viernes, 27 de septiembre de 2019

Apuntes sobre la violencia: triunfos y derrotas


A todos los nombres que me acompañan, 
a los que se fueron y, aun así, están aquí, 
a las letras que les debo tanta vida.


Para Arturo Benjamín Rodríguez Altamirano, 
agrónomo asesinado en Veracruz, 
que quitaba baldíos a delincuentes para convertirlos en huertos urbanos. 
La muerte no puede alcanzarte porque tu idea es a prueba de balas.


Para Víctor Jara, 
asesinado tras el golpe de estado contra Salvador Allende.


Para todas las mujeres, hombres (and others -retomando a Bowie-) 
que nos dieron vida y valor.




                                                                                               
- Die!, die! Why won’t you die?... Why won’t you die? [says Creedy].
- Beneath this mask there is more than flesh.
Beneath this mask there is an idea, Mr. Creedy.
And ideas are bulletproof. [says V]
                                                                                          
[- ¡Muérete!, ¡muérete!... ¿Por qué no te mueres?
- Debajo de esta máscara hay más que carne.
Debajo de esta máscara hay una idea, señor Creedy.
Y las ideas son a prueba de balas].


Diálogo entre Creedy y V, en V for Vendetta
(d. James McTeigue, 2005). 

“La utopía no es un sueño abstracto”.

J. Ignacio Mancilla, en su conferencia: 
En torno a la tesis 9 ‘Sobre el concepto de la historia’ 
de Walter Benjamin, una lectura (in)actual.

“It is the quality of one’s convictions that determines success, 
not the number of followers”.
[No es el número de seguidores lo que determina tu éxito,
sino la calidad de tus convicciones].

R. Lupin a K. Shacklebolt, en Harry Potter and the Deathly Hallows P. 2.
(d. David Yates, 2011).



Acaba casi septiembre, se fueron -por fin- los festejos patrios y llega el día de hacer cuentas, conmigo, con nosotras mexicanas viviendo en un país de muerte. ¿Festejaron el 16 de septiembre? ¿Recordaron este 26 de septiembre a los ¡todavía! desaparecidos de Ayotzinapa? Van a perdonarme (espero) por este texto más largo de lo usual en Cuerdas Ígneas, segunda parte del publicado la semana pasada. Espero la longitud se justifique con lo expuesto.

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Hubo una vez un puñado de héroes (casi todos hombres, según nuestra Historia escrita en papeles oficiales) que nos dieron patria… ¿y la matria? (Ah, pues la estamos construyendo todavía, pero no debo adelantarme).


Estamos aquí, a poco más de doscientos años de la independencia y poco más de cien de la revolución. ¿Quiénes somos? ¿Quiénes son nuestras muertas? Esas muertas que nos dieron matria y nos la siguen dando en presente continuo. Somos ellas, las nietas de las brujas… y las hijas de las soldaderas, de las cocineras, de las luchadoras del 68 y del 70. Soy la hija de mi madre, una sobreviviente de la guerra que libró el estado contra un puñado de valientes que intentaron plantear alternativas a las desigualdades, mucho antes de que mi generación viniera al mundo; la Liga comunista 23 de septiembre sigue viva, en los hijos e hijas de los desaparecidos, en los nietos y nietas de los sobrevivientes de una batalla que pareció perdida; su lucha es nuestro palpitar, porque ellas, mi madre y todas las demás mujeres que participaron de ese movimiento, no perdieron la guerra, si acaso vieron diezmadas sus fuerzas. Seguimos en pie de lucha, hasta hoy, peleamos orgullosas contra el aparente triunfo del Dios Dinero, un dios que siembra la muerte ahí donde pasa. 


Resistiendo, seguimos adelante, junto a nosotras están nuestras muertas y nuestras vidas, quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla…


Foto: @MarienMentolada

Y es que cuatrocientos años después, una idea todavía puede cambiar el mundo.


V for Vendetta
(d. James McTeigue/g. L. y L. Wachowski, EU, 2005/Warner).


