viernes, 21 de agosto de 2015

¿Dios es(tá) muerto?




Algunas reflexiones sobre Al límite del atardecer (The Sunset Limited, 2011), de Tommy Lee Jones



J. Ignacio Mancilla*






Ficha técnica:
Título original: The Sunset Limited (TV).
Año: 2011.
Duración: 88 minutos.
País: Estados Unidos.
Director: Tommy Lee Jones
Guión: Cormac McCarthy (Obra: Cormac McCarthy).
Música: Marco Beltrami.
Fotografía: Paul Elliott.
Reparto: Tommy Lee Jones y Samuel L. Jackson.
Productora: Professor Productions / Home Box Office (HBO).
Género: Drama.

[Texto presentado en el marco del seminario/taller ¿Dios es(tá) muerto?, impartido en el Museo de la Ciudad durante el mes de julio del presente año]


Tommy Lee Jones, figura más que conocida como uno de los personajes principales de la ya clásica película de ficción Los hombres de negro (Men in Black, 1997) nos sorprende con un film intimista, discordante como pocos con el mundo en que vivimos, donde un intelectual, profesor universitario para más señas, Blanco (Tommy Lee Jones), es “milagrosamente” salvado por un expresidiario, Negro (Samuel L. Jackson).

Así empieza este singular obra cinematográfica, que nunca nos muestra, apenas lo sugiere, el acto suicida; la obra está basada en una obra de teatro, y bajo un intenso y tenso diálogo entre el salvado y el salvador, se aborda el sin sentido de la vida y el suicidio como un opción para dar término a la vida misma en tanto ésta es radicalmente insignificante.

El diálogo confrontación va subiendo de tono en la medida en que se avanza; los dos se encuentran encerrados en una habitación (las tomas son todo el tiempo excelentes) y, en ese pequeño espacio, se da la confrontación existencial a partir, precisamente, de dos experiencias de vida diametralmente opuestas.

Repito: Uno de ellos, Blanco, es un profesor universitario, culto, bastante leído (4 mil libros en promedio) que, por no encontrarle ya sentido a su vida, a la vida toda, pero sobre todo a la de él mismo, decidió arrojarse al tren, para acabar de ese modo con su angustia existencial.

El otro, Negro, un expresidiario que su vida misma ha sido en el límite y que casi moribundo cree haber encontrado el sentido de su vida, de la vida toda, convirtiéndose para ello en un buen creyente, que hace el bien en la medida de sus posibilidades; siempre presto para ayudar al prójimo, a un hermano, como dice él. Bajo esta lógica es que nos solamente salvó a Blanco sino que lo llevó a su casa, para intentar abrir su alma y entender algo de lo que él no puede comprender, que Blanco haya querido quitarse la vida.

Si dividimos la película en tres tiempos, vemos desplegarse a lo largo de las secuencias que en los dos primeros momentos Negro lleva, aparentemente, la voz dominante en el diálogo; hace preguntas, interroga, incluso en algún momento hay como una especie de simulación de lo que sería  un psicoanálisis: cuando Blanco se recuesta en el sillón y atrás está Negro, quien lo cuestiona sobre sus padres y demás.

En esas dos partes del film Negro lleva agua a su molino, la cuestión del sentido y de cómo, según su experiencia y creencia, Dios está en todo; solo es cuestión de saber escuchar(lo).

Cosa que  no se hace en el mundo de ahora.

Por su parte Blanco, reacio a dar su punto de vista, pero forzado a hacerlo, en la última parte de la trama decide, si bien obligado por las circunstancias, a soltar toda su batería de argumentos en pro del sin sentido de la vida y de cómo Dios no es más una creación humana para, precisamente, colmar el hastío y la vaciedad de la existencia humana y su secuela de horrores (Auschwitz entre ellos; recordemos, un campo de concentración emblemático en la Alemania nazi).

No sin reticencias, Blanco va aceptando el reto y el juego. Hasta que pasa a desplegar de manera plena sus cartas, las del no sentido de la vida.

Y es, singularmente, ante esa vaciedad radical, ante lo que el expresidiario ya no puede responder(le) ni responderse.

Y Dios, ya en la parte final de la película, aunque interpelado, tampoco responde.

Dándose, de este modo, una especie de transición a la dominancia de Blanco sobre Negro, cosa bien ilustrada en el film con la desesperanza a la que se enfrenta Negro al sentirse impotente de no poder detener a Blanco para que, ¿al fin?, vaya a culminar lo que la intromisión de Negro le había impedido: ¿su suicidio? 

En la interpelación que hace Negro hacia Dios,  la cámara es magistralmente manejada, ya que primero Negro dirige su vista hacia arriba, para después dirigirse, virtualmente, hacia nosotros, los espectadores, que tampoco podemos responder(le), pero sí podemos, en cambio, respondernos, por lo menos cada uno a sí mismo.

¿Cuál es el sentido de nuestra vida?

Al ver la película, a cada uno de los espectadores se nos mueven nuestras sus cosas más íntimas, nuestras dudas más radicalmente existenciales, para quedarnos, así, con una zozobra muy personal, la de darle sentido o no a nuestra propia vida.

Es a eso a lo que nos lleva esta peculiar película donde Tommy Lee Jones, en que no solamente hace gala de sus claras cualidades histriónicas, sino, también, de su capacidad de dirigir en ese oficio tan difícil, el del cine.  

Quedándonos, al ver el film, una sensación incómoda pero extremadamente cuestionadora sobre la vida misma; sobre la de todas y todos, pero sobre todo sobre la nuestra. La de cada quien. 

    


3 comentarios:

  1. Excelente forma de escribir, lástima que es ateo, Blanco.

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    1. Buen día, te agradecemos los comentarios. Copio la respuesta del autor a continuación:

      J. Ignacio Mancilla ha hecho un nuevo comentario en la entrada "¿Dios es(tá) muerto?":

      En primer lugar una disculpa por el retraso de la respuesta al comentario un tanto inesperado. En segundo lugar ¿por qué "lástima" por mi ser ateo? Es una opción, la mía, cosa que no me impide ocuparme de tan trascendente cuestión (la de Dios), como no le impidió a Victor Hugo escribir el bello y monumental poema llamado precisamente Dios. Saludos muy afectuosos (a pesar de las diferencias) y gracias por el comentario.

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  2. En primer lugar una disculpa por el retraso de la respuesta al comentario un tanto inesperado. En segundo lugar ¿por qué "lástima" por mi ser ateo? Es una opción, la mía, cosa que no me impide ocuparme de tan trascendente cuestión (la de Dios), como no le impidió a Victor Hugo escribir el bello y monumental poema llamado precisamente Dios. Saludos muy afectuosos (a pesar de las diferencias) y gracias por el comentario.

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