[Lo que sigue es la presentación que hice en el evento
Rostros de la canallada, organizado por Villa Psicoanalítica en el Museo López
Portillo, el pasado 19 de mayo. Agradezco a Víctor Villarreal la invitación al
evento.]
Cuando se es fuego (Iñaky) y otro/otros apagan tu fuente (matrix) vital. Una orfandad impuesta violentamente por un Estado canalla
J.
Ignacio Mancilla*
¿Y
los niños? ¿Dónde están los niños?
¿Qué
les duele, qué rabia incuban,
qué
chingados saldrá de su resentimiento?
¿Cuánto
dolor hace falta para pensar en los niños?
Javier
Valdez (1967-2017).
¡Vaya
sorpresa!
La verdad nunca pensé ni mucho
menos me imaginé, francamente, que a los pocos días de haber comprado el libro Huérfanos del narco. Los olvidados de la
guerra del narcotráfico (Editorial Aguilar, México, 2015), de Javier Valdez
Cárdenas (1967-2017), este autor sería asesinado, como ya tantos periodistas en
México y dejaría, así, de esta forma, a sus hijos huérfanos.
Javier Valdez |
Pero como dice Adolfo Gilly,
nuestro país, México, vive en plena vorágine de violencia.
Es decir, vivimos y morimos en
un país que se desmorona por la violencia y con unas autoridades no solamente
omisas sino incluso canallas, pues muchas veces son cómplices primero de las
desapariciones y después de los asesinatos; sea por participación directa o por
omisión.
Y los empresarios, como
Alejandro Martí, defienden incluso las ejecuciones sumarias como la de
Palmarito, diciendo que él pagará la defensa del soldado ejecutor.
¡Qué viva el Estado de
excepción!
Así están, lamentablemente,
las cosas en México en lo tocante a la justicia, postergada todo el tiempo, por
los siglos de los siglos…
Pienso, la verdad, que no es
con ejecuciones sumarias que lograremos la tan denegada justicia, maltrecha,
muchas veces, por el propio aparato estatal.
Pero…
… Esta tarde me voy a ocupar
de una de las historias reproducida por Javier Valdez en su libro ya
mencionado, y que de manera magistral, con una prosa clara, sencilla y muy
sintética y al mismo tiempo llena de metáforas, nos sumerge en el lado oscuro
de este México nuestro.
Esto como una forma de ver a
otra luz esa tétrica lógica de números y estadísticas que nada nos dicen sobre
las vidas concretas y sus genealogías; en pocas palabras, Valdez nos narra sus
historias familiares, las de las mujeres y hombres desaparecidos y asesinados;
ya por los criminales, ya por el propio Estado.
¿Acaso hay una clara línea
divisoria entre unos y otros?
Lamentablemente, ni la
linterna de Diógenes nos ayudaría, aquí y ahora, a disipar las tinieblas de estos tiempos oscuros en los que políticos
y criminales atraviesan, permanentemente, esa frontera gris que separa lo legal
y lo ilegal.
No obstante, creo, nos toca
ser flama y fuego, como Iñaky, para seguir sosteniendo la vida de todas y todos
en esta hora de duelos y tristezas.
Y poder dar comienzo a la
recomposición del tejido social, tan dañado, a partir de políticas otras.
Rostros de la canallada |
La
vida de Iñaky y su familia, reproducida por Javier Valdez
Va, pues, retomada a mi
manera, esta doliente historia, que es la primera que nos cuenta Javier Valdez
en Huérfanos del narco.
Iñaky le pregunta a su abuela:
“¿Tú me amas, abuelita?”.
Así empieza la narración de esta
terrible historia, una más de tantas desapariciones en este atribulado país en
el que sus políticos destacan por dos cosas fundamentalmente: su incapacidad y
su impunidad, como nos indican las noticias recientes.
Iñaky tenía apenas dos años
cuando su madre despareció en condiciones que hoy, cada día, a pesar de su
carácter ordinario, se presentan como terribles: después de un “simple”
accidente de tráfico.
Antes de continuar con esta
tristísima historia, hablaré de la familia de Iñaky, de su des-composición
estructural a partir del “accidente” de tráfico que llevó, primero a la
desaparición de la mamá de Iñaky y, posteriormente, al encuentro siniestro de
su cuerpo, pues había sido, como tantas y tantos otros, asesinada.
Este hecho, a todas luces
escandaloso, lamentablemente cada vez es más normal en México.
Es esto lo que imposibilitaría,
en alguna medida, cierta recomposición de la familia; es decir, las “huellas”
de la desaparición y del crimen han marcado profundamente la vida y las
subjetividades de esta singular familia, como lo es cada familia de este
atribulado país.
El
núcleo familiar de Iñaky
·
La madre de Iñaky, Brenda Damaris González
Solís, de 25 años.
·
La abuela, Juana Solís Barrios, de 50 años.