Me aventuro, sentados estos precedentes que iniciaron desde el texto anterior, a desmenuzar la pregunta sobre la legitimidad de la violencia suscitada en la protesta feminista convocada en la Glorieta de los Insurgentes el viernes 16 de agosto de este año (2019),  y todo lo que desencadenó en los medios de comunicación, sociedad civil y diversos sectores: el político, las redes sociales, así como la masa de mujeres y hombres que expresaron sus comentarios sobre lo ocurrido; tenía pendiente responderme y plantear cuestionamientos que me permitan dialogar con ustedes.


Me gustaría, previo a entrar de lleno, dejar claro que la estrategia de titular Apuntes… a distintos escritos de mi autoría tiene que ver con algo que escuché decir alguna vez a Hugo Aboites en una conferencia que dictó en el CUCSH (Universidad de Guadalajara) hace años ya, donde nos transmitió: “esto es por hoy y para mí…”, según recuerdo, así concluyó su participación, acotando que lo que decimos es siempre discurso vivo, puede cambiar, mutar; podemos transformarnos junto con nuestras declaraciones, no se piensa lo mismo a los 15 que a los 30. Lo anterior no implica que no persigamos la coherencia, aclaro, porque ya veo llegar a algún cínico o cínica diciendo que entonces “lo que prometo hoy no es necesario cumplirlo mañana”, pues no, por ahí no va la cosa…


La manera de concluir de Aboites me permite, entonces, iniciar más claramente lo que sigue. Por hoy y para mí aquí va un esbozo de lo que fui pensando durante las semanas posteriores a las protestas feministas de agosto (que fueron convocadas a raíz de las mujeres que denunciaron a policías por violación en distintos hechos suscitados en la capital mexicana, lo que derivó en el movimiento #NoMeCuidanMeViolan). Por supuesto, espero que ustedes puedan compartir y opinar lo que les genere mi reflexión y lo que han pensado por su cuenta sobre la violencia y nuestra rabia.


¿Es legítima la rabia que sentimos las mujeres en México? ¿Por qué estamos enojadas? ¿Quiénes han compartido y escuchado nuestros reclamos? ¿Vivimos tranquilas en nuestro país? ¿Tú, que lees esto, te sientes enojada? ¿Qué demandas tienes para los gobernantes, y cuáles se han escuchado realmente, sin importar el color del gobierno en turno?


Para contextualizar daremos unos cuantos datos necesarios: 9 mujeres son asesinadas al día en México; lo que significa que de los 11 feminicidios que ocurren en Latinoamérica, 9 de ellos acontecen en nuestro país, hay que insistir: 9 de los 11 asesinatos de mujeres registrados en Latinoamérica por día, se cometen en territorio mexicano. El año pasado ONU Mujeres dio a conocer otras cifras alarmantes: 6 de cada 10 mujeres mexicanas han sido víctimas de algún tipo de violencia a lo largo de su vida; 41.3% ha sufrido violencia sexual; por su parte, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) ha comunicado este año que el 56% del territorio nacional se encuentra en Alerta de Violencia de Género contras las Mujeres; esto quiere decir que 18 de las 32 entidades federativas han reconocido formalmente que enfrentan un problema grave de violencia hacia las mujeres.

[Clic en la imagen para agrandarla]
México feminicida. 
Foto: Inés M. Michel,
Paseo de la Reforma a la altura del Ángel de la Independencia,
CdMx, septiembre 2019.

El cambio de gobierno ha incidido favorablemente en el discurso adoptado desde las políticas públicas. La pregunta -muy válida- que podemos hacernos es si este discurso ha alcanzado realmente el actuar de funcionarios e instituciones. Se podrá argumentar que es muy pronto para contestarlo, sin embargo, hay que anotar que la protesta en Insurgentes del 16 de agosto fue precisamente una respuesta al acartonado y muy desafortunado video de la jefa de gobierno
Claudia Sheinbaum donde llamó “provocación” a la manifestación del 12 de agosto en la que cubrieron de brillantina morada a Jesús Orta, jefe de la policía capitalina, quien pretendía hablar con el grupo presente sobre las denuncias contra policías, esto frente a las puertas de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México; posterior a este hecho, las manifestantes acudieron a la Procuraduría General de Justicia donde derribaron las puertas.


Situémonos en el México de hoy. Finalizamos recién dos sexenios de muerte, el de Calderón Hinojosa, y luego el de Peña Nieto; nos encontramos en una transición, donde López Obrador recibió el mando de un país destrozado (y con decir esto no se pretende iniciar una justificación de ningún tipo). A partir de aquí, ¿cómo posicionarnos?


