J. Ignacio Mancilla*
Uno
de los cambios estructurales más importantes del mundo contemporáneo
consiste en que el miedo a la democracia ya no solamente se da en los
regímenes totalitarios sino, también, en los propios sistemas
denominados democráticos.
Esto
es lo que se ha puesto en primer plano sobre todo después del 11 de
septiembre de 2001, con posterioridad al derrumbe de las Torres
Gemelas de la ciudad de Nueva York (lo que no impide que recordemos
otro 11 de septiembre, pero de 1973, el del golpe militar al régimen
democrático de Salvador Allende, auspiciado por Estados Unidos);
aunque en sentido estricto, dicho temor viene desde tiempo atrás:
exactamente desde la imposición de la ideología económica
neoliberal que postula como su dogma fundamental(ista) la supuesta
autorregulación social por las leyes inherentes al mercado.
Cosa
en la que se ha fracasado rotundamente. Baste ver la extensión de la
pobreza y la concentración de la riqueza, no solo en México sino
incluso en los Estados Unidos.
En
México en el 2012 vivimos un proceso electoral plagado de
irregularidades e ilegalidades, en el que se jugaron, de lleno, las
propias instituciones que asumen, retóricamente, la democracia como
su máximo valor; fueron esa mismas instituciones las que apostaron
por la ilegalidad y la ilegitimidad democráticas.
De
este modo, se consumó una vez más (por quinta ocasión en el México
contemporáneo) un atraco electoral propiciado por las propias
instituciones que se supone son las defensoras de la democracia.
Fue
así que, con su aval, Enrique Peña Nieto se hizo del poder. Y
fueron cómplices el Instituto Federal Electoral (IFE), ahora
Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación (TEPJF); con lo que no han hecho otra cosa
que violentar la Constitución, nuestra Ley máxima. Minando la
legalidad y la legitimidad, los dos pilares fundamentales de la
democracia moderna.
Todo
en favor del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y también
del Partido (de) Acción Nacional (PAN), el gran traidor de la
democracia (recordemos cómo es que llegó a la Presidencia Vicente
Fox Quezada en el año 2000); en perjuicio de Andrés Manuel López
Obrador, pero sobre todo en perjuicio de las y los votantes y de todo
México.
¿Y
qué han hecho con el poder, panistas y priístas en lo que va de los
años 2000-2012 al momento actual (2015)? No otra cosa que un gran
cementerio (clandestino) de nuestro país, un gran matadero.
Ayotzinapa se convirtió en la figura paradigmática de esta política
del terror, y Tlatlaya (Estado de México) y ahora Tanhuato
(Michoacán).
¿Y
el Partido de la Revolución Democrática (PRD)? Por lo menos en
Iguala, Guerrero, y en todo el estado se ha comportado igual que los
priístas y los panistas, lamentablemente.
Esta
es, finalmente, la verdadera ruta de nuestro México y del mundo
contemporáneo: la del miedo a la democracia (real).
Y
su reducción a mera democracia formal como puro marketing.
En
este contexto nacional, pero también internacional, valen las
siguientes reflexiones:
¿Tiene
algún sentido votar el próximo 7 de junio?
Y,
¿realmente, en medio de todo el circo electoral que estamos viendo,
en el que la degradación de la democracia parece no tener limites,
es mejor opción ir a votar que quedarse a ver el fútbol (otro
espectáculo inserto en la lógica del Coliseo y de lo meramente
mercantil)?
“¡Horrible,
horrible, horrible!”, enunciaría un personaje precisamente de la
sociedad del espectáculo!, para decirlo en los términos de Guy
Debord (1931-1994) y como un modesto homenaje a él.
Es
por ello que cierro este texto con la frase cortada, mediante el
recurso de los puntos suspensivos, de un texto genial donde se pasa
revista, críticamente, al tema de la democracia; me refiero a
Políticas de la amistad, de Jacques Derrida (1930-2004),
para que el lector o lectora la complemente como mejor le plazca,
considerando el contexto actual (nacional y mundial) en el que se
deconstruye la frase atribuida a Aristóteles (“Oh, amigos míos,
no hay ningún amigo”), así como la inversión que hace Nietzsche
de la misma (“¡Oh, enemigos! No hay enemigos”):
“Oh,
mis amigos demócratas...”
Así
están las cosas, en el México y el mundo de ahora.
¿Qué
le vamos a hacer?
[Ateo, lector apasionado,
*J. Ignacio Mancilla
[Ateo, lector apasionado,
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]
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