos no nos satisface, si anhelamos cambiar de ciudad, de país o de
círculo social, hay que atreverse a moverse a donde realmente queremos estar.
Si en el proceso alguien resulta lastimado por nuestras decisiones lo que está
en nuestras manos es hablar con honestidad y ofrecer una amistad desinteresada
en los casos en que sea posible, el resto está en los demás, incluyendo su
sufrimiento, pues evocando una máxima budista: el dolor es inevitable, el
sufrimiento es opcional.
Y
si ya nos atrevimos, si ya hicimos aquello que nos parecía imposible o
complicado, si hemos de afrontar ahora las consecuencias, entonces acordémonos
que no podemos quedar bien con el mundo entero, que hay que vivir con lo que
somos, a pesar de los reclamos y de que podamos tener posturas que no sean
entendidas o compartidas. Permitámonos vivir sin culpa o, por lo menos, sin
someternos tan intensamente al juicio personal que ejercemos sobre nosotros
mismos pues es el que está en nuestras manos.
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