Acudiremos a la antropóloga argentina Rita Segato, por considerar necesario poner sobre la mesa su trabajo sobre las violencias que se ejercen en los cuerpos de las mujeres, en nuestras vidas. Esta violencia dista mucho de haber iniciado hace doce años, contemplando los dos sexenios de muerte que pasamos, pues viene de mucho más atrás. Lo que se ha acentuado es la crueldad, las formas de la violencia, los fundamentalismos que sustentan la guerra contra nosotras.


Son tiempos oscuros, y por lo mismo, como ya nos advirtió Rowling en los capítulos donde el Señor Oscuro va cobrando fuerza, son tiempos para conducirse con sumo cuidado. ¿Habremos de sucumbir al terror, a la desconfianza hacia los vecinos, a quebrantar lazos con los amigos que no piensan como nosotras, a la idea terrible que reza “todos los hombres son potenciales violadores”?


“¡Fuera hombres de nuestros espacios!” Leo y escucho en marchas y lugares feministas que se asumen como separatistas. Un feminismo del distanciamiento, pienso, y de alguna manera, del victimismo, de la exclusión, de pensar en los cuerpos masculinos como depredadores que acosan, que violan, que matan… ¿es así?

[Clic en la imagen para agrandarla]



No están del todo equivocadas las mujeres que acuden a estas ideas, afirmando que los hombres (nos) acosan, violan, matan; el gran pero es que su posición yerra en dos puntos: en la estrategia y en el discurso, un discurso que pretende ponernos a los cuerpos femeninos a salvo de esa bestial manada de machos que han hecho cosas terribles a nuestras hermanas y a nosotras mismas, una estrategia que aleja a los hombres por considerarlos un colectivo agresor que no es capaz ni siquiera de reflexionar -¿se trata de bestias a las que solo es posible aislar para controlar?-. Queridas amigas, hermanas, lamento muchísimo no compartir su estrategia y su discurso. Voy a explicar el porqué. 


Vamos al lenguaje, que es para mí fundamental, pues vivo y trabajo todo el tiempo con él. Cuando decimos: ¡Fuera hombres…! ¿no estamos legitimando esa manera violenta que educa a los hombres formando machos, proveedores y seres irracionales que piensan con el pene y no saben utilizar el corazón? En otro orden de ideas relacionado, cuando tenemos miedo o asco de pasar frente a un grupo de albañiles, de hombres trabajando, ¿no estamos legitimando un discurso de clase, una cierta perspectiva donde “los pinches albañiles” nos insultan a nosotras, damas de otra clase -y que ni se atrevan a mirarnos porque pertenecemos a otro estatus-? 


Gabrielle Solís (Eva Longoria) en Desperate Housewives,
T. 2 (Marc Cherry/ABC).

Es claro que el acoso no se reduce solo a chiflidos y miradas lascivas de hombres que nos incomodan -albañiles o cualesquiera-, no va para allá el argumento. Lo mismo podemos sentirnos acosadas por un tipo en un Lamborghini que por un sujeto que va en bicicleta, caminando o que está parado en una esquina observándonos. La invitación que extiendo es a hacernos cargo de nuestros propios prejuicios y actitudes discriminatorias -racismo, clasismo, y el resto de ismos en que podamos caer-, para poder avanzar y construir un frente en común: una educación distinta, para todas y para todos. 


Como estamos leyendo esto, sabemos que compartimos dos cuestiones fundamentales: la lectura (saber leer y escribir) y el acceso a internet (computadora/teléfono y servicio de conexión); solo esas dos cosas ya son por sí mismas un privilegio, así que, como les hemos solicitado tantas veces a los hombres darse cuenta de sus privilegios masculinos, (nos) solicito darnos cuenta de nuestros privilegios de clase, educativos, y cualquier otro.


Continúo con el asunto del miedo. Cuando vemos con temor a los hombres que caminan detrás de nosotras, ¿no estamos colocándonos como víctimas a priori? Y, ¿qué pasa con ellos, los que violentan? Ellos, además de victimarios, son víctimas de una estructura y pensamiento fundamentalistas, que colocan a los hombres (a los machos) a competir entre sí. El macho alfa (el más…) siempre es otro, es un terrible fantasma que persigue a todos los hombres formados en el patriarcado, ese otro que “tiene más viejas”, otro que “tiene más lana”, otro que “está más mamado” y por ello tendrá más oportunidades con “las viejas”.


