jueves, 28 de mayo de 2015

El miedo a la democracia (real)

J. Ignacio Mancilla*




Uno de los cambios estructurales más importantes del mundo contemporáneo consiste en que el miedo a la democracia ya no solamente se da en los regímenes totalitarios sino, también, en los propios sistemas denominados democráticos.

Esto es lo que se ha puesto en primer plano sobre todo después del 11 de septiembre de 2001, con posterioridad al derrumbe de las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York (lo que no impide que recordemos otro 11 de septiembre, pero de 1973, el del golpe militar al régimen democrático de Salvador Allende, auspiciado por Estados Unidos); aunque en sentido estricto, dicho temor viene desde tiempo atrás: exactamente desde la imposición de la ideología económica neoliberal que postula como su dogma fundamental(ista) la supuesta autorregulación social por las leyes inherentes al mercado.

Cosa en la que se ha fracasado rotundamente. Baste ver la extensión de la pobreza y la concentración de la riqueza, no solo en México sino incluso en los Estados Unidos.

En México en el 2012 vivimos un proceso electoral plagado de irregularidades e ilegalidades, en el que se jugaron, de lleno, las propias instituciones que asumen, retóricamente, la democracia como su máximo valor; fueron esa mismas instituciones las que apostaron por la ilegalidad y la ilegitimidad democráticas.

De este modo, se consumó una vez más (por quinta ocasión en el México contemporáneo) un atraco electoral propiciado por las propias instituciones que se supone son las defensoras de la democracia.

Fue así que, con su aval, Enrique Peña Nieto se hizo del poder. Y fueron cómplices el Instituto Federal Electoral (IFE), ahora Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF); con lo que no han hecho otra cosa que violentar la Constitución, nuestra Ley máxima. Minando la legalidad y la legitimidad, los dos pilares fundamentales de la democracia moderna.

Todo en favor del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y también del Partido (de) Acción Nacional (PAN), el gran traidor de la democracia (recordemos cómo es que llegó a la Presidencia Vicente Fox Quezada en el año 2000); en perjuicio de Andrés Manuel López Obrador, pero sobre todo en perjuicio de las y los votantes y de todo México.

¿Y qué han hecho con el poder, panistas y priístas en lo que va de los años 2000-2012 al momento actual (2015)? No otra cosa que un gran cementerio (clandestino) de nuestro país, un gran matadero. Ayotzinapa se convirtió en la figura paradigmática de esta política del terror, y Tlatlaya (Estado de México) y ahora Tanhuato (Michoacán).

¿Y el Partido de la Revolución Democrática (PRD)? Por lo menos en Iguala, Guerrero, y en todo el estado se ha comportado igual que los priístas y los panistas, lamentablemente.

Esta es, finalmente, la verdadera ruta de nuestro México y del mundo contemporáneo: la del miedo a la democracia (real).

Y su reducción a mera democracia formal como puro marketing.

En este contexto nacional, pero también internacional, valen las siguientes reflexiones:

¿Tiene algún sentido votar el próximo 7 de junio?

Y, ¿realmente, en medio de todo el circo electoral que estamos viendo, en el que la degradación de la democracia parece no tener limites, es mejor opción ir a votar que quedarse a ver el fútbol (otro espectáculo inserto en la lógica del Coliseo y de lo meramente mercantil)?

¡Horrible, horrible, horrible!”, enunciaría un personaje precisamente de la sociedad del espectáculo!, para decirlo en los términos de Guy Debord (1931-1994) y como un modesto homenaje a él.

Es por ello que cierro este texto con la frase cortada, mediante el recurso de los puntos suspensivos, de un texto genial donde se pasa revista, críticamente, al tema de la democracia; me refiero a Políticas de la amistad, de Jacques Derrida (1930-2004), para que el lector o lectora la complemente como mejor le plazca, considerando el contexto actual (nacional y mundial) en el que se deconstruye la frase atribuida a Aristóteles (“Oh, amigos míos, no hay ningún amigo”), así como la inversión que hace Nietzsche de la misma (“¡Oh, enemigos! No hay enemigos”):

Oh, mis amigos demócratas...”

Así están las cosas, en el México y el mundo de ahora.


¿Qué le vamos a hacer?



*J. Ignacio Mancilla

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]




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