sábado, 1 de agosto de 2015

LO HUMANO VS LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL [2da parte]: Cuando la máquina se volvió humana y los humanos perdimos la humanidad


Inés M. Michel*



[Continuación de la entrada publicada el jueves 16 de julio de 2015: En una entrada pasada hablé de una ponencia presentada en mis tiempos universitarios, donde me cuestioné sobre lo humano y la máquina inteligente. Como las preguntas que me hice siguen muy presentes, he decidido recuperar el texto y dividirlo en dos partes para presentarlo en este blog en dos entradas, esta es la segunda parte].


La persona y lo otro


“El Otro es un mundo posible”.

Gilles Deleuze[1]



En un bello ensayo titulado Kant y los extraterrestres, Juan Pablo Anaya, nos lleva a preguntarnos sobre la amenaza que representa la existencia de ese Otro, que sabemos que no es como nosotros, encarnado en Blade Runner por los replicantes, similares a los humanos en casi todo.

Rachel (Rutger Hauer), en un fotograma de Blade Runner (Ridley Scott, EU, 1982)
Rachel, una bella replicante, se envuelve en una relación romántica con Deckard, el protagonista de la historia, teniente que trabaja como eliminador de replicantes. Deckard la encuentra hermosa, a la vez que peligrosa, y se arriesga en esta relación sabiendo que le puede costar todo lo que posee.

Esta androide, logra seducir al teniente, y confrontada con la realidad que la hace un ser fabricado, sin pasado ni recuerdos genuinos, le confiesa: I can’t rely on my memories (“no puedo confiar en mis recuerdos”).

¿Son la memoria y los recuerdos, lo que hace a un humano, ser lo que es? ¿La memoria hace a la persona?

“¿Cuál es la diferencia entre un replicante y un ser humano? La idea que sugiere la película es que la identidad se funda en una facultad bastante frágil, la memoria… “¿qué morirá conmigo cuando muera?”[2]

Algunos de los replicantes, a diferencia de los robots de I, robot, piensan que son humanos, no saben que son máquinas. Viven con una serie de recuerdos implantados que los remiten a su infancia y familia. Pero dentro de ellos, no hay más que cables y circuitos diseñados que pueden desactivarse y que algún día dejarán de funcionar.

Los humanos, a diferencia de los replicantes, sabemos que somos personas, viviendo con una serie de recuerdos, y de olvidos. No recordamos mucho de lo que pasó en nuestra infancia y parte de nuestra memoria, reside en otros, familiares y amigos, que recuerdan cosas que nosotros no, aunque estemos involucrados en estas. Dentro de nosotros hay materia orgánica que puede dejar de funcionar y que algún día lo hará definitivamente, sin marcha atrás.

¿La muerte nos hace humanos? ¿Es el olvido, más que la memoria, lo que nos identifica? Esa fragilidad de la vida, y de la memoria, parecieran ser la clave.

Nietzsche afirma que “la existencia es un ininterrumpido haber sido, algo que vive negándose, consumiéndose y contradiciéndose continuamente.”[3] Así, la existencia humana estaría marcada por la desaparición, pues conforme vive se consume, y eventualmente, simplemente dejará de ser. Esto es no solo un hecho biológico, sino una conciencia que como especie tenemos, cualidad (la de la conciencia), que hasta el momento solo puede atribuirse al ser humano.

Esta conciencia y los intentos de aplazar la muerte, o incluso de vencerla nos colocan en una situación particular frente a la máquina súper desarrollada que no se cansa, no se consume, que se apaga, pero que no se muere. Un ente poseedor de inteligencia artificial, retaría a su existencia misma si fuera posible que muriese, reclamando así la cualidad que pertenece a lo orgánico. En Bicentennial man (El hombre bicentenario, Chris Columbus, EU, 1999), un robot interpretado por Robin Williams, es capaz de cambiar la inmortalidad por el estatus de humano, y el reconocimiento legal al respecto, con una batalla sumamente interesante de por medio. Pero un  análisis más detallado de esta película tendrá que aguardar para otra ocasión.

¿Podría tratarse al robot como una especie de súper hombre, que ha vencido a la muerte y que dotado de inteligencia y sentimiento, pueda trascender más que cualquier humano corriente?

Si la existencia humana es un continuo consumirse y un continuo olvidar, los replicantes no están tan lejos de este paradigma. Quizá la diferencia radica en el proceso inconsciente que hace al humano olvidar, permitiéndole vivir, o morir, bajo determinados parámetros, que llevados al nivel de la conciencia, establecen una diferencia radical entre sus congéneres. Y más allá, el olvido, como decisión, yo decidiendo olvidar aquello que es doloroso, que es pertinente o necesario olvidar. El olvido no es entonces solo un proceso cognitivo, es también un refugio de la mente humana, donde acudimos como individuos, pero también como sociedad.