Foto: Inés M. Michel.

Otro que trae mejor coche, otro que es El Jefe, y trata mal a todos sus subordinados (¿quién fuera él para poder mostrar ese poder?, piensan los hijos sanos del patriarcado), otro que es más brillante, más guapo, y que además “sabe más que yo de mecánica y hasta arregla su propio coche, también mejor que el mío”, ese otro de allá que es mejor físico, otro que sabe más de Star Wars (ni los freakis se libran del mandato de masculinidad). Una pugna interminable contra el otro, un otro inalcanzable porque el último otro es Dios (el judeocristiano, el musulmán, ¿cuáles más?, dios en masculino, Dios con mayúscula, el más chingón de los chingones, el verdadero macho alfa, el que lo tiene TODO).


Fotograma de El Infierno
(Luis Estrada, México, 2010/Bandidos Films).

¿Y nosotras?


Por supuesto que nos tocan los coletazos de los machos en esa lucha masculina que es, además de todo, muy violenta. La libertad femenina -no sujeta a ese mandato- la pagamos con sangre; otro punto también es que no somos ajenas a ejercer violencias, de múltiples maneras, no está mal reconocerlo, al contrario, tendríamos que ser capaces de hacerlo y de, precisamente por ello, no victimizarnos, aún en aquellos casos donde se ha ejercido violencia sobre nosotras, porque no es lo mismo exigir justicia que asumirse víctima.


Mujeres y hombres formamos parte de este entramado social jerárquico y patriarcal, recordemos que no hay patriarcado posible sin jerarquías, donde unos ejercemos violencia sobre otras/otros; donde algunas somos a veces víctimas y otras tantas victimarias, en las relaciones de pareja, laborales, personales. (Ninguna de estas afirmaciones pretende eximir de responsabilidad a acosadores, violadores, asesinos o cualquier otro criminal; mucho menos olvidar a las instancias que tienen la obligación de presentarlos ante la ley para que se haga justicia).


¿Hay humanidad posible sin estas correlaciones de poder? ¿Cabría pensar en una lógica otra que implique una manera distinta de relacionarnos entre seres humanos -y también con las demás especies animales-?


La solidaridad y compañerismo entre mujeres, focos centrales de las luchas feministas, ¿pudieran replicarse y extenderse más allá de un género y de nuestros círculos personales/sociales?




Quizá es difícil de entender y asimilar que entre nosotras no hay necesidad de demostrar nada. Si acaso, enfrentamos el problema de la belleza, código de medida impuesto como parámetro que, cuando se habla de mujeres, cuesta dejar de lado; sin embargo, una vez cruzada esta frontera imaginaria, podemos ser libres, por lo menos más libres que los hombres, en el sentido de que podemos mirarnos la una a la otra sin restricciones, podemos besarnos efusivamente en la mejilla sin que nadie sospeche que somos lesbianas (en otro momento hablaré un poco sobre las luchas lesbofeministas); no tenemos necesidad de darnos palmadas sonoras en la espalda para poder tocarnos sin levantar miradas de extrañeza; no nos vemos frecuentemente en la necesidad de afirmar “no soy gay” después de hacer un halago a una compañera, una amiga, una actriz o una extraña, si alguna mujer nos parece linda, lo expresamos sin mayor problema.


¿Han reflexionado cuan liberador resulta ser mujer? ¿Cuán distinto funcionamos respecto a los hombres?


Mientras que ser hombre en muchas ocasiones va de aclarar y demostrar, ser mujer en muchos sentidos va de ser y mostrar-se “femenina”, sin mucho más que agregar; con todo y lo que llega a asfixiarnos ese código de lo femenino, no puede compararse con el mandato de masculinidad del que habla Segato.


Ser hombre es una categoría frágil, que puede perderse en cualquier momento. De ahí la extrema debilidad de las estructuras masculinas, de ahí la falta de movilidad para los sujetos que se forman en el patriarcado, de ahí las violencias que se ejercen sobre aquellos que no son hombres: los que lloran; los que no fungen como proveedores; los que no buscan parejas femeninas; los que gustan de la danza, del teatro, de la poesía… eso no es de hombres.




¿Qué sí es de hombres? 
- La guerra.


¿Qué es ser mujer?
(…)


Póster del seminario ¿Qué es una mujer?
(PlasmArte Ideas, 2015).


Pensando un poco en lo compartido en el seminario ¿Qué es una mujer?, pudiéramos decir que el ser mujer tiene que ver más con una categoría etérea. Ser mujer es relativamente sencillo (desde un punto de vista), y en esa sencillez hay varias complicaciones. Resulta que si te reconoces como mujer y sigues las reglas -a veces, incluso sin seguirlas- se te identifica en la sociedad como mujer (puedes ser tachada de bruja, de loca, de histérica, de puta… ninguno de esos adjetivos te quita tu categoría de mujer -ya apuntamos que falta ir al lesbofeminismo para ver otras perspectivas-). Mientras llegamos a lo que sigue es pertinente extender la pregunta: ¿a alguna de ustedes, lectoras heterosexuales, le han dicho alguna vez “tú no eres mujer…"?; ojo: pueden haberles dicho que no se comportan como mujeres (por gustarles el futbol, por su vestimenta o cualquier otra razón), pero, ¿les han dicho que no son mujeres? 


Pensemos en los hombres, porque a ellos sí se les dice en una multiplicidad de circunstancias que no son hombres, se identifiquen como heterosexuales o no; pueden no ser hombres por cómo se visten, cómo hablan, los gustos que tienen, el tono de su voz, los gestos que adoptan, por no haber tenido su primera experiencia sexual; es decir, los hombres se ven permanentemente enfrentados a la posibilidad de perder la categoría hombre. (Mentalmente, alcanzo a imaginar apenas un poco lo agobiante que es).


Para ser hombre hay que rebasar ciertas metas, una suerte de ritual de paso que además no es definitivo. Cuidado con optar por profesiones que no son de hombres. Si eres homosexual, cuidado con revelar que eres pasivo, porque todos saben que entre gays también hay categorías menores, “puto no es lo mismo que maricón”. Quienes siendo hombres no se identifican con el género masculino de una manera tradicional sufren las consecuencias, en sus cuerpos, en sus vidas. 


La masculinidad es frágil y por eso su saña contra todos los otros cuerpos posibles: femeninos, neutros, queer, masculinos no machistas, todo lo diverso. La feminidad es impuesta con colores, emociones y comportamientos aceptables, aun así, seguir un camino distinto es plausible para muchas que, claro, son juzgadas, aunque su juicio es distinto de aquel al que deben acudir los hombres rebeldes, porque la rebeldía es, sobre todo, un asunto de mujeres.


Por eso es necesario afirmar que no es lo mismo ser hombre que ser macho, que no es lo mismo ser mujer que ser hembra. Hay toda una construcción social y cultural en torno a lo femenino y a lo masculino. 


Foto: @reginatames

Volviendo a las marchas. Yo he gritado también la consigna de arriba, con enojo, con furia, pensando en mis compañeras y amigas, en mi hermana de sangre y mis hermanas de lucha, afirmando que nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Creo que el estado (por lo menos el estado por el que hemos estado luchando y que pretende ser un estado de derecho) tiene la obligación de salvaguardar nuestra integridad y otorgar castigo a quienes nos violentan; me he sumado a las exigencias de justicia para niñas y mujeres violadas, asesinadas, violentadas de cualquier manera sin importar la escala. Pero, más allá de esa exigencia, considero que el estado debiera fungir un papel preponderante en la educación; toda persona en territorio mexicano tendría que contar con espacios adecuados para formarse y discutir inquietudes e intercambiar ideas. 


¿De qué sirve incrementar las penas a violadores o asesinos si estos hombres cometen tales atrocidades siempre creyendo y confiando en que nunca van a ser aprehendidos? ¿A quién realmente pretendemos combatir, a cada uno de los millones de hijos sanos del patriarcado, uno por uno, o a un sistema que oprime a todos y a todas nosotras? No importa cuántos violadores y feminicidas metamos tras las rejas, a cuantos persigamos por las calles, a cuantos mutilemos o insultemos… mientras el mandato de masculinidad siga imperando, esa categoría patriarcal, esa manera de ser hombre, seguirá vigente y causando estragos. Hay que detenernos y entender, con todo lo que ello implica, que no estamos luchando contra los hombres, ni contra los cuerpos masculinos/machistas que los representan, que ganar batalla por batalla en ese terreno, por más importante que resulte para las mujeres atacadas o violentadas, para sus familias y para nuestras conciencias, será un esfuerzo inútil si de pulverizar toda una estructura de pensamiento se trata. A donde tenemos que acudir, paralelamente, es al camino donde enfrentamos al macho en todas sus formas, y ese macho vive en nosotras, en ellos, en cada una de las personas que habitamos este mundo que no ha conocido alternativa al pensamiento patriarcal, pues este (nos) ha gobernado durante toda la historia conocida.


Claro, seguiremos exigiendo justicia para todas, seguiremos gritando juntas en las calles: "¡Tranquila, hermana, aquí está tu manada!", como hicieron en España, grito que todavía hoy me eriza la piel al recordarlo. 





Seguiré confrontando a los hombres en las calles que se atreven a hacer comentarios no pedidos sobre mi aspecto, seguiremos diciendo que nuestro cuerpo es nuestro y solo nuestro, luchando por el aborto legal, seguro y gratuito para todas en cualquier parte (¡Felicidades Oaxaca!); seguiremos acudiendo a las teóricas del género, y también acudiremos a las calles a protestar. Todo eso servirá, siempre y cuando también estemos dispuestas a desmenuzar el problema de raíz, a visibilizar cada una de las desigualdades, cada uno de los privilegios (también los nuestros ya mencionados), a trabajar con nosotras mismas, a aceptar que los hombres -sujetos individuales- no son el enemigo a vencer, y que atacar el verdadero monstruo implica: señalar las leyes misóginas que aún mandan en el estado mexicano, visibilizar todas las prácticas sexistas de las que somos partícipes mujeres y hombres, en pocas palabras: jalar la alfombra (otra vez Segato), para desestabilizar (y algún día ver hecho añicos) todo el sistema patriarcal, todas las jerarquías vigentes, todas las mafias desprendidas del mandato de masculinidad (policías, criminales, narcotráfico, narcoestado), sí, todo lo que conocemos por mundo.


Para tal empresa, necesitamos de cada alma que habita esta Tierra que quiera sumarse a la causa, no hay de otra, así que el enfrentamiento hombres – mujeres – hombres no tiene sentido, ni pertinencia. Separarnos en contingentes de hombres y contingentes de mujeres -pensando de nuevo en las marchas- no es la estrategia que habría que seguir, no puede serlo; por otro lado, es fundamental preguntarnos y argumentar si acudir a métodos violentos es el camino.


Como ya establecimos que el coraje es compartido (incluso necesario para salir del estado de cosas actual) y que el ataque a las mujeres es sistemático, una respuesta inmediata sería que la violencia ejercida como respuesta a las violencias machistas cotidianas es legítima y necesaria, pero, ¿necesaria para quién? Sé que las corrientes feministas más radicales, por ejemplo las radfem, que se han ido dirigiendo a distintas estrategias políticas, proponen que debemos quemarlo todo ante las injusticias sufridas y por la omisión/complicidad de las autoridades frente a nuestros atacantes. Yo me pregunto, ¿destruir y violentar -cuerpos, paisajes, ideas- no es justo la manera de hacer política y sociedad que estamos combatiendo? ¿No es esa forma de entender el mundo que se impulsa a través -y con la violencia- la que queremos dejar atrás? ¿No tendría que ser la mirada feminista, pensando en una alteridad posible, la que proponga y actúe otros caminos que no transiten por donde la masculinidad patriarcal ya ha dejado huella? 


Habitar los espacios y hacerlos nuestros destruyendo todo a nuestro paso, quemando paradas de autobús, confrontando reporteros y peatones (hombres), pateando objetos, y cimbrando techos, todo eso me suena mucho a ellos, a los hombres violentos, y no se trata entonces de defendernos pensando que ellos son aún más violentos, porque acosan, porque golpean, porque violan, porque matan… es que pensando así no hay salida posible, no se puede combatir el fuego con el fuego, el odio con el odio, los golpes con otros golpes, la tiranía con otra forma de tiranía. (Reconozco que en ocasiones estas estrategias han logrado posicionar notas y titulares en la prensa, lo que planteo es que ha sido a costa nuestra, y que a siglos de la revolución francesa ya deberíamos contar con otros caminos revolucionarios que no transiten por esas vías de hacer arder lo conocido).

"Evil begets evil, Mr. President. Shooting will only make it stronger."
[El mal engendra el mal, señor presidente. Disparar solo lo hará más fuerte].
Padre Vito Cornelius (Ian Holm) en Le Cinquième Élément
(El quinto elemento, Luc Besson, Francia/EU, 1997/Gaumont).




Es un camino elegido por muchas, lo sabemos, mas hay que señalar que diferir de ellas no nos convierte en enemigas, lo que habría que lograr, insistiendo en este punto, es el frente común de lucha, donde haya una estrategia compartida y continua, que pueda a unir a niñas y mujeres, sin importar las desigualdades entre nosotras, sin importar los privilegios de cada una, las condiciones socioeconómicas, las posibilidades individuales. ¿Cómo pedirles a las más jóvenes que se unan a una lucha violenta? ¿Cómo sumar a las más desfavorecidas a un combate donde -de entrada- vamos a ir contra el medio de transporte que usan la mayoría de nosotras? ¿Es justo quemar estaciones de Metrobús, incendiar autos y tomar las calles, ocasionando indirectamente que mujeres no accedan a un transporte seguro, no puedan volver tranquilas a sus hogares, no puedan salir de sus negocios? No defiendo al estado, ni a sus políticas y personas privilegiadas, estamos hablando de aquellas mujeres que si asisten a una protesta de esta naturaleza serán corridas de sus trabajos, aquellas que son madres y quisieran acudir con sus hijas a manifestarse en paz, pues no quieren poner en riesgo la integridad de sus niñas, o empleadas que si no toman a tiempo el Metrobús, habrán de caminar por sitios inseguros y arriesgarse aún más en su trayecto. ¿Es esa estrategia válida para unas cuantas o para todas? ¿Seguiremos insistiendo en formas de manifestarse que conllevan también privilegios de clase?


Si logramos entender y acordar que ese no es el mejor camino, como tampoco lo es quedarse calladas o sumidas en una búsqueda individual de justicia y oportunidades, y que no ha funcionado lo de las marchas pacíficas y las distintas peticiones colectivas para resolver las demandas de las mujeres, ¿cuál sería una tercera vía?


Esa vía posible, que no transita -o no lo hace exclusivamente- en las marchas, plantones, protestas, es volverse (todas juntas) una resistencia organizada y continua que nos permita frenar y revertir todas las violencias ejercidas sobre nosotras, sean infligidas por el estado, la familia, la pareja, los extraños. Nosotras caminando juntas sin tolerar que nadie pase por encima de nuestros derechos, acompañándonos en las denuncias, alzando la voz ante cualquier injusticia, respondiendo a los llamados de cualquiera que se sienta en peligro, todo con estrategias creativas que nos unan y nos hagan más fuertes.


Imagen tomada de: SietePolas.

Recuerdo lo que hicieron en San Francisco, California hace décadas cuando la comunidad de homosexuales se unió frente a los abusos de la policía; lo hicieron de forma ordenada, colectiva e inteligente. Si uno de ellos era detenido/molestado por elementos policíacos, o era atacado por otros hombres mientras caminaba, hacían sonar un silbato que colgaba siempre de su cuello mientras permanecían en la vía pública, así, cualquier miembro de la comunidad gay o afín a ella que escuchara este sonido acudía a la calle para ser testigo de la situación e intervenir. Solo de esta historia -y hay muchas más de las que echar mano- podemos aprender mucho.


Propongo públicamente que pasemos a acciones concretas cotidianas que nos permitan reapropiarnos de los espacios por los que nos movemos. Pudiéramos iniciar un observatorio en línea que acompañe en tiempo real los trayectos de las mujeres: en las calles, en el transporte público, y todos los espacios donde nos sintamos vulnerables, que nos permita activar una alarma y acudir a llamados de urgencia. Además, se necesita pensar en ideas creativas para protestar, pues las marchas de siempre rara vez son efectivas, el sistema ya las tiene muy bien asimiladas y controladas. Así, podemos empezar a combatir de manera efectiva al monstruo, y no solo cortar una de sus cabezas para ver horrorizadas como vuelven a crecer varias más en su lugar.