·
El padre de Iñaky, ausente, Francisco Abraham
Celestino González.
·
La tía y los tíos: Janeth, de 34 años; Juan
Antonio, de 32 años y Abraham, de 25 años.
·
Aldo, el cuñado de Brenda.
·
Aldito, el primo de Iñaky, apenas cuatro meses
mayor que Iñaky.
·
La abuela de Brenda Damaris, de 65 años de
edad.
·
Y el padre de Brenda.
La
siniestra historia, una más de este México en vilo
Todo comienza con una llamada
de ayuda, al cuñado, Aldo y un llegar tarde, por parte del hermano, Abraham, al
lugar de los hechos; del accidente.
A partir de ahí, toda la
familia se desarticula en aras de la sustracción, forzada, de Brenda, a quien
ya no volverán a ver con vida.
A Aldito, el primo de Iñaky,
le aparece un “soplo” en el corazón, como consecuencia de la depresión y de la
situación emocional de toda la familia; “soplo” que por fortuna se corrige.
La abuela de Brenda fallece
debido a una neumonía y un paro cerebral, pero Juana, la hija (madre de Brenda),
sostiene que lo que la mató fue la “desolación”, pues la abuela adoraba a
Brenda.
Abraham, el hermano más
cercano de Brenda, nunca volverá a ser el mismo, pues agobiado por la culpa de
no haber llegado a tiempo, es tomado por la depresión y empieza a ser hostil
incluso con su propia mamá.
Tanto él como su hermano, Juan
Antonio, se tatuarán a la hermana en sus cuerpos; Juan Antonio en el brazo y
Abraham a lo largo y ancho de su espalda, “como un corazón que lo cuida de las
traiciones y el mal” escribe en su narración Javier Valdez.
Al padre de Brenda, el esposo
de Juana, lo despiden de su trabajo días después de la desaparición de Brenda,
pues éste no logra concentrase en las tareas del trabajo.
Nos narra Javier Valdez, hoy
también asesinado:
“Iñaky llora. Cuando se
encuentra por fin con su primo Aldo, inseparable y cariñoso, lo abraza y
entonces es Aldo quien llora.
“Abraham ve esto y también
empieza a llorar.
“Juana llora porque todos
están llorando, pero cuando Iñaky ve que su abuela tiene los ojos mojados y ha
formado ríos en sus mejillas y bajo las fosas nasales, pregunta qué tiene.
Ella
responde: me cayó una basurita.
“<<¿Una basurita,
abuelita? Lo mismo me dice mi tío Abraham>>, responde el menor.
“Luego pregunta cuándo va a
llegar su mamá.
“Pronto. Un día, un día.
“Pero Juana sabe que necesita
darle otra versión, quizá enfrentar esa realidad que esquiva pero que por
dentro le tiene una espada encajada en el abdomen, en todos sus centros”.
La familia nunca volverá a ser
la misma, primero la incertidumbre y la luego la certeza del asesinato de
Brenda, una vez encontrado el cadáver; ese “resto” de nuestro paso por la vida.
Desaparición y “resto”, calaron hondo en la estructura familiar y en la
subjetividad y vida de cada uno de los miembros de esta familia mexicana,
maltrecha por la violencia y por el terrorismo de Estado.
Es por eso que Iñaky, con la candidez de todo niño, pregunta:
“<<Tú me amas, abuelita>>…
“… Ella contesta que sí. Él
insiste. Y es que el diálogo no puede quedar así, y menos con Iñaky ahí, cerca.
<<¿Y todos aquí me aman?>>, pregunta. Y le responde con dos
silabas: <<Todos>>”.
Todo empezó el 31 de julio de
2011, en la madrugada, con un simple accidente de tráfico.
Meses después, el 17 de
octubre del mismo año, Brenda sería encontrada ya muerta, ¿quiénes fueron los asesinos
y cuáles sus motivos?
No hay respuesta, como en
miles de casos más; lo único cierto es que al país se lo engulle día con día la
muerte violenta.
Y los políticos tan campantes,
como si nada pasara, haciendo promesas, como si siguieran en campaña y no
fueran, ya, funcionarios con responsabilidades muy concretas; una de ellas la
de imponer la Ley, por el bien de todas y todos.
Y los políticos sacando raja,
es decir dinero, de sus puestos, sin que le importe la sacudida moral de todo
el país.
Y los políticos cubriéndose
las espaldas, unos a otros, para seguir aspirando, una vez que pasen los
escándalos, a seguir siendo representantes de la Ley, para burlarse de ella y
de todas y todos nosotros.
Pues, ¿a quién le importa?
¿Acaso nos importa?
¿Nos importa nuestro país?
En la Casa Museo López Portillo |
Guadalajara Jalisco, Museo
López Portillo, 19 de mayo de 2017.
[Fecha original].
*J. Ignacio Mancilla
[Ateo, lector apasionado,
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]
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