El debate sobre la inteligencia artificial, iniciado desde la ciencia ficción, resulta cada vez más importante en nuestro siglo, y en la sociedad posmoderna que ha replanteado todos los valores y paradigmas modernos. No se puede imaginar ya la vida sin la máquina, resultado de la invención e intelecto humanos, y convertida en algo mucho más que un objeto.

Es la máquina en el siglo XXI, un reflejo tecnológico, económico y social de nuestro entorno, los “ojos superiores” de una cámara fotográfica, el “cerebro ultrarápido” de una potente computadora, la “voz amable” de Siri, la asistente virtual del iPhone; nos enfrentan a la máquina que suplanta al humano, lo mejora, lo supera. Podemos entonces sentirnos indefensos al final del día, al enterarnos de que nos hace falta uno de estos complementos que consideramos indispensables, o podemos considerarlos artilugios del capitalismo que manipulan a los individuos, pero no nos dejan indiferentes, no pasan desapercibidos.

La cotidianeidad de lo tecnológico nos posiciona en otro papel, como usuarios de estos artilugios que en ocasiones más bien parecieran ser usados por estos. Pero aún falta llegar a la conjunción de todas estas cualidades en un ser físicamente humano, que exprese emociones y que se comunique en nuestro lenguaje superando así la barrera del lenguaje binario; que nos mire a los ojos y nos devuelva la pregunta que nos hacemos desde tiempos remotos, ¿quién soy yo?

Ahora mismo, no pareciera existir una respuesta definitiva ante tal interrogante.


El final que no es final


La muerte, nos iguala, independientemente del origen y la condición social. Y esta conciencia, distintiva con respecto a otras especies animales, resultaría un factor determinante para identificarnos como seres humanos, respecto a los animales no humanos.

Frente a la máquina la complejidad pasa a otro nivel. Ese otro, una construcción dotada de inteligencia artificialmente, nos lleva a preguntarnos sobre el alma, tomando este concepto sin intenciones religiosas. El alma que reside como elemento único en cada ser humano, responsable de sentimientos, de la capacidad de sufrir y de diferenciar lo correcto o incorrecto.

Una máquina no puede hacer estas diferencias morales, según lo planteado por Dick y Scott; surge cierto desliz que los pone en evidencia. En el largometraje de Proyas, la distinción la hacen debido a la programación, pero por una falla en esta, los robots se salen de control e interpretan las tres leyes de forma que deciden someter a los seres humanos, por su propia protección.

Por mi parte, lo humano me parece más una cualidad, que una serie de características. La cualidad de poder sufrir, gozar y olvidar. Y a la par, preguntarse por la propia vida, haciendo consideraciones éticas y morales. Hombres y mujeres nos preguntamos por nuestro origen y destino. Algo que las máquinas, no pueden hacer. Todavía no.

El ser humano recuerda, y olvida. Su historia y la historia de su especie está condicionada por ambos factores, y en el qué recordamos está la clave, bien lo dijo Gabriel García Márquez (a quien muchos ya comenzamos a extrañar): “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Podemos como Rachel, darnos cuenta que no podemos confiar en nuestros recuerdos, o podemos confiar en que son lo que nos hace ser, con todo y el olvido.

La humanidad más que nunca se encuentra en crisis y la deshumanización es latente en todos los ámbitos humanos, como muestra un botón, el hombre que quemó vivos a ocho cachorros, mientras su madre intentaba defenderlos (VER NOTA AQUÍ), y la máquina, dotada de inteligencia es cada vez más humana, como prueba la nota difundida en diversos medios el pasado 20 de mayo, que anuncia el nombramiento de un robot como Director Ejecutivo de una empresa japonesa. Solo le falta la apariencia totalmente humana… estamos a un paso con el diseño genético, otra nota  más de actualidad. (VER NOTA AQUÍ).



“Mi persona parece un instante frágil en medio de este mar de oleadas
donde la historia se puede volver un maremoto que me obligará
 a reinventarlo todo.”

Juan Pablo Anaya



Mayo, 2014 (fecha original de la ponencia, presentada en el marco de las Jornadas Multidisciplinarias, del Centro Universitario de Tonalá, Universidad de Guadalajara). 


*La Otra I

 [atea, vegana, feminista,
lectora irredenta
a la espera del apocalipsis zombi
que dará sentido a mi existencia]

Twitter: @inesmmichel










[1] Citado por Juan Pablo Anaya en Kant y los extraterrestres.

[2] ANAYA, Juan Pablo, Kant y los extraterrestres, Fondo Editorial Tierra Adentro, México D.F., 2012, p.19.


[3] NIETZSCHE, Friedrich, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (II Intempestiva), Biblioteca Nueva, Madrid, 1999, p. 42.

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