Si el amor, la sororidad y los vínculos que podemos crear entre mujeres son tan fuertes como pensamos que pueden ser, actuemos y extendamos esa red de solidaridad y acompañamiento más allá de nuestras hermanas y amigas, pensemos en toda persona que quiere ser parte de este cambio posible. Seamos esa otra manada, de mujeres, hombres y otres, que quieren ser parte de una humanidad distinta, logremos que las manadas de bestias se queden solas, señaladas y lejanas de lo que podemos ser como sociedad. Esa crueldad y esa violencia que permanezca y se extinga allá donde surgió. Movámonos en la posibilidad de algo nuevo, pensando diferente, actuando diferente; cuando haya que pelear y recurrir a la violencia porque no nos quede de otra, hagámoslo; mientras haya espacio para ser distintas, seámoslo. En tiempos de paz hay que asumirnos como agentes de cambio; en tiempos de guerra, hay que pelear las batallas necesarias, sin olvidarnos de lo que estamos construyendo para los tiempos de calma, insisto: no siempre es momento de gritar, como no siempre es momento de callar o ceder, el reto es poder diferenciar cuándo es tiempo de reclutar aliados, de sumarnos a otras causas afines, de reconocer nuestras diferencias sin enemistarnos, o de ser la excepción entre las reglas para hacer así un mundo alterno de excepciones juntas que se quieren y se cuidan, sin importar su origen, género o condición, sin importar incluso sus propias contradicciones (tan humanas). Juntas podemos, juntos podemos.


Así que hoy tengo que afirmar que yo sí creo que existen los hombres feministas, creo porque los he visto en amigos, conocidos y extraños; he visto sus propias batallas y no están intentando usurpar el lugar de nadie, están apuntalando nuestra lucha, la lucha de las mujeres, una lucha que comparten aún sin compartir la misma fisonomía (y no caigamos en el error de reducir el ser mujer a un cuerpo dado, porque entonces nada nos diferencia de los ideales machistas).


Creo en el feminismo plural al que se suscribe Rita Segato. Mi feminismo es un feminismo abierto, anticonservadurismos, un feminismo libre de ataduras moralinas, transincluyente, donde caben todas las maneras de ser un ser humano. Creo que paso a paso podemos transitar de un estado de muerte a uno de vida (y no solo en México), ansío mi tiempo me alcance para ser testigo de esto, deseo ver a los hombres (de mi vida, principalmente, pero también al resto de los hombres que habitan este mundo) caminando junto a nosotras, no al frente, ni atrás (como les han gritado tantas veces en las marchas feministas), sino realmente a nuestro lado, tal cual hemos venido exigiendo a los hombres en los espacios preponderantemente masculinos. De nuevo (ya lo he hecho en textos pasados) recurro a un lema muy conocido que resume bien todo: un mundo donde quepan todos los mundos. ¿Es posible?


Postal zapatista. Imagen tomada de: WP Javiersoriaj.

Es posible si creemos en él, la realidad empieza en nuestras mentes y corazones. Cuentan conmigo para construir ese otro mundo hasta donde alcance mi vida, otra más vendrá a proseguir lo que hace ya bastante iniciaron y pensaron tantas antes que nosotras. Las llamo, hermanas, a no ponernos el disfraz de lobos, no nos queda, tampoco hay que ponerse el de ovejas; mejor apelemos a la esencia de los seres libres y que la violencia se extinga con ellos, los machos, porque los violentos siempre han sido ellos.


Nosotras, leyendo esto, estamos vivas, la muerte no ha ganado (not today), nos iluminamos juntas, avanzamos a tientas en la oscuridad, nos topamos con manos amigas que se aferran a nuestros temblorosos -y también firmes- dedos, nos alientan, no nos sueltan y nos acompañan en cada batalla peleada y por pelear. Entonces, sí hubo algo que festejar en septiembre: estamos aquí, proponiendo y haciendo matria.




Inés M. Michel.

Ciudad de México, septiembre, 2019.

 [Atea, vegana, feminista,
lectora irredenta,
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia.]













Las negritas en el texto fueron colocadas en la edición de Cuerdas Ígneas para destacar puntos de lectura